El huracán de Kiko Amat
Cuando uno lee la biografía de Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) es como si estuviera ante el Bukowski o el John Fante español: abandonó los estudios a los diecisiete años, fue mod, cleptómano, disquero, cajero en McDonald's, operario de cadena de montaje en la fábrica de Seat en Martorell, kioskero, vigilante de camping, cartero comercial y camarero de un gran hotel.
A esta imagen de escritor underground o marginal contribuyeron también sus anteriores novelas, donde sus personajes eran más bien maniqueos, sin matices, reivindicativos, que vivían en una lucha de clases permanente. Eran historias que rendían explícitos homenajes a la música y a la cultura pop. Pero ahora, todo eso ha virado a una mayor madurez narrativa, y Kiko Amat se ha desmarcado con un novelón extraordinario, Antes del huracán (Anagrama), en el que habla de muchas cosas (la pobreza, el barrio marginal, la locura, las familias rotas, la amistad, la soledad, etc) y lo hace escarbando en las zonas grises del ser humano (ya no hay blancos o negros), con mucha sabiduría narrativa y un lirismo contenido. Kiko Amat ha pergeñado una de las grandes novelas del año.
Esta es tu quinta novela y en ella te has despojado de elementos que te lastraban en novelas anteriores. ¿Qué es lo que te ha llevado a ello?
Querer estar en cada página es un tic común del debutante alborotado. Con el tiempo he ido viendo que lo interesante es esfumarse del texto. Arrancar toda opinión y todo juicio, así como toda referencia al universo personal, o la personalidad, del autor. Lo único importante es la historia. Yo crecí leyendo a Vonnegut, Brautigan, Limónov o Nik Cohn, autores un poco desaforados, onomatopéyicos, muy pop, con estilos volcánicos de los que no podías huir, que ardían en cada renglón y en cada párrafo. Esos autores fueron mi tercera rueda de bicicleta; me enseñaron a andar. Y les estoy muy agradecido por las enseñanzas. Pero llegó un momento en que la tercera rueda ya no tocaba suelo. Mi estilo y mi ambición habían crecido. No podía enfrentarme a una historia como la de Antes del huracán con martillitos de juguete, me hubiese lastimado a mí y al lector. Aquello requería maquinaria pesada. Por añadidura, me hice mayor. A los 47 años ya no te resulta natural escribir en modo pop. Maduras, por repugnante que sea la palabra.
Antes del huracán es una novela muy ambiciosa y lograda. ¿Cuánto tiempo te ha llevado escribirla? ¿Le diste muchas vueltas a la forma, a la estructura narrativa, o la tenías clara desde el principio?
Dos años, solo que en modo total. No hice nada más que esto. Y estuve a punto de abandonar muchas veces. Pero el "viejo espíritu del bulldog inglés que se resiste a admitir derrota", que diría Bertram Wooster, imperó. La novela empezó como una comedia ligera al modo inglés, solo que ambientada en un hospital psiquiátrico. Todo cambió cuando apareció la necesidad de dotar de una infancia a mi protagonista, Curro, y afloró la parte oscura, más dura y trágica, del libro. A la vez, eso obligó a cambiar a tercera la persona de la parte frenopática. Lo más arduo, sin embargo, fue el estilo: quise despojarme de todo lo sobrante, de todo juicio y toda ingeniosidad y toda ironía, y dejar solo el esqueleto. Una prosa cada vez más fluida, sin referentes subculturales o chistes privados o ganas de hacerme el listo que pudiesen hacer tropezar al lector. Quise ampliar el angular, que cupiese más gente, llegar a un público lector potencial más extenso. Siempre he querido ser un autor popular. Eso fue lo complicado, porque en realidad era como nadar a contracorriente, rechazando lo que para mí era innato: la voz un poco excesiva, siempre inmoderada y sarcástica, algo privada y rara, que había desarrollado en Rompepistas, por ejemplo. Ahora soy un escritor mucho más lacónico.
En la primera página dices que "te has inventado todo esto", pero le lector no para de preguntarse ¿qué hay del Kiko Amat real en ella? ¿Cuánto realmente es inventado?
