El futuro de la Unión Europea y el cambio climático
Este artículo ha sido escrito conjuntamente por Teresa Ribera, directora de IDDRI (Paris), Antxon Olabe, economista ambiental y ensayista y Mikel González-Eguino, investigador en el BC3 (Bilbao)
El filósofo Diógenes de Sinope acostumbraba a caminar por las calles de Atenas en la Grecia clásica portando, a plena luz del día, un candil con la esperanza de "encontrar ciudadanos justos". En la Europa de hoy, Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, camina por las capitales de los 27 Estados miembros (tras la decisión del Reino Unido) buscando europeístas fervientes que se comprometan a sacar a la Unión Europea del estado de desorientación en que se encuentra. En lugar de un candil, porta el Libro Blanco con el que aspira a abrir el debate político que culmine en una refundación de la Unión. La cumbre del 25 de marzo, con ocasión del 60 aniversario de la aprobación del fundacional Tratado de Roma, es el primer hito de ese proceso con el que se espera clarificar la idea y el proyecto de Europa.
En efecto, la Unión Europea se enfrenta a un momento decisivo. Sometida a diferentes crisis dentro y fuera de sus fronteras, Europa ha de responder de forma creativa y convincente a la pregunta de cómo impulsar un modelo de progreso que responda a los intereses de sus gentes, en especial las más jóvenes, que genere empleo y reduzca la elevada desigualdad, que garantice la seguridad frente al terrorismo y promueva una gestión eficaz y humanitaria de sus fronteras, que impulse una globalización al servicio de las personas y su bienestar y no al servicio del sistema financiero y los flujos de capitales, que le permita mantener una presencia relevante en la escena internacional.
La respuesta que ha de surgir de ese proceso de autocomprensión renovada es importante porque estamos, una vez más, ante el retorno de los brujos. Oleadas de xenofobia contra personas inmigrantes y refugiadas, exaltación del nacionalismo económico y político, ascenso del extremismo ideológico reaccionario, afirmaciones neoimperiales. Europa conoce bien esas fuerzas oscuras. Pagó un precio inmenso en la primera mitad del siglo XX por sucumbir a ellas, y esa lección de la historia no ha de ser jamás olvidada. Ante ese retorno del oscurantismo retrógrado, Europa ha de renovar su defensa de los valores ilustrados de paz, libertad, derecho, multilateralismo y solidaridad que, desde su fundación, han estado en el corazón de la Unión, si bien no siempre se les ha honrado debidamente como en la reciente crisis de los refugiados.
En el marco de esa reflexión sobre el futuro de Europa queremos destacar la labor que la Unión ha realizado desde 1990 en defensa de una causa colectiva de alcance universal: la acción contra el cambio climático. Si bien somos conscientes de las insuficiencias y contradicciones surgidas en el camino, afirmamos, desde el conocimiento que nos proporcionan veinticinco años de experiencia sobre el terreno, que los logros nacionales, europeos e internacionales en materia de cambio climático no se hubieran alcanzado sin la Unión Europea. Con frecuencia, se demanda, con razón, una Europa que ofrezca resultados e ilusione a la ciudadanía. Pues bien, nosotros, que desarrollamos nuestra actividad profesional e investigadora en una red de instituciones y colegas europeos, sostenemos que la existencia de la Unión Europea ha sido decisiva para logar resultados importantes ante el cambio climático.
La Unión Europea ha sido entre las grandes economías quien con más claridad y compromiso ha luchado contra la alteración antropogénica del clima desde que en 1990 el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) emitió su primer informe. Entre 1990 y 2015, la UE ha disminuido un 22% sus emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que la economía ha crecido un 50% en términos reales. Una Europa de 500 millones de personas ha mostrado a lo largo de una generación que el desacoplamiento entre desarrollo y emisiones es factible si la voluntad política es clara y sostenida en el tiempo. Su agenda integral sobre clima y energía ha sido pionera en el mundo, destacando la creación de un mercado de compra-venta de permisos de emisión que afecta a más de la mitad de las emisiones dentro de la UE, así como los programas para la promoción de la eficiencia y las renovables. En la actualidad, las energías renovables representan el 17% del mix energético europeo y alcanzarán el 20% en 2020. En países como España, el porcentaje de renovables en el sistema eléctrico alcanzó en 2016 el 40%, algo impensable a comienzos de la pasada década.
