'El Golem': aciertos, desaciertos y Vicky Luengo
La gran apuesta del Centro Dramático Nacional para esta temporada.
Sin duda alguna, el estreno de El Golem en el Teatro María Guerrero es el estreno teatral del mes. Por un lado, por Juan Mayorga, su autor, que lleva dando muchos éxitos seguidos y que acaba de triunfar por todo lo alto con Silencio en el Teatro Español. Un triunfo más popular o comercial que crítico, al que contribuía de forma importante las habilidades actorales de Blanca Portillo.
Por otro, es la gran apuesta del Centro Dramático Nacional (CDN) para esta temporada. Motivo por el que ha puesto toda la carne en el asador. Es decir, la dirige Alfredo Sanzol, el director de dicho centro, y ha sido elegida la obra que el CDN girará por toda España, allá donde quieran verla y la contraten.
¿Se corresponde esta expectación con lo que ofrece la obra? Vamos allá. El texto es un texto oscuro sin necesidad. Moroso. Como su autor es filósofo y matemático de formación, sus referencias son bastantes solventes (en esta obra apela a Walter Benjamin), y junta y usa palabras como nadie, esa oscuridad se asimila a complejidad.
Pues va a ser que no, al menos tal y como se ve en escena. No se sabe muy bien que está pasando allí. Y no por su historia o anécdota, bastante sencilla. Una trabajadora del hospital se acerca a la esposa de un paciente. Le dice que, debido a los disturbios callejeros producidos tras el anuncio del Gobierno de reducir el número de tratamiento financiados, ella y su marido no podrán pagar la estancia hospitalaria. Así que mejor que se lo lleve.
Ante el desconcierto de la protagonista, le ofrece ayudarla si se aprende un libro escrito en un idioma que desconoce. ¿Por qué es esta pareja la elegida? ¿Por qué es la esposa la que tiene que aprendérselo? ¿Por qué primero le dice que huya y luego se ofrece a ayudarla sin ninguna justificación? ¿Por qué tiene que aprenderse ese texto y no otro?
No hay que buscar las respuestas. No las hay. Y, tal vez, el espectacular montaje y la inteligente dirección de Alfredo Sanzol, una dirección de trilero mayor, evita que cualquiera que se siente en la butaca se haga estas preguntas.
Entre otras cosas porque la puesta en escena de Sanzol hace brillar, como él sabe hacer, aquellos momentos brillantes que tiene el texto de Mayorga, que tenerlos los tiene ¡Menudo monólogo final! Un monólogo que adquiere una significación especial en las circunstancias actuales de la invasión de Ucrania.
Para ello ha recurrido a su escenógrafo de cabecera, Alejandro Andújar, que a su vez ha recurrido a la misma filosofía que aplicó en El bar que se tragó a todos los españoles. Aunque ahora la ha simplificado y la ha oscurecido, ennegrecido. Alineándose con la lectura que del texto se hace en este montaje. Y que hace olvidar que los hospitales, como en el que sucede la obra, las paredes son blancas y el suelo claro.
Una escenografía que mueven cuatro actores en escena, como si fueran tramoyistas. Un baile de paredes móviles que permite a Sanzol montar la obra como un thriller psicológico. Cercano a las películas de terror o suspense de David Fincher y los momentos menos gore de El resplandor de Kubrick. Impresión a la que también contribuye la música de Fernando Velázquez, que recuerda mucho a la que hace Alberto Iglesias para los thrillers melodramáticos de Pedro Almodóvar.
Parece que todo esto tiene como objetivo mostrar cómo las palabras transforman a los cuerpos. Cuerpos que no son otra cosa que repositorio de palabras. Están llenos de palabras. De ahí que su título incluya al mitológico golem, ese monstruo-robot que está dormido y que se despierta con palabras de socorro para defender al pueblo elegido, a los judíos. Defensa tras la que morirá.
Metáfora de lo que le pasa a la protagonista leyendo el libro que le han encargado aprenderse, memorizar y luego repetir. Una transformación radical. Personaje que interpreta Vicky Luengo (Antidisturbios). La actriz está de antología, sobre todo en el final que defiende sola casi en el borde del escenario. Su trabajo es extraordinario, más cuando todo el misterio que ella pone en escena no parece estar en el texto. Más cuando ella lleva casi todo el peso de la función en un espacio casi desnudo que es capaz de llenar.
Así que esta historia, sobre la capacidad de las palabras para transformar a los seres humanos que las usan y las aprehenden, deja un extraño regusto. Sensación que quizás se vea acrecentada por las altas, altísimas, expectativas con las que se va a ver las obras de Mayorga y de Sanzol. En este caso, más altas si puede porque coincidían los dos.
Unas expectativas que se cumplen por momentos. Momentos entre los que parece que hay continuidad por tres elementos. La escenografía de Andújar, aparatosamente sencilla, que tan bien ha sabido usar Sanzol. La música de continuidad de Fernando Velázquez. Y, como ya se ha dicho, el trabajo que hace Vicky Luengo.