El jodido (y precario) oficio de cubrir la guerra
Ayer hizo 18 años que el periodista Ricardo Ortega murió en Haití, trabajando para Antena 3 en unas condiciones laborales poco recomendables. Hace unos días el periodista Jon Sistiaga me contaba aquí sus reflexiones sobre la cobertura mediática de la guerra de Ucrania.
Conversamos largamente sobre este asunto y le hice preguntas: ¿Se ha de enviar a cualquiera al frente a cubrir la guerra? ¿No estaremos banalizando el conflicto con crónicas de inexpertos? ¿No deberían hablar solo los que saben de verdad contextualizar en las tertulias bélicas? ¿No estamos dejando en manos de cualquiera este relato? ¿No deberíamos ir con cuidado y ser especialmente honestos y responsables con una información tan sensible? ¿No tenemos una obligación con los espectadores? ¿No es una falta de responsabilidad darles cualquier crónica desde cualquier sitio y de cualquier manera? Y sobre todo, ¿cuáles son las condiciones laborales de los corresponsales ahora mismo, tras años de precarización absoluta?
Me acordé de otras largas conversaciones que mantuve hace unos años para escribir el libro Mentiras en directo, la historia secreta de los telediarios, que era una crónica descarnada y minuciosa de los entresijos televisivos en los informativos, de las obscenidades, de las órdenes arbitrarias que se daban dentro de las redacciones de todas las televisiones de este país. Uno de los capítulos, que me costó escribir por lo duro del relato, hablaba de las condiciones en las que habían muerto tres periodistas de guerra en diferentes conflictos. Me he ido a buscar lo que escribí entonces, que de pronto cobra mucho sentido, sobre todo porque si hace 15 años las circunstancias laborales de los corresponsales eran adversas, ahora son el caos. Ninguneados, mal pagados, menospreciados, minusvalorados, los informadores de Internacional en general, y los de conflictos en especial son cada vez menos importantes, salvo si pasa algo grande. Como la guerra de Ucrania, en efecto.
En aquellas páginas, decía, recordaba esas tres muertes y lo que me contaron los compañeros periodistas de ambos. Hacía apenas un año que había muerto Ortega, mientras trabajaba de corresponsal en aquel momento para Antena 3. Y hacía apenas dos que una bala acababa con el cámara José Couso, en la guerra de Irak. Como Julio Anguita Parrado, otro fotoperiodista muerto en 2003 en Bagdad, al ser alcanzado por un misil del ejército iraquí. Los tres periodistas están unidos por ese final y por unas circunstancias laborales complejas. Cada uno la suya. De todas las historias que los colegas de Ricardo me contaron en su momento, de todas las horas de conversaciones melancólicas que tuve con los suyos, los que le querían de verdad, creo que la carta de Rafael Poch, veterano corresponsal de La Vanguardia en Pekín y amigo personal de Ricardo Ortega resume y reúne los sentimientos, los datos y la tristeza. Escrita desde las tripas se publicó poco después de la muerte de Ricardo en ese diario. Es larga pero merece la pena leerla hasta el final. Aquí va:
Ricardo había sido relevado en octubre como corresponsal en Nueva York de Antena 3, por “una presión de la Moncloa”. Esas fueron las palabras de Ricardo en uno de los últimos intercambios de correo que mantuvimos. No fue una frase suelta, era un texto largo con todo lujo de detalles y lleno de reflexiones amargas. Las crónicas de Ricardo durante la Guerra de Irak no habían gustado. Desentonaban en el infame alineamiento del gobierno del PP. Ya le había llamado la atención en varias ocasiones. En mensajes anteriores me adelantó que la cosa acabaría estallando. Pero con Ricardo no era fácil. Era inteligente. Sabía cómo maniobrar, practicar el posibilismo, torear a los mediocres censores. Así lograba seguir diciendo cosas.
-Lo que me temí ya ha llegado, me anunciaba en octubre.
No tenía vuelta atrás porque el cese venía por “una presión expresa de Moncloa” decía. Pedía consejo. ¿Qué hacer? Con la alegría de quien no se está jugando su propio puesto de trabajo, le propuse el recetario de Don Quijote: poner en evidencia a los censores con escándalo. Lo más importante es no hacerles el juego, llamar a las cosas por su nombre. Llevar la honestidad hasta sus últimos extremos. Será un glorioso desastre para tu carrera pero podrás sentirte orgulloso.
