El fracaso de las políticas de Trump provocó el chapucero intento de golpe de Estado en Venezuela
La ridícula operación ha sonrojado a la oposición venezolana y ha suscitado la pregunta de si Guaidó podrá sobrevivir políticamente.
Parece sacado del guion de una película mala de Hollywood o una propaganda de agitación que ha salido mal: en la mañana del domingo 3 de mayo, una unidad de supuestos mercenarios con el apoyo de una pequeña agencia de seguridad estadounidense intentaron dar un golpe de Estado en Venezuela para acabar con el régimen de Nicolás Maduro.
El plan fue un rotundo fracaso. La primera lancha rápida de los mercenarios fue interceptada inmediatamente por el ejército venezolano y la segunda, por pescadores mar adentro, en gran parte porque quienes les respaldaban telegrafiaron en repetidas ocasiones sus planes a las fuerzas de seguridad de Venezuela y al resto del mundo.
“Lo sabíamos todo”, aseguró Maduro en una emisión en la que anunció que habían abatido a ocho de los golpistas y arrestado a, al menos, otros doce, incluidos dos veteranos estadounidenses que permanecen ahora bajo custodia de Venezuela.
El ex boina verde Jordan Goudreau, dueño de la empresa de seguridad Silvercorp USA, asumió en Twitter y ante la prensa la responsabilidad de la operación tan ridículamente frustrada por los venezolanos. Pese a este fracaso, aseguró que cuenta con muchos hombres en Venezuela y que sus esfuerzos contra Maduro continuarán.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que lleva desde que accedió al cargo tratando de acabar con el régimen de Maduro, afirma que ni él ni Estados Unidos estaban al corriente.
No hay pruebas (todavía) de que la Administración Trump esté detrás de la operación. Incluso los escépticos de la campaña de “máxima presión” contra Maduro piensan que el intento de Goudreau era demasiado chapucero como para haber sido orquestado por Estados Unidos.
“Considero inviable que Estados Unidos haya tenido cualquier implicación”, sostiene Fernando Cutz, antiguo asesor sobre Latinoamérica en el Consejo de Seguridad Nacional durante las legislaturas de Obama y de Trump hasta 2018. “No hubo logística y las cifras fueron un chiste. Está claro que no hubo inteligencia. Unos estudiantes de instituto podrían haberlo hecho mejor”.
Pero eso no significa que Trump y Estados Unidos estén libres de responsabilidad. La estrategia que ha mantenido la Administración Trump durante años sembró la creencia de que una operación tan descabellada como la de Goudreau podía tener éxito para acabar con Maduro.
Desde que Estados Unidos reconoció a Juan Guaidó como el presidente legítimo de Venezuela en enero de 2019, la Administración Trump ha aplicado un enfoque simplista y confuso a la crisis de Venezuela, lanzando a menudo mensajes y planes contradictorios. Trump y sus consejeros han insinuado constantemente que usarían la fuerza militar para acabar con el régimen de Maduro si era necesario, aunque esas afirmaciones no han dejado de ser amenazas vacías y poco plausibles. La Administración Trump ha alegado que Maduro es un gobernador autoritario y corrupto, suficientemente poderoso para destrozar la democracia venezolana y malversar sus recursos en beneficio propio, pero siempre han señalado que está sentado en un trono de naipes que se derrumbaría al mínimo toque.
Trump dio esperanzas a muchos venezolanos, sobre todo a quienes viven en Estados Unidos, al asegurar que la salvación de Venezuela llegaría desde el norte. Al mismo tiempo, les defraudó adoptando una estrategia pensada exclusivamente para ganar Florida en noviembre apelando a los votantes contrarios a Maduro y a sus aliados del régimen comunista cubano.
“A Trump le gusta decir que tiene todas las opciones sobre la mesa, lo que, evidentemente, nunca ha sido cierto”, explica Mark Feierstein, consejero de Obama sobre Latinoamérica en el Consejo de Seguridad Nacional. “Eso supone dos riesgos: en primer lugar, en Venezuela ahora existe la esperanza de que una fuerza extranjera les salve; y en segundo lugar, básicamente existe libertad para intentar toda clase de operaciones locas, peligrosas y contraproducentes como la que acabamos de ver”.
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Goudreau ha cometido muchos errores. Uno de ellos fue tomarse las palabras de Trump de forma literal, y con el anuncio de que el Departamento de Justicia ofrecería una recompensa multimillonaria para quien capturara a Maduro, era inevitable que alguien intentara algo así.
