El estrés del personal sanitario debido al Covid-19: Les debemos mucho más que un aplauso
La imagen es de una dureza escalofriante. Y muy difícil de sobrellevar.
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El mundo sufre el azote de la pandemia de coronavirus (Covod-19). A día de hoy hay más de 2.3 millones de infectados en unos 200 países en todo el mundo. La cifra de muertos supera los 258.973. El 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud declaró el brote como una emergencia de salud pública de preocupación internacional.
Los departamentos de salud de los distintos países, con más o menos acierto, con una mayor o menor implicación, han realizado intervenciones para prevenir y controlar la propagación de la enfermedad. Sin embargo, el brote de Covid-19 no solo causa un tremendo desasosiego y preocupación en todo el mundo, sino que también produce un gran estrés, especialmente en el personal sanitario. Creo que este último aspecto no se tiene apenas en cuenta y considero que es fundamental. Si bien se han publicado muchas investigaciones que identifican los efectos psicológicos relacionados con el trabajo en hospitales durante el brote anterior del SARS, que yo sepa no se han realizado estudios sobre los efectos del Covid-19, excepto uno desarrollado en Wuhan y publicado recientemente (Frontiers Psychiatry, 14 de abril de 2020) que va en la misma línea de lo que expondré a continuación.
Durante el brote del Covid-19, el personal sanitario de los hospitales necesitaba concentrarse intensamente en el combate contra la terrible enfermedad. No solamente se han estado preocupando de la salud de los contagiados sino de la salud de los familiares de estos. Además, se han preocupado de la seguridad de sus colegas; de no ser un motivo de contagio. Es decir, que los miembros del personal sanitario estuvieron ayudando y cuidando a otras personas mientras ellos mismos estaban expuestos al contagio. Todo ello ha creado una gran presión en su trabajo. Pero no tiene sentido hablar en pasado, puesto que la situación, aunque ha mejorado, está muy lejos de la normalidad hospitalaria anterior al brote pandémico. De modo que, desde este momento, voy a dejar de lado el tiempo pasado y os hablaré en presente.
Uno de los aspectos que sobrecoge es el equipo de protección hermética de cuerpo completo. Los sanitarios pasan de ser personas con un rostro y una sonrisa a robots vivientes. La sensación de aislamiento continuo con el exterior es una experiencia para nada confortable. Actúa, además, como una máscara que se interpone en el contacto humano que los pacientes, terriblemente asustados, más necesitan. Tienen que llevarlo, por supuesto y en ocasiones durante más de 12 horas seguidas. Este auténtico traje de astronauta incluye un equipo protector, máscara y guantes, todo de capa doble; además de gorra de aislamiento, cubre pies y gafas protectoras. Para evitar ser infectados mientras se quitan todas las capas de protección, no pueden comer, beber o usar el baño durante las horas de trabajo. Muchos se deshidratan debido a la sudoración excesiva, y algunos desarrollan cistitis y erupciones cutáneas. Pasan horas cada día poniéndose y quitándose el equipo, un aumento de la carga de trabajo, lo que hace que se sientan exhaustos. Sometidos a estas peligrosas condiciones, lo más asombroso y chocante sería que no estuvieran física y mentalmente agotados. Muy al contrario, es lo más lógico y esperable puesto que la gran mayoría no están preparados, desde el punto de vista emocional, para hacer frente, y así de golpe, a una debacle de muertos en masa. En su momento, mientras estudiaban la carrera y hacían prácticas, se les instruyó para afrontar la muerte de los pacientes, pero, desde luego, no sobre este tipo de muertes donde las víctimas no pueden ni tan solo despedirse de sus seres queridos antes de morir. Muchos sanitarios acompañan estas muertes cogiendo la mano de los pacientes moribundos y poca cosa más, pues poco más pueden hacer. La imagen es de una dureza escalofriante. Y muy difícil de sobrellevar. Como lo ha sido atender a los enfermos, muchos agonizantes, amontonados en los pasillos de los hospitales hasta que no se habilitaron los espacios adecuados.
Los medios de comunicación informan sobre la epidemia todos los días, especialmente en relación con la tasa de mortalidad general y la tasa de mortalidad del personal sanitario de primera línea, lo que aumenta la consciencia del peligro personal que comporta estar en contacto diario con el virus y, además, agrava la inquietud y el malestar que sienten sus familias al saberlos expuestos a la infección.
Los y las que trabajan en las áreas de cuarentena tienen que evitar mantener un contacto cercano con los enfermos de Covid-19. Al mismo tiempo, se conmina reiteradamente a todo el personal sanitario a que restrinja la interacción, ya no con los pacientes, sino con los colegas, lo que supone un aumento adicional de aislamiento. Después del trabajo en el hospital, ven cómo, en general, las personas a su alrededor, como sus vecinos, se apartan porque creen que son especialmente susceptibles de llevar el virus cuando regresan a sus casas. Y el propio personal sanitario también está preocupado por la posibilidad de infectarse o infectar a los miembros de la familia debido a un improbable pero posible manejo inadecuado en el proceso meticuloso de protección.
A todo ello podemos sumarle la incertidumbre sobre cuándo terminará esta pesadilla y sobre si volverá o no a aparecer un nuevo brote. La extrema incertidumbre con respecto al control efectivo de la enfermedad del virus produce, sin duda alguna, estados de estrés preocupante. A este clima de incertidumbre añadámosle la labor ingente de enfrentamiento con la muerte, palpando el dolor ajeno y el sufrimiento durante 8, 10 o 12 horas de trabajo diarias. No es de extrañar que muchos de los sanitarios padezcan síntomas del estrés negativo.
El estrés es la causa principal del insomnio y de otras manifestaciones psicológicas que perturban la vida de las personas. La ansiedad altera la calidad del sueño, su capacidad reparadora, y esto no ayuda a mitigar la ansiedad. En este sentido, diversos estudios demuestran que, efectivamente, después de un brote epidémico (como, por ejemplo, el SARS) uno de cada seis miembros del personal médico había desarrollado importantes síntomas de estrés. Y lo que se ha visto es que la preparación previa había sido muy importante en todos los aspectos, lo que sugiere que tener planes bien delimitados, políticas y procedimientos claros y hacer ejercicio, aunque sea ocasionalmente, puede tener, desde el punto de vista psicológico, un impacto positivo muy significativo.
Por lo tanto, las manifestaciones del estrés como la ansiedad, la irritación, el nerviosismo, el insomnio, las dificultades para conciliar el sueño, acechan a todas las personas del cuerpo sanitario que están pasando por el tormento de esta experiencia.
En otras palabras, des de la aparición del brote del Covid-19 el personal sanitario está expuesto a un estrés tal que debería inspirarnos los sentimientos más nobles de empatía y agradecimiento. Pero soy del parecer de que no basta con los aplausos, los aplausos están muy bien pero no podemos quedarnos aquí. Cuando, desde el año 2010, empezaron los recortes más brutales en Sanidad solo los sanitarios protestaron. Ahora es cuando nos hemos percatado de las gravísimas consecuencias de estos recortes. Y ahora nos toca a nosotros exigir el desbloqueo de estos recortes para garantizar una Sanidad en la que todos y todas podamos ser atendidos: hospitales, camas, medicamentos, intervenciones, atención médica e investigación. Y ello pasa, sin duda, por unos sueldos dignos, adecuados a la preparación y responsabilidades.