El hambre en el mundo sigue haciendo estragos
La situación puede tornarse más dramática en los próximos años: se estima que en 2050 la población de la Tierra rondará los 10.000 millones de habitantes.
“El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres...”
Miguel Hernández, ‘El Hambre’
El pasado 12 de julio vio la luz El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021, una publicación anual realizada por la FAO, el FIDA, la OMS, el PMA y UNICEF. El gran titular es demoledor: en 2020 entre 720 y 811 millones de personas en el mundo padecieron hambre. Si tomamos el punto medio de este rango (768 millones), llegamos a la conclusión que en 2020 pasaron hambre 118 millones de personas más que en 2019. Eso no es todo: en 2020 alrededor del 12% de la población mundial se vio afectada por una situación de inseguridad alimentaria grave (es decir 148 millones de personas más que en 2019). Es cierto que gran parte de este aumento se debe a los devastadores efectos del COVID, pero el informe publicado el año anterior (con datos pre-pandemia) ya apuntaba a un repunte en el aumento de hambrientos.
Si indagamos un poco en el estudio nos toparemos con cifras escalofriantes. Por ejemplo, se estima que el 22% (149,2 millones) de niños menores de cinco años sufrió retraso del crecimiento. Si nos atenemos a estos resultados, parece que el objetivo de acabar con el hambre en el año 2030 está cada vez más lejos. En España la situación también es muy preocupante. Según los datos del informe, en el periodo 2018-2020 un total de 4,1 millones de personas vivieron una situación de inseguridad alimentaria moderada o severa. Eso equivale a un 8,8% de la población (como referencia, en el periodo 2014-2016 el porcentaje fue de 7,1%).
Así pues, el hambre sigue causando estragos. Y la situación puede tornarse más dramática en los próximos años: se estima que en 2050 la población de la Tierra rondará los 10.000 millones de habitantes (actualmente somos 7.900 millones). Se plantea, pues, un reto enorme: ¿cómo alimentaremos a las nuevas generaciones si ya no somos capaces de hacerlo en la actualidad? Va a ser necesario un esfuerzo en tres direcciones.
En primer lugar, ha de haber una voluntad política de reducir la desigualdad y también asegurar que todas las personas tienen acceso a una alimentación digna: como ciudadanos vamos a tener que decidir si apostamos por la fraternidad y el bien común o si preferimos que el único criterio sea la mano invisible que Adam Smith describió en su estupendo libro “La Riqueza de las Naciones”.
Una segunda línea de trabajo ha de centrarse en la reducción del despilfarro de comida: recordemos que esta tragedia del hambre sucede mientras que un tercio de los alimentos son despilfarrados (¡sí, un tercio!). Un reaprovechamiento de los excedentes alimentarios se antoja un asunto de importancia capital.
La tercera área de actuación ha de centrarse en una apuesta decidida por la proteína alternativa. El actual modelo agroalimentario basado en la ganadería intensiva tiene un impacto nocivo sobre el medio ambiente; asimismo el consumo excesivo de carne (especialmente la carne roja) está asociado con problemas de salud. Es necesario que apostemos por nuevas fuentes de proteína y aquí la buena noticia es que numerosas entidades y empresas están invirtiendo recursos para poner a nuestro alcance “proteínas alternativa”. Hablamos de alimentos basados en vegetales y legumbres, productos elaborados a partir de insectos, “carne” criada en laboratorio a partir de células y que se imprime en 3-D, hamburguesas producidas a partir de setas y hongos, el consumo de algas y un largo etcétera. Se trata de iniciativas que utilizan la tecnología y que por tanto, pueden contribuir a resolver el problema del hambre y al mismo tiempo generar numerosos puestos de trabajo.
En resumen, acabar con el hambre sigue siendo una asignatura pendiente para la humanidad. Así que ya va siendo hora de ponernos manos a la obra.