Creo que muchos autores, entre los que me incluyo, hemos pasado años exagerando en entrevistas la verdad implícita en nuestra narrativa. Los novelistas somos mentirosos. Yo ya lo era de niño, a menudo sin ningún tipo de objetivo práctico (creo que simplemente me gustaba mentir, y punto). Ni siquiera las novelas "vivenciales" que presenté como "la historia de mi adolescencia" lo eran de veras. Todas mis novelas son invenciones. Todos mis personajes son inventados. Algunas de aquellas novelas, como Rompepistas, sí contenían una verdad emocional que se asemejaba a la de mi adolescencia real. Pero la historia, la trama, era una ficción. Antes del huracán es ficción de cabo a rabo, sí, pero es que las anteriores también lo eran. Curro Abad no es un trasunto mío, aunque pueda parecerlo. Para plasmar sus magulladuras me tuve que rascar las mías, nada más.
Tú dejaste los estudios a los 17 años. ¿Esto cómo te ha impactado en tu formación literaria? ¿Has notado reticencias o menosprecio por parte del establishment cultural?
Bueno, supongo que soy todo lo que le resulta repelente a la alta cultura: un escritor de clase obrera, autodidacta, no desclasado y que ignora el canon "serio" u oficial. Que no viene de la tradición académica clásica y que no siente ningún tipo de fascinación hacia la vida literaria ni los copetines de la industria. Y que, para colmo, no solo no escribe para un minúsculo gueto subcultural -si escribiese solo sobre tribus y rock and roll creo que la alta cultura me consideraría un buen salvaje que conoce su lugar- sino que publica en la colección "seria" de una editorial intachable (Anagrama) y tiene la desfachatez de vender unos cuantos miles de libros. A la vez, y aunque la alta cultura es inherentemente clasista y elitista, no puedo decir que me haya salpicado su posible desprecio. Sería distinto si, como los autores de clase obrera de los años setenta españoles, mi sueño hubiese sido formar parte de la camarilla coctelesca de la gauche divine. Pero ese mundo me resulta ajeno. No me interesa demasiado la opinión de la crítica literaria, la verdad, ni para bien ni para mal. Me interesa que me lea mucha gente. No literatos u hombres de letras, sino solo gente a quien le encantan las novelas. Es una distinción fundamental.
¿Se pueden hacer obras literarias relevantes desde la felicidad? ¿O las grandes obras solo llegan desde la insatisfacción y la adversidad?
Uno puede hacer felices a muchos lectores escribiendo, pero la literatura solo puede surgir de la alienación, la separación, la frustración y el maldito trauma. Uno de los motores de mi escritura es la ira y la rabia. Es fácil distinguir a los autores que están encantados consigo mismos y viven confortables en su piel, porque sus novelas son blandas, cursis y autocomplacientes. Un autor de novelas nunca encaja en sociedad, nunca acaba de pertenecer. Me resulta complicado creer que un ente genuinamente social y afable y benigno pueda escribir novelas de interés. La parte de la promoción del libro, de hecho, es una parte inevitable del proceso, pero nunca me resulta del todo disfrutable. No estoy en esto para posar en fotos ni para estrechar lazos sociales. Lo hago gustoso y agradecido -no hay nada peor que un novelista quejica-, y sé que es fundamental para vender libros, pero una vez terminada esa parte del proceso no puedo esperar a encerrarme en mi habitación a escribir. Es lo único importante para mí, el único momento de plenitud real. Sin el aislamiento no puede haber literatura de peso, en mi opinión. Un buen novelista debe aislarse.
Cuando empezaste a publicar, ¿te costó llegar hasta Anagrama?
No, fue pan comido. Pero no por eso estoy menos agradecido u orgulloso de ello. Los autores con mi pasado no damos nada por sentado. Todo es un regalo del destino, bendecible a cada nuevo paso.
¿Crees que es imprescindible tener agente literario para poder publicar en una editorial de prestigio?