“Cuando resumes todos los problemas de Venezuela en una sola persona, cuando insistes en que no es un Gobierno legítimo, sino un grupo de narcotraficantes, y cuando pones precio a sus cabezas, me sorprende que no se hayan presentado más cazarrecompensas”, ha declarado esta semana un antiguo oficial de la Administración Trump. “Nuestra postura genera esta clase de problemas, este nivel de ineptitud”, prosigue.
Desde que Trump reconoció a Juan Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela en enero de 2019, la Administración Trump ha basado su campaña en un puñado de supuestas verdades: que Maduro es un líder ilegítimo con poco apoyo popular, que los militares que le protegen le darían la espalda para apoyar una alternativa de Gobierno más creíble y que la presión internacional logrará que su Gobierno caiga.
La realidad ha resultado ser distinta. Maduro es más fuerte de lo que se intuía pese a la crisis que asola su país, un colapso económico que ha obligado a unos 4 millones de venezolanos a buscar refugio en el extranjero. Guaidó en realidad tenía poco poder. Nunca fue una opción realista que Estados Unidos iniciara una guerra o realizara operaciones militares a pequeña escala en Sudamérica, ya que ni siquiera los nuevos gobernantes de derechas querrían la mala fama de brindar apoyo militar a Estados Unidos ni cargar con un derrocamiento que probablemente sería violento.
Las dos primeras ofensivas de Estados Unidos y Guaidó no tuvieron éxito. En febrero de 2019 trataron de provocar una confrontación con Maduro mediante el envío de ayuda humanitaria a traves de la frontera con Colombia, pero acabó siendo propaganda contraproducente. Dos meses más tarde, Guaidó orquestó un pobre alzamiento militar que apenas contó con el apoyo de unos pocos miembros del Ejército y que se diluyó en cuestión de horas.
Estos fracasos reforzaron la creencia entre los adversarios más firmes de Maduro de que el principal motivo por el que sigue en el poder es porque Estados Unidos no ha tomado ninguna acción militar, pese a sus constantes amenazas. Cualquier defensor de la retórica extremista de Trump ―por ejemplo, un veterano de las Fuerzas Especiales y una empresa de seguridad ansiosa por labrarse un currículum internacional― podría haber deducido que era bastante plausible que invadir Venezuela fuera el siguiente paso. En vez de eso, Guaidó empezó a negociar con Maduro y Estados Unidos siguió añadiendo sanciones económicas a Venezuela, lo que ha constituido la parte central de su estrategia.
En septiembre, Trump despidió repentinamente a su consejero de seguridad nacional, John Bolton, autor de algunos de los discursos más agresivos contra Maduro. En Washington, la mayoría de los expertos sobre Latinoamérica rechazaban las acciones de Bolton, incluidas sus insinuaciones sobre un despliegue de tropas. Su despido dejó claro que Estados Unidos no tenía ninguna intención de intervenir militarmente y que solo iba de farol.
“Había muchos exiliados venezolanos que de verdad habían empezado a creer que el ejército estadounidense se iba a presentar en las calles de Caracas”, comenta Cutz. “Al interiorizar esa esperanza y luego darte cuenta de que Estados Unidos en ningún momento tuvo pensado invadir Venezuela, la gente se siente decepcionada y frustrada. Y es entonces cuando la gente de la calle empieza a tomar las armas por su cuenta”.
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La oposición encabezada por Guaidó es una coalición poco cohesionada de moderados que buscan la vía democrática, radicales que piensan que eso es una pérdida de tiempo y todas las posturas que hay entre medias. Y cuando Guaidó inició negociaciones el verano pasado, los miembros más radicales de la oposición empezaron a verle como “un político que se ha rendido y no ha aprovechado su oportunidad”, sostiene Temir Porras, exconsejero de Hugo Chávez que ahora se opone al gobierno de Maduro.
Atrapado en una frágil posición, Guaidó aparentemente ha ordenado a la oposición que empiece a urdir un “plan C”: secuestrar a Maduro y tumbar su Gobierno, según The Washington Post.
Goudreau llevaba mucho tiempo interesado en la crisis de Venezuela. Según un publicación ya borrada de Instagram, Silvercorp USA fue el proveedor de seguridad de un concierto benéfico organizado por el multimillonario Richard Branson en Cúcuta (Colombia) y de la supuesta misión humanitaria que Estados Unidos y Guaidó esperaban que minara el poder de Maduro.
