El feminismo de Ana Frank
Estosejemplos reflejan la conciencia feminista de Ana Frank, impropia de una quinceañera en la década de 1940.
Nacida el 12 de junio de 1929, Ana Frank pertenecía a una familia alemana de origen judío. La llegada de Hitler al poder alarmó a sus padres, Otto y Edith, quienes decidieron abandonar el país en 1933. Aunque lograron rehacer sus vidas en Holanda, el estallido de la Segunda Guerra Mundial volvió a colocarlos en una situación apurada. Sin posibilidades de emigrar y con una citación de las SS a nombre de Margot, hermana mayor de Ana, los Frank pasaron a la clandestinidad. Entre 1942 y 1944 permanecieron escondidos en el anexo de unas oficinas, que compartieron con otras cuatro personas: la familia Van Pels, compuesta por Hermann, Auguste y Peter, y el dentista Fritz Pfeffer. Todo parecía ir bien hasta que un denunciante anónimo delató su paradero. Ana y Margot pasaron por los campos de Westerbork, Auschwitz y Bergen-Belsen. Murieron en éste último, víctimas del tifus, hace ahora 75 años.
Desde su más tierna infancia, Ana desarrolló un carácter extrovertido e independiente que la diferenciaban del resto. En Amsterdam fue educada siguiendo los patrones de María Montessori, creadora de un método pedagógico alternativo a la escuela tradicional. No obstante, el curso 1941-1942 lo realizó en un centro segregado para alumnos judíos. Durante la reclusión en el anexo escribió su célebre diario y varios cuentos, de los que podemos extraer numerosas conclusiones. ¿Cómo veía el papel de la mujer en la sociedad? ¿Cuáles eran sus opiniones acerca de la maternidad, la sexualidad o el amor?
Ana sentía un profundo rechazo a los comentarios machistas. Sus réplicas, que no se atrevía a expresar en voz alta, quedaron registradas en varias anotaciones. En una ocasión Hermann Van Pels sugirió que su hijo Peter no debía pelar patatas, pues no era una labor propia de hombres. A continuación Ana escribió: “Puede apreciarse su tipo de lógica”. Hermann también opinó sobre el tiempo que los jóvenes dedicaban al estudio: “¡No hace falta que las niñas aprendan tanto!”. La respuesta fue, además de inmediata, mordaz: “Qué moderno es, ¿no?”. En las páginas del diario analiza la siguiente cuestión: “Una de las preguntas que no me deja en paz por dentro es por qué (…) los pueblos conceden a la mujer un lugar tan inferior al que ocupa el hombre”. No solo habla de la tradicional dominación del componente masculino, sino de la mansedumbre de las mujeres ante semejante injusticia. También reconoce que: “la enseñanza, el trabajo y el desarrollo le han abierto un poco lo ojos a la mujer”, pero no es suficiente: “Las mujeres modernas exigen su derecho a la independencia total”. No entraba en sus esquemas tener una vida dedicada exclusivamente al matrimonio y la maternidad: “No puedo imaginar que tuviera que vivir como mamá (…). Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme”. Más adelante confirmó: “Con cada hebra que desgrano me convenzo más que nunca de que jamás seré solo una ama de casa. ¡Jamás!”.
Estos mismos pensamientos aparecen reflejados en sus cuentos. Las niñas que los protagonizan tienen sus propias aspiraciones, como Kaatje, quien quería trabajar en una fábrica en vez de ser sirvienta. Eso mismo estaba sucediendo en los Estados Unidos, donde las mujeres reemplazaron a los hombres en la industria de guerra. Por otro lado Kaatje deseaba formar una familia, aunque: “tampoco quiere tener tantos hijos como su madre”. Este conflicto generacional se explica, en parte, por el alejamiento entre Ana y Edith.
Durante su estancia en el refugio nuestra joven protagonista entró en la pubertad. Su cuerpo experimentaba cambios y con ellos aparecían nuevos interrogantes. Una de las cosas que más echaba en falta era la información sexual. Aprendió las reglas básicas de la reproducción humana en el patio del colegio, entre sospechas personales y rumores difundidos por sus amigas. Sin embargo su madre evitaba hablar del tema. En una ocasión Ana le preguntó sobre la función del clítoris: “(...) me dijo que no sabía nada. ¡Qué rabia me da que siempre se esté haciendo la tonta”. Del mismo modo criticaba el rechazo social hacia la desnudez, especialmente en el arte: “Solo pido que nuestra vida sea un poco más libre, más natural y más espontánea (…). No creo que seamos tan distintos de la Naturaleza”. Solo con Peter Van Pels, hijo de Hermann Van Pels, pudo compartir sus inquietudes. Las conversaciones sobre sexo se desarrollaron en un clima aséptico: “a mí también me terminó pareciendo un tema normal”. El frecuente intercambio de confidencias derivó en una relación amorosa que no le hizo abandonar su visión analítica. Ana se sentía incómoda por la falta de iniciativa de Peter, quien estaba atrapado en una fantasía romántica: “Está ansioso de amor y me quiere cada día más (…). No veo ningún medio eficaz para separarlo de mí y hacer que vuelva a valerse por sí mismo”. Esta forma de concebir la autonomía personal dentro de las relaciones de pareja, se aborda en otro de sus cuentos. Joke, la protagonista, se siente desgraciada tras una ruptura sentimental pero “advierte que su desconsuelo ha disminuido, que todavía posee algo que nadie podrá arrebatarle, y que es la facultad de sentirse feliz. ‘Nadie, ni siquiera Paul’, murmura Joke sin darse cuenta”.
Estos ejemplos reflejan la conciencia feminista de Ana Frank, impropia de una quinceañera en la década de 1940. Su nombre no solo está ligado al Holocausto, sino a la mejor literatura del siglo XX.