En la arena internacional, la presencia y el compromiso de la Unión Europea han resultado decisivos para la aprobación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, 1992, la firma del Protocolo de Kioto, 1997, y el Acuerdo de París en 2015. Si en la actualidad la comunidad internacional dispone de una arquitectura universal desde la que abordar de forma colaborativa el problema del cambio climático (el mencionado Acuerdo de París), es porque desde 1990 la Unión Europea nunca ha bajado los brazos y siempre ha empujado en la dirección correcta. La posición de la Unión Europea fue clave en el pasado cuando la Administración Bush se retiró del Protocolo de Kioto y es hoy imprescindible cuando la administración Trump se plantea abandonar todo compromiso sobre el cambio climático. Afortunadamente, a diferencia de hace quince años, hoy la Unión Europea no está sola entre las grandes economía,s ya que cuenta con la crucial colaboración de otros muchos, incluida China, responsable de la cuarta parte de las emisiones globales y segunda economía mundial.
Los informes más recientes de la ciencia del clima insisten en que el cambio climático se está acelerando. El período 2017-2030 es crucial para reconducir las emisiones globales y evitar un incremento de la temperatura de la superficie de la Tierra por encima de los 20C, tal y como se acordó en París. Los actuales compromisos nacionales están todavía lejos de garantizar ese umbral de seguridad. El objetivo aprobado en París requiere que las emisiones globales alcancen su zénit en 2020-2025 y después se reduzcan de forma drástica y continuada. En el caso de la Unión Europea, han de reducirse como mínimo el 90% respecto a las de 1990 a mediados de este siglo. La tarea es formidable. Tras el cambio de posición por parte del Gobierno de Estados Unidos, sin una Europa fuerte y unida que continúe liderando el compromiso de la comunidad internacional hacia una economía global descarbonizada, la crisis del clima se adentrará en un territorio muy hostil.
Al mismo tiempo, y en buena medida como respuesta a la alteración del clima, está emergiendo un nuevo paradigma energético plagado de oportunidades. Con una visión amplia y a largo plazo, la Unión Europea habría de situar en el corazón de su proyecto de futuro el objetivo de liderar la transición mundial hacia un sistema energético descarbonizado. Además de ser la mejor respuesta al cambio climático, esa transformación incluye un enorme potencial de generación de empleos verdes (ya suman los cuatro millones en la UE), y proporcionaría los mimbres para un impulso cualitativo a nuestros sistemas científico-tecnológico, industrial y de innovación. Coherencia obliga por lo que, en esa dirección, un paso imprescindible y urgente es eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles, especialmente al carbón, que todavía persisten en muchos Estados miembros, recursos que podrían ponerse al servicio de una reconversión industrial hacia una economía verde y unas ciudades más saludables.
La Unión Europea cumple 60 años. Si miramos hacia atrás en la historia de nuestro continente, reconocemos y celebramos el período más fértil de libertad, democracia, Estado de derecho y fraternidad de la historia de las naciones europeas. La salida del Reino Unido del club europeo seducida por los cantos de sirena de los demagogos de turno, es una pérdida notable que nos obliga a repensar y redefinir nuestro proyecto compartido. Los logros conseguidos en materia de protección de clima de la Tierra por parte de la Unión Europea son un ejemplo concreto y real de la importancia de caminar juntos. Confiamos en que en buena parte de las capitales el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, encuentre europeístas fervientes convencidos de que la ciudadanía europea y el mundo necesitan una Europa fuerte, unida y solidaria que ayude a dar respuesta a los numerosos y complejos desafíos que tenemos como sociedad global, entre los que el cambio climático ocupa un lugar central.