En mayo, tras el fracaso del alzamiento militar de Guaidó, Goudreau acompañó al exguardaespaldas de Trump, Keith Schiller, a una reunión en Florida con miembros de la oposición. (Al parecer, Schiller no acabó convencido y asegura que no volvió a hablar con Goudreau después de la reunión). Más tarde, Goudreau se puso en contacto con Clíver Alcalá, un exgeneral venezolano que planeaba derrocar a Maduro con la supuesta ayuda de 300 desertores venezolanos a quienes Goudreau se ofreció a adiestrar, según The Associated Press. En agosto, el ex boina verde Beret armó un plan de invasión para los inversores estadounidenses, informó The Military Times la semana pasada.
El Plan C le dio a Goudreau una vía de entrada. En septiembre, le comunicó su idea a JJ Rendón, el exiliado venezolano a quien Guaidó puso al mando de desarrollar el plan, según el Post. Goudreau se ofreció a derrocar a Maduro a cambio de una recompensa de $212.9 millones de dólares (196,88 millones de euros), menos de la mitad de lo que pedía la competencia.
No está claro cómo de serio era el Plan C. Rendón y Goudreau alcanzaron un acuerdo contractual, pero al final la oposición se echó atrás por temor a que el plan del ex boina verde fuera demasiado errático. Guaidó presuntamente no tuvo conocimiento de dicho contrato y la oposición no llegó a apoyar financieramente la operación.
Pero el hecho de que tal operación existiera es una señal de la desesperación que había en el seno de la oposición conforme las estrategias propuestas por Estados Unidos se volvían cada vez más insustanciales, más allá de que solicitaran más presión por parte de los países europeos y latinoamericanos. El Plan C también era un apoyo a la idea de que, para la oposición, todas las opciones seguían sobre la mesa, aunque para el presidente de los Estados Unidos no fuera así.
Cuando la oposición venezolana se echó atrás también, los rebeldes se quedaron solos. Trump y Guaidó, ahora, han vuelto a insinuar que sería necesario un enfoque militarizado, pero ambos se han negado a llegar tan lejos. El plan de Goudreau se apoyaba en muchas de sus suposiciones iniciales: que derrocar a Maduro era solo cuestión de entrar en el país, convencer a los disidentes del Ejército y de las Fuerzas de Seguridad y ofrecerles a los hartos venezolanos una alternativa. A diferencia de Trump y Guaidó, Goudreau sí que estaba dispuesto a pasar a la acción.
Montó campamentos en Colombia para adiestrar a los disidentes militares venezolanos y, utilizando sus aparentes enlaces con Trump (Silvercorp se encargó de la seguridad de un mítin de Trump en 2018, según Bellingcat), Goudreau consiguió convencer a los venezolanos a su servicio de que contaban con la protección del Gobierno estadounidense.
Este plan, ya deficiente de por sí, empezó a colapsar a finales de marzo cuando el Departamento de Justicia imputó a Maduro y a otros altos funcionarios de su Gobierno con cargos de narcotráfico y puso una recompensa de 15 millones de dólares (13,87 millones de euros) a su cabeza. Alcalá, el exgeneral que colaboraba con Goudreau, se encontraba entre los imputados por narcotráfico. Después de pregonar los planes para ejecutar el golpe de Estado por las redes sociales, se entregó a las autoridades colombianas y fue deportado a Estados Unidos, donde permanece encarcelado. El 1 de mayo, The Associated Press informaba de que “prácticamente todo” el plan había salido mal.
Dos días después, los hombres de Goudreau intentaron entrar en Venezuela pese a todo. El resultado fue desastroso.
Atrapado en Florida, Goudreau no participó y no ha querido hacer declaraciones, pero todo apunta a que se dejó llevar por delirios de grandeza y la perspectiva de un buen botín.
“En ciertas partes del sur de Florida hay grupos realmente dispuestos a tomar las armas para acabar con el régimen comunista cubano y el régimen venezolano por la fuerza”, sostiene Cutz. “Cuando corren rumores y teorías de la conspiración, esos grupos empiezan a moverse. Creo que quienquiera que esté detrás de esta operación debe de tener mucha influencia en esos grupos”.
Es muy fácil reírse de Goudreau por perseguir a Maduro a lo Rambo, pero la Administración Trump también está muy implicada en esos grupos. Mauricio Claver-Carone, asesor jefe de la Casa Blanca sobre Latinoamérica y arquitecto de la estrategia de “máxima presión”, es un veterano de la comunidad radicalizada del sur de Florida, ha pasado casi toda su carrera tratando de evitar la relajación del bloqueo a Cuba y es considerado, incluso en Washington, uno de los radicales más intransigentes.