“Pidió una excedencia”, leo en las notas que se publican. Aparentemente todo muy limpio. No fue así. Ricardo calculó fríamente sus posibilidades. Le interesaba más no romper con Antena 3. Con algunos de sus jefes mantenía una excelente relación personal. Se trataba de intentar seguir vendiendo reportajes a esa y otras cadenas en calidad de autónomo. En nuestra correspondencia, Ricardo pidió absoluta discreción. Ahora ya no hay secreto que valga. No habría citado todo esto si no fuera por las inexactitudes que rodean su necrológica. Gracias a los periodistas muertos el público puede irse enterando de lo que es en realidad esta profesión. Un mundo de censura, autocensura, clientelismo y precariedad laboral. Un ambiente mediocre y corrupto como el de la época de Breznev en la URSS.
Un universo en el que ascienden los disciplinados inconformistas con poco margen para el espíritu crítico y para la elemental sensibilidad ante la injusticia. Ricardo era un tipo valiente. No era un “guerritas” ni un inconsciente ávido de gloria periodística. Simplemente estaba acostumbrado a jugarse la vida por informar. Siempre me salía el mismo comentario: pero Ricardo ¿tú crees que vale la pena tanto riesgo y sacrificio? Era el oficio. Ricardo se dio cuenta enseguida de que la política estadounidense es algo tremendamente opaco y secreto, sin apenas nada que ver con lo que ventila la prensa más libre del mundo. “Al lado de esto, lo del Kremlin es un cuento de niños”, me dijo.
La profesión periodística es dura, individualista y competitiva. No suele expresar nuestros mejores cualidades. En ocho años de contacto con Ricardo no recuerdo un solo episodio mediocre. Mucha generosidad, nobleza, muchas risas y mucho ingenio. Sus padres pueden sentirse orgullosos. Dirán que no es consuelo. Lo es. Los menos valientes nos sentíamos arropados con Ricardo. Viajar con él hacia la aventura era una cierta garantía de seguridad. Era un tipo carismático que inspiraba confianza. Lo que le ha ocurrido en Haití ha sido mala suerte. No tengo ninguna duda acerca de sus últimos momentos: midió la situación, tomó la mejor decisión posible y a continuación le alcanzaron las balas. Mala suerte. Su último mensaje me anunciaba, la semana pasada, su próxima visita a Taiwán con motivo de las elecciones.
-Me ha tocado un viaje gratis para cubrir las elecciones en una rifa de la ONU, decía.
Un viaje organizado y financiado por la “diplomacia de los dólares” de Taipei, ahora que se había quedado sin el sueldo de Antena 3. Y la última línea:
-Salgo para Haiti
La carta de Rafa, que era más larga aún, era difícil de leer. Como fue difícil escuchar el relato de otro amigo de Ricardo, Carlos Hernández, que había compartido con él la angustia, los malos ratos y las presiones que recibió durante la preguerra de Irak, y que completan la historia de Ricardo. Habían empezado las manifestaciones en España, el gobierno estaba nervioso y había estado presionando a los medios. Y mientras tanto, Ricardo haciendo crónicas desde Nueva York contando lo que ocurría. Por ejemplo: “Powell ha presentdo ante la ONU unas cuantas fotos borrosas que según dice constituyen la prueba definitiva de que Sadam tiene armas de destrucción masiva”.
-Hoy me ha vuelto a llamar Ernesto (Buruaga)- le decía Carlos- me pide que baje el tono contra Bush, que esto es un tema de Estado, que no se puede ir contra los intereses de España.
Las presiones, las llamadas, los toques de atención que llegaban de los editores de informativos, de los directores, de los jefes varios, se convirtió en una tortura para Ricardo, que hastiado del asunto decidió desaparecer de la pantalla un tiempo, marcharse de vacaciones. Poco después se marchó Buruaga de la cadena (que pese a todos los toques nunca relevó de su puesto a Ricardo), llegó Mauricio Carlotti como consejero delegado y Gloria Lomana a la dirección de informativos. Lomana cesó a Ricardo, que llamó a Carlos para contárselo.
-Me ha cesado y me ha dicho que me vaya a Madrid, que cuenta conmigo.
¿Motivo del cese? Según Ricardo, un colega de la dirección le dijo que había sido orden expresa de Moncloa. No confió en el ofrecimiento de Lomana.
-Si vuelvo a Madrid me pondrá a hacer pasillos, les dijo a los colegas
Así que sí, pidió una excedencia, como decía Rafael Poch en su carta. Mientras tanto se fue a Chechenia, preparó reportajes para grandes cadenas internacionales, colaboró en distintos medios, se buscó la vida, en una palabra. Estalló el conflicto en Haití, le ofreció sus servicios a Antena 3, la cadena le dijo que no pero él se lanzó de todos modos. Le escribió a su amigo Carlos esa noche:
-Carlos, échame un cable, compañero. Anoche decidí que me iba a Haití. Reservé el billete para esta mañana, hice el equipaje, preparé billetes pequeños y llamé a un amigo periodista argentino en Puerto Príncipe para cuestiones de logística. Me ofrece un jergón en su habitación. He pospuesto el plan por un día por sugerencia del mencionado amigo. Me dijo que en las orgías de ayer los chimeres golpearon y saquearon a periodistas y que las opciones de ser desvalijado en la ruta del aeropuerto a la ciudad son demasiado grandes, sin posibilidad de pasar desapercibido. Hoy me dirá cómo está el patio. El plan es descabellado. Me planto en Haití, llamo a Antena 3 y compruebo cómo funciona la política de hechos consumados. Quizá me esté precipitando. Dime qué te parece.
Ricardo llegó a Haití, llamó a la tele, la tele le volvió a decir que no, pero entonces cayó el presidente Aristide y todo cobró una nueva dimensión. Así que la cadena le dijo que lo reincorporaban durante los días que les interesara lo de Haití. Ricardo envió crónicas y realizó algunos directos. Desde casa, al verlo, cualquiera pensaría que era un periodista de la casa más, que la casa lo había enviado para cubrir el conflicto porque confiaba en su buen hacer. Era el mismo tipo que había contado los atentados del 11S, el que había contado relatos desde Bosnia, Kosovo, Afganistán, Chechenia… Era un rostro familiar.
Siete días después lo mataron. Tras su muerte, Lomana dio una rueda de prensa y dijo que las condiciones laborales eran correctas y que Ricardo era un gran profesional. Se escabulló del tema del cese. En el entierro los familiares no quisieron que los jefes de la cadena capitalizaran la historia. Cuando Lara, dueño de Planeta, se acercó a Charo, la madre de Ricardo, para darle el pésame ella le dijo:
-No les hago responsables de su muerte pero sí de la gran tristeza que le invadía. Ustedes no le han tratado como merecía. Le hicieron la vida imposible.
Por la tarde, Lomana acudió al acto de homenaje que se le hizo a Ricardo en la Asociación de la Prensa. Ante los discursos duros que la salpicaban, como el del periodista de El País, Guillermo Altares, o el del propio Carlos Hernández, que ya no forma parte de la plantilla, Lomana se fue replegando. Al llegar a la redacción, después de un día triste e intenso, pidió a los realizadores que en los videos de Ricardo se quitaran los planos los que aparecían Carlos Hernández y Olga Viza, que tampoco estaba ya en la cadena.
Y luego estaba José Couso. Tal y como me contaron sus compañeros cámaras un frío día de invierno en Madrid, José Couso era cámara autónomo contratado por Tele 5 cuando murió en Irak. A su lado, en el hotel Palestina en el que fue abatido por un carro de combate norteamericano, estaba su compañero Jon Sistiaga.
“Telecinco tuvo un trato respetuoso, honesto y digno con su persona y con su familia pero la verdad es esa y esa misma situación laboral es la que vivíamos los cámaras de la cadena. Y por supuesto el tema de los seguros es confuso y un poco turbio. Fue durísimo para todos, la muerte primero y el desprecio del gobierno después. Y la presión”.
Durante mucho tiempo los cámaras hicieron plantes en actos diversos, se concentraron ante la embajada de EEUU en Madrid, exhibieron pancartas, camisetas, pegatinas, para que el recuerdo de Couso siguiera vivo. “Les molestaba mucho, nos pedían que lo dejáramos, en las concentraciones, en los actos institucionales. Una vez en un foro internacional presidio por Ana Botella los escoltas nos cercaron para que no se nos viera. Nos decían, ‘vale ya de hacer la gracia’. ¿La gracia? Para nosotros no tenía ni puta gracia. En el Congreso también se pusieron muy nerviosos. Tanto que llamaron a la dirección de informativos de Tele 5 para quejarse. Y nos dieron un toque, ‘ya está bien con las camisetas’. Las televisiones duplicaron los seguros, al menos sirvió para algo”.
Julio Anguita Parrado, como explicó en su día su amiga la periodista Mercedes Gallego, no era fijo de El Mundo. El periódico se lo negó año tras año. Aunque luego llorara su muerte. Su amigo Francisco Medina, periodista, lo contó en su momento:
-Yo sé, porque así me lo contó Julio, las dificultades que tenía para pagar incluso su apartamento en Nueva York. Cuando murió, su situación seguía siendo la misma, la del colaborador más o menos fijo que tenía pasión por su trabajo, pero que hubiera querido tener una situación laboral más digna.
Quería recordarlos a todos en este post. Y abrazar a los suyos. Y que pensemos que el buen periodismo se ha de pagar.