El estatuto del artista, realidad o utopía
El ecosistema artístico íntimamente conectado necesita de un pacto por la cultura que concrete el estatuto del artista y permita continuidad.
Uno de los grandes déficits laborales en el estado español es la falta de regularización profesional y la precariedad del sector artístico. En febrero de 2017 la creación de la subcomisión para la elaboración de un estatuto del artista fue un paso relevante, pues el mundo artístico —a través de sus asociaciones— pudo tener voz, como fue el caso de la Unión de Artistas Contemporáneos lo que me permitió participar y exponer nuestras reivindicaciones en junio de ese mismo año.
Todo este ingente trabajo se concretó en la aprobación en septiembre de 2018 del Informe del Estatuto del Artista. Este informe se aprobó por unanimidad, lo cual demostraba cómo el mundo de la cultura puede ayudar a construir consensos y, por otro lado, evidenciaba cómo la situación era tan grave que todos los partidos compartían la necesidad de dar pasos en medidas concretas.
Pero no podemos ser inocentes, hay que reconocer que, aparte de algunas medidas que venían a resolver problemas tan graves como la incompatibilidad de la jubilación con ingresos derivados de los derechos de autor —y todavía la materialización legislativa de esta medida concreta necesita mejoras—, en el fondo, todo el trabajo se centraba principalmente en una hoja de ruta esperanzadora, pero que si no se concreta a nivel legislativo no tendrá ningún valor.
El Ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, ha declarado en repetidas ocasiones, y en la situación en la que nos encontramos actualmente, su clara apuesta por la creación del estatuto del artista. Esto supone un trabajo interministerial, ya que precisamente las reivindicaciones fundamentales del sector afectan directamente a otros ministerios con competencias como Hacienda, Seguridad Social, Trabajo, Función Pública, Asuntos Económico, Justicia…. que son los que tienen que hacer efectivas las respectivas medidas.
Pero aun en el mejor de los casos, no podemos perder de vista que el estatuto no se puede entender como algo aislado de otras medidas fundamentales dentro del ecosistema del arte en España. Algunos ejemplo son una ley de mecenazgo que promueva la participación de capital privado, que del 1,5% cultural se asigne un porcentaje concreto al fomento de la creación artística contemporánea, la creación de una estructura de arbitraje especializada, la creación de un observatorio profesional estable, una política coordinada y eficiente de internacionalización del arte contemporáneo… Pues la realidad del mundo del arte contemporáneo en España es sumamente frágil y necesita de medidas que incentiven tanto su mantenimiento como su crecimiento en condiciones dignas.
A principios de 2010, cuando elaboré la infografía que representa la complejidad de este ecosistema del arte —hasta el momento inexistente—, pretendí mostrar visualmente esta característica poliédrica que define al sector del arte, donde conviven tanto espacios como agentes de una enorme diversidad. El incorporar el prefijo “eco” y representarlo con una imagen tenía una intención reivindicativa para defender a todo el colectivo, al tiempo que posicionaba en el centro a la creación.
En la actualidad, los artistas en muchos casos no cobran por su actividad, mientras que todos los otros profesionales que intervienen, desde el transportista a la aseguradora, sí lo hacen. Esto no puede continuar, pues a lo único que lleva es a programaciones endogámicas y turbias en las que la creatividad no fluye con libertad y con la radicalidad que la contemporaneidad necesita, sino que domestica los comportamientos del ecosistema limitando los flujos innovadores y creativos.
Para que esto se comprenda, hay que hacer una gran labor pedagógica a nivel social y político. Un ejemplo de gran importancia es hacer comprender al legislador que mientras el artista está creando es un tiempo laboral activo, como no tiene ningún ingreso, para la administración pública no es considerado como tal. Por ello, desde mis tiempos como editor del Journal for Artistic Research (JAR) vengo utilizando los términos creación/investigación de forma conjunta, ya que la creación bien entendida es, en sí misma, investigación. Nadie cuestiona que un científico en su tiempo de investigación esté en activo, a diferencia de que estos suelen ser asalariados —en España el ámbito científico también se encuentra precarizado con becas interminables— con dedicación exclusiva, mientras que los artistas, en la mayoría de los casos, necesitan compatibilizar su trabajo con otra infinidad de ellos para poder sobrevivir.
Esta argumentación ha ayudado a hacer comprender la necesidad de respetar estos tiempos de creación/investigación y, en estas últimas jornadas organizadas en febrero por la Unión AC con el apoyo de Gabeiras & Asociados, ha encontrado una gran receptividad por parte de los representantes del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para incluirlo en las próximas modificaciones del régimen de trabajadores autónomos. De esta forma, se considera la posibilidad de que los artistas, durante el tiempo que no tengan ingresos o, cuando estos sean reducidos, puedan seguir dados de alta en la Seguridad Social sin mediar ningún pago (o mínimo) para pasar a pagar la cuota de autónomo solo en el caso de tener ingresos adecuados, de manera proporcional a estos.
En la mayoría de las situaciones, los artistas no tienen ingresos mensuales suficientes como para pagar la tasa mínima de autónomos, lo cual les lleva a estar de baja casi todo el año y sólo darse de alta en momentos puntuales, lo que les mantiene totalmente desprotegidos y con la imposibilidad de construir su vida laboral.
Esta medida, si llega a hacerse efectiva será un gran logro y ayudará a muchos artistas. La realidad en España es que escasamente un 0,8% de los artistas han cotizado más de 35 años para tener derecho a la prestación por jubilación. Esta medida vendría a mejorar exponencialmente esta cifra.
A pesar de esto seguiría siendo enormemente insuficiente. ¿Por qué? Pues porque la mayoría de los artistas, para su supervivencia a lo largo de su vida laborar, tendrán que seguir compatibilizando esta actividad con otras innumerables tipologías de trabajos. Seguirán siendo los verdaderos mecenas del arte que, con sus propios recursos costean la creación/investigación y producción artística y mantienen una actividad que aporta valor a la cultura y patrimonio de nuestro país.
De aquí que una de las medidas más importantes que debería de implementarse sea la posibilidad de aplicar la desgravación fiscal de todos los gastos devenidos de la investigación, producción y difusión de la creación artística contemporánea, indistintamente de la situación fiscal del autor.
Esta medida de enorme importancia vendría a reconocer toda la inversión que se hace en las bases, cerca de la sociedad: el verdadero micromecenazgo que hace que la actividad cultural en España sea tan rica y diversa. Pues permite la creación desde espacios más libres y menos condicionados que el formato de los premios o las escasas subvenciones públicas gestionadas en infinitos concursos de proyectos que condicionan los formatos, erosionan e impiden la continuidad ingénita necesaria de los procesos creativos. Mientras que el apoyo a las bases creativas estimula la diversidad, estas asumen la posibilidad del error, condición necesaria para que exista creatividad, lo que acerca desde su génesis a la sociedad y permite la regularización fiscal de pequeñas cantidades que sumadas y a lo largo del tiempo son ingentes.
Siempre se habla de la intermitencia de ingresos de los artistas, pero prefiero usar el término de alta fluctuación, tanto en periodos como en ingresos, pues describe con mayor rigor lo impredecible e imprevisible de la vida del artista contemporáneo. Indistintamente de que haya ingresos, sí que son constantes los gastos de alquiler de estudios, materiales, subscripciones, préstamos, desplazamientos… tiempo y esfuerzo de dedicación. De aquí, la necesidad de que estos gastos sean desgravables al margen de