Si la campaña de Trump en Venezuela se ha basado en una realidad distorsionada, Goudreau la distorsionó hasta extremos desastrosos.
“Una de las razones por las que creen que la campaña de máxima presión va a funcionar es porque no piensan las cosas con cuidado y esta es la prueba”, asegura David Smilde, experto en Venezuela de la Universidad Tulane (Estados Unidos) y miembro de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos. “Esta perspectiva neoconservadora de que Estados Unidos tiene que liberar a Venezuela es una infravaloración de la sociología de una dictadura. Subestiman la complejidad del asunto. Esta disparatada operación tuvo lugar en ese contexto”.
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La ridícula operación ha sonrojado a la oposición venezolana y ha suscitado la pregunta de si Guaidó podrá sobrevivir políticamente. Ya caminaba al borde de la irrelevancia, señala Smilde, y ahora, Maduro ha aprovechado las conexiones entre Goudreau, Silvercorp y la Administración Trump para acusar a Estados Unidos, a Colombia y a la oposición de orquestar un golpe de Estado.
Existe un amplio consenso en Washington de que esta operación fallida pone en evidencia las graves deficiencias que tenía la estrategia de Estados Unidos, que ha seguido variando día tras día y de departamento en departamento entre esfuerzos diplomáticos y tácticas más agresivas ideadas con necedad.
“La maniobra de Guaidó y toda la estrategia para hacer caer a Maduro al designar a su sucesor y luego intentar derribar uno a uno sus apoyos no ha funcionado”, señala un antiguo oficial de la Administración Trump.
Roger Noriega, miembro del American Enterprise Institute y exconsejero de George W. Bush sobre Latinoamérica, coincide en que la estrategia de Estados Unidos tiene que cambiar. Pero Noriega, partidario de un enfoque duro que implicaría un uso “quirúrgico” de la fuerza, vio en el intento de golpe de Estado de Goudreau un indicador de que la oposición siente que ha agotado la vía diplomática.
“Este episodio es solo otro ejemplo más de lo contaminada que está la política”, opina Noriega. “Los líderes parecen muy duros, pero las jugadas están siendo tremendamente torpes. Trump no es el problema. Las personas radicalizadas no son el problema. Es la ineptitud de estos demócratas de carrera. ¿Cómo es posible que Goudreau estuviera actuando y estos expertos del Departamento de Estado no supieran nada? Es un escándalo. Es el mayor rídiculo de política exterior en Latinoamérica que he visto en los últimos 30 años”.
Nadie parece satisfecho con lo que pueda suceder a continuación. Maduro sigue afrontando enormes problemas, como la caída del precio del petróleo a nivel mundial, que está devastando todavía más la economía venezolana, además de la crisis del coronavirus, que probablemente desestabilice más el país. Pero será complicado retomar las negociaciones con un líder envalentonado que siente que sus advertencias sobre la posible invasión de Estados Unidos han quedado patentes y que no deja de luchar contra sus críticos y sus detractores.
“La faceta política de la oposición pagará las consecuencias de todo esto”, asegura Porras, exasesor de Chávez que ahora es profesor visitante de Ciencias Políticas en la Universidad de París. “Esto le servirá de pretexto al Gobierno para intensificar su postura. Me temo que cuando la gente presione a los políticos para que reanuden las conversaciones y solucionen el conflicto de una vez por todas, esta clase de acciones radicales e iniciativas estúpidas nos alejarán todavía más de la solución política”.
Los más intransigentes, como Noriega, argumentan que estas operaciones militares realizadas por aficionados no hacen más que reforzar su teoría de que solo una intervención militar acabará con el régimen de Maduro.
Pero Noriega también admite que no es probable que suceda.
“En ese caso, deberíamos dejar de fingir y empezar a pensar en otros modos de debilitar ese régimen tóxico y abordar la crisis humanitaria que posiblemente aflore”, indica.
La situación de Venezuela parece destinada a empeorar, pero las continuas habladurías de Trump sobre lo que se podría mejorar con una invasión de Estados Unidos sugiere que ni sus políticas ni su discurso van a cambiar, especialmente a solo seis meses de unas elecciones presidenciales que monopolizan su estrategia. Así lo cree Alexander Main, analista sobre Venezuela en el Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR), un grupo de expertos progresistas y mediadores internacionales.
“No es muy probable que cambien sus políticas antes de las elecciones presidenciales de noviembre, puesto que están basadas en la estrategia que tiene Trump para Florida”, concluye Main.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido ydel inglés por Daniel Templeman Sauco.