Me consta que algunos autores buscaron agente antes de empezar a redactar el primer manuscrito, cosa que me llena de perplejidad y fascinación antropológica. Algunas prioridades se establecen así, aparentemente. Pero yo no he tenido agente hasta mi octavo libro, y siempre me ha ido bien. Si eres bueno, publicarás y serás leído. "Si lo construyes, vendrán", que decían en aquella película. Todo el esfuerzo debería concentrarse en estar encerrado mejorando tu escritura. Es lo único crucial de esto. Trabajar todo el tiempo. Lo demás es accesorio.
¿Se puede vivir de la literatura hoy día en España?
No. Solo puede hacerse si lo combinas con al menos una disciplina extra. Algunos sobreviven compaginando la escritura con la docencia, otros con las traducciones, otros con la escritura infantil o juvenil, otros con el periodismo. Yo lo decidí por eliminación. Odio dar clase o hablar en público, no me gusta traducir, y sería incapaz de escribir libros sin insultos terribles. Pero me gusta escribir artículos o críticas, entrevistar a autores que me gustan y prologar a mis héroes literarios. Con eso y los libros más o menos me apaño. Mucho más mal que bien, si tengo que serte sincero.
¿Qué autores son los que más te han marcado como escritor?
Cuando era joven: Nik Cohn, Colin McInnes, Vonnegut, Joe Heller, John Fante, Bukowski, Limonov, Hubert Selby Jr., el joven Richard Price, Richard Brautigan... Pero hoy en día prefiero a Richard Yates, Tobias Wolff, Harry Crews, Mary Karr, Cheever... Y John Fante.
¿A quién destacarías de tu generación? ¿Y de las anteriores?
De mi generación o las posteriores me gusta muy poca gente: Fernando San Basilio, Carlos Zanón, Carlos Pardo, Santiago Lorenzo, el Javier Calvo de la segunda etapa, Pablo Rivero y Laura Fernández. También Carlos Busqued. No vengo de una tradición literaria hispana, así que no puedo destacarte a demasiados autores españoles previos a mí. Casavella, supongo, Montalbán, el Mendoza del detective chiflado... Pero jamás diría que son una influencia. Les leí cuando ya había formado mi gusto y mi estilo en otros lugares, allende de nuestros mares.
¿Qué papel puede desempeñar la literatura en la sociedad actual, donde predominan la imagen y los contenidos de consumo rápido?
La literatura requiere concentración y pausa. Incluso si es un 'bolsilibro' o pulp salaz, tienes que dejar todo lo demás y concentrarte en la lectura. Supongo que son malos tiempos para un ejercicio de pausa, introspectivo y totalmente íntimo, como ese. Por añadidura, la literatura ya no es el lugar a donde vamos para que nos cuenten el mundo y nuestro lugar en él. Ese lugar lo ocupan ahora las series de televisión, por ejemplo. Así que todo pinta más o menos mal para la vieja novela. Pero sigo creyendo, al igual que Mikita Brottman, que la literatura es -junto al pop- el arte con más potencial para proporcionarte placer duradero.
Ahora está muy de moda la denominada 'autoficción'. Tu novela parece que tiene un sustrato biográfico importante. A la hora de ponerte a escribir, ¿te planteaste ir por este camino tan de moda que es la 'autoficción'?
No me gusta la idea de la 'autoficción'. Ni siquiera la palabreja de marras. Toda literatura parte del yo, hablar de "literatura del yo" me parece una repetición innecesaria. Lo que pasa es que algunos autores lo enmascaran más y otros menos. Yo recomiendo enmascararlo más. Inventad más, por Dios. La vida de muchos autores no es demasiado épica, o romántica, o trepidante, ni siquiera novelizable. Creo que es razonable pedir que esos autores, al menos, escriban novelas protagonizadas por dinosaurios ye-yé en una máquina del tiempo. Con meteoritos y asesinatos y el puro armagedón. Es una petición deontológica.
La reflexión que haces en la novela sobre la locura y la "normalidad" es muy interesante. Te traslado la pregunta que se hace Curro a sí mismo en algún momento del libro: ¿cómo es posible no acabar loco en este mundo tan perverso e ilógico?
Me lo pregunto a menudo. Todo apunta a que la fractura de la cordura y el desvío hacia el delirio -o su pariente aceptable: la evasión a toda costa- son las únicas respuestas sensatas a un mundo cruel y azaroso y decepcionante por definición.