La depre 'indepe'
La carta de Junqueras echa un jarro de agua fría a los secesionistas más duros, que ven "desanimadas" a las bases.
Tras más de una década de pulso al Estado, el independentismo catalán está en otra fase. El Gobierno ultima los indultos a los dirigentes soberanistas encarcelados y uno de ellos, el líder de ERC, Oriol Junqueras, ha dado por finiquitada en una carta la aventura unilateral como contrapartida. Por primera vez en años, Moncloa y Generalitat empiezan a tender puentes. Pese a haber logrado el 52% de los votos el 14-F, el soberanismo está “desanimado”, según reconocen las fuentes consultadas, y la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Elisenda Paluzie
El problema que detecta el independentismo más duro es que no se cree que el nuevo presidente, Pere Aragonès, vaya a “culminar la independencia”, como prometió en su investidura. Un sector importante del soberanismo más radical percibe que el proyecto de ruptura con España no es el principal objetivo del nuevo jefe de la Generalitat. Y la misiva de Junqueras ya ha abierto la primera brecha entre socios de Govern. Los posconvergentes acusan a los republicanos de no aguantar la presión del Estado y a Aragonès, de estar tutelado por Junqueras.
Paluzie, de la ANC, echa en falta sacar a la gente en la calle y ha acusado a ERC y a Junts de instalar el desánimo por culpa de su pelea por hacerse con el poder en Cataluña. No obstante, la depresión se empezó a gestar mucho antes.
Eso sí, como apunta el analista Enric Juliana, gran conocedor de la realidad catalana, el bajón anímico afecta al independentismo más radical: “El independentista 100% cacao está deprimido. Pero este no va más allá del 25% del electorado. El independentismo nunca ha sido un bloque monolítico. Sí, hay un segmento de gente absolutamente convencida de que España es algo irreformable y de que a Cataluña le va mal con España. Pero luego, bajo la bandera del independentismo, se han sumado personas que lo han visto como opción de protesta. Esta gente piensa que el independentismo puede ser una vía para presionar y lograr cambios. Lo que está deprimido es el elector más irreversiblemente independentista que, en estos momentos, se concentra de manera más intensa en Junts”.
“Existe ese desánimo y desde hace tiempo. La prueba más evidente fueron las elecciones del 14-F, porque el independentismo perdió 700.000 votos, pese a que la bajada de la participación hizo que superara el 52%... Pero hay otro elemento muy evidente que es que incluso superando el 50% de los votos, algo que hace 3 o 4 años hubiese representado un cambio de escenario importantísimo, tras el 14-F no ha pasado nada, más allá de que la ANC sigue con la retórica del 52%”, explica Oriol Bartomeus, politólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Son varias las causas que explican la depre ‘indepe’: el fin de nuevos horizontes tras el referéndum del 1-O y la pandemia, que ha trastocado por completo el contexto político. “El movimiento, desde diciembre de 2017, ha ido sufriendo un cierto desfallecimiento y una desmovilización. Y la pandemia, por un lado, ha enmascarado esta desmovilización y, por otro, la ha favorecido. Hay una etapa de crecimiento y movilización entre 2012 y 2017. Y, a partir de 2018, entra en una fase de desorientación que lleva a la desmovilización”, analiza Bartomeus.
El portavoz del PSC, Raúl Moreno, también reconoce ese desánimo. Su partido fue el más votado hace casi cuatro meses y eso ya sirve de termómetro para calibrar el estado de ánimo de los catalanes: “En los últimos años, el votante independentista más moderado y razonable ha visto cómo después de haber luchado y de haberse creído las expectativas que sus líderes le ponían, como que la independencia era posible y que en 18 meses la tendríamos, ha visto cómo el proyecto se ha venido abajo, entre otras cosas, por la propia gestión de los partidos independentistas. Cataluña ha pasado 10 años muy complicados. Y la pandemia ha jugado un papel importante en ese desánimo, porque ha enseñado cómo la colaboración interinstitucional y entre países es la única manera de solucionar los problemas importantes. Estamos todos más interconectados de lo que parecía. El desánimo viene primero por una frustración del electorado ante expectativas que se les prometieron y han sido imposibles. Y segundo por una bajada del tono por parte del Gobierno del Estado, que ha pasado del ataque a basar su estrategia en el diálogo”, zanja.
Lo cierto es que es muy complicado mantener la tensión de un proyecto político que ha estado plagado de obstáculos. “Todo movimiento de este tipo, transversal, amplio y de larga duración, solo lo aguantas en base a etapas o a horizontes relativamente realizables. Por eso, el independentismo entre 2012 y 2017 va marcando etapas. Esto mantiene el movimiento animado y fuerte. El problema es que tras el 1 de octubre y todo lo que pasa en 2017, el movimiento se queda sin horizontes y se desvanece. Y no solo se deshace, sino que se empiezan a vislumbrar las diferencias en su interior. Siempre ha habido diferencias, porque hay que entender el procès como una competencia entre ERC y Junts. En otoño de 2017, el independentismo llega a su zenit. Y a partir de ahí la gestión del post es poco atrayente, lo que hace que cada vez más partes del movimiento se queden en casa”, explica el politólogo de la Autónoma de Barcelona.
Ahora la presión la tienen tanto ERC como el PSOE. Ambos están arriesgando al encontrarse para dialogar. La carta de Junqueras es el paso que sigue a la decisión del Gobierno de indultar a los líderes del procès. Pero los escenarios de futuro que se abren son una incógnita, aunque hay algunas pistas.
“Difícilmente podemos prever que [los independentistas] lo vuelvan a hacer. Son conscientes de que la vía unilateral es una vía fracasada y de que solo a través del acuerdo, y ya veremos qué acuerdo se produce, podremos salir de esto. La carta de Junqueras explica bien el ánimo de una parte del independentismo. Se pueden producir varios escenarios: uno de desmovilización, porque había mucha gente que no era independentista pero que se convirtió para luchar contra un enemigo común, España, gobernada por la derecha. Esos vuelven ahora a posiciones más razonables. Pero hay que tener cuidado, porque los independentistas, muchos de ellos, no dejarán de ser independentistas como yo no voy a dejar de ser federalista”, dice el portavoz socialista.
El propio expresidente Jordi Pujol, que está a punto de estrenar libro, asegura en él que el independentismo debe replegarse. “La carta de Junqueras y la llamada de Pujol responden a que han visto la situación en la que está el independentismo. Recuerdo hace dos años que en una encuesta del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales se veía que el sector más duro y convencido del independentismo había quedado reducido a un millón de personas. Y ha habido por parte de los partidos independentistas, y de ERC principalmente, una adecuación a la situación. Ahora estamos entrando en esta fase nueva, en la cual, ERC se va a jugar su credibilidad en este intento de entente con el Gobierno central”.
Solo se la juegan dos
El encuentro de Aragonès y Sánchez junto a la patronal catalana fue el inicio de la pipa de la paz. Los dos dirigentes son conscientes de que arriesgan más que nadie: “Pedro Sánchez y ERC se la están jugando frente a dos bloques que intentarán hacer fracasar esto: los duros del independentismo, es decir Junts, y la derecha. ¿Posibles escenarios? Habría uno de cierto éxito, de avances en la normalización de las relaciones entre Generalitat y Gobierno central. Y que el sector duro vaya perdiendo argumentos y fuerza, pero la clave no va a estar en el escenario catalán, sino en el conjunto de España. No deja de ser reseñable que haya dirigentes del PP que se borren de Colón… El elemento que va a decidir el escenario va a ser el resultado electoral en el resto de España. Vamos a tener un primer atisbo en las municipales. Y, si la situación no empeora, no vamos a tener avance de generales. De aquí a 2023 hay dos años para generar ese escenario de normalización. Aunque ERC va a notar la presión y no va a seguir una línea recta. En función de cómo van las expectativas electorales, veremos si esto acaba bruscamente. Y, desde luego, si existe gobierno de Pablo Casado con PP y Vox con mayoría en el Congreso, todo este recorrido se truncará”, augura Bartomeus, de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Para que eso no ocurra, el PSC tiene clara la receta: “Hay que buscar un espacio para ponernos de acuerdo y para que convivan dos formas compatibles de entender el país. Puede haber espacios en los que se plantee un mayor autogobierno para Cataluña, donde se plantee de una vez una mejor financiación de todas las comunidades autónomas, también de la nuestra. O incluso el reconocimiento como nación que ya hemos hecho alguna vez. Pero creo que todo irá hacia una desmovilización del independentismo o, como mínimo, a que no haya tanta crispación”, vaticina el portavoz del PSC. La política son estados de ánimo.