El laberinto de la desmemoria
Los resultados sobre la hidroxicloroquina fueron aireados a los cuatro vientos por los filósofos del siglo veintiuno, a saber, 'influencers', 'youtubers' e 'instagrammers'...
Cuando en la denominación de una planta se utiliza el epíteto latino “officinalis” significa que estamos ante una especie botánica con propiedades medicinales. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la Salvia officinalis, la Fumaria officinalis, la Valeriana officinalis o la Chinchona officinalis. Nos quedamos con esta última, conocida popularmente como el árbol de la quina.
De su corteza se extrae la quinina, un alcaloide efectivo frente al paludismo que ya era conocido durante la época precolombina.
En 1638 la condesa de Chinchón y esposa del Virrey del Perú –Francisca Enríquez– enfermó de fiebres cuartanas, que era como se conocía por aquel entonces a la infección provocada por el Plasmodium malariae.
Inicialmente los médicos que habían acompañado al Virrey desde España trataron a la egregia paciente con enemas y sangrías, el tratamiento en boga en aquellos momentos, y que la colocaron en la antesala de la muerte. Afortunadamente para ella la situación cambió cuando entraron en escena unos indígenas que le ofrecieron la corteza medicinal.
Cuando Francisca Enríquez regresó a nuestro país popularizó el milagroso tratamiento, motivo por el cual durante algún tiempo los polvos de la corteza de la quina fueron conocidos por todos los rincones europeos como los “polvos de la condesa”, una denominación que seguramente dibujará más de una sonrisa.
Más adelante se modificó la terminología médica y se utilizó “los polvos de los jesuitas” debido a que fue esta orden religiosa la encargada de su comercialización en el Viejo Continente.
La quina es una sustancia profundamente amarga hasta el punto que en nuestro país se popularizó la expresión “eres más malo que la quina”. Su antipático sabor fue el principal impedimento para que los pacientes rechazaran el tratamiento a las primeras de cambio, exponiéndose sin ningún escudo químico a los efectos del mosquito hembra Anopheles.
Este fue el principal motivo por el que en el siglo diecinueve las autoridades inglesas decidieran añadir a la quina unas gotitas de ginebra, con las que “matar” aquel sabor y hacer al fármaco más apetecible al paladar.
La innovación fue un verdadero éxito, especialmente si las gotitas de ginebra se sustituían por un “alegre chorrito”, de esta forma -durante la colonización de la India- las tropas de Su Graciosa Majestad fueron las primeras en degustar un gin-tonic.
Regresamos al presente. Desde el inicio de la pandemia los científicos de los cinco continentes se han afanado en encontrar un fármaco efectivo frente al coronavirus y uno de los primeros en los que pusieron su objetivo telescópico fue la hidroxicloroquina, una molécula muy similar a la quinina.
Este efecto no parecía descabellado, al menos sobre el papel, ya que en el año 2006 una publicación en Virology Journal había explorado sus potenciales efectos beneficiosos para el tratamiento del SARS-Cov-1, un primo biológico no muy lejano de nuestro coronavirus actual.
Sin embargo, el 22 de mayo la reconocida publicación The Lancet daba a conocer un artículo en el que alertaba que este fármaco era nocivo para los pacientes afectos de la COVID-19, ya que aumentaba la mortalidad como consecuencia alteraciones cardíacas.
Apenas una semana después, The New England Journal of Medicine publicaba otro artículo científico en el que se indicaba que la hidroxicloroquina no era mejor que el placebo para la prevención de la infección por el SARS-Cov-2.
Estos resultados, que en otros momentos habrían quedado circunscritos al campo médico, fueron aireados a los cuatro vientos por los filósofos del siglo veintiuno, a saber, influencers, youtubers e instagrammers, sembrado una enorme confusión entre la población.
La verdad es que es una pena que todo el mundo conozca a la pandemia de 1918 como la “gripe española” pero que sean muy pocos los que recuerden a la condesa de Chinchón como la persona que introdujo en Europa el primer remedio antipalúdico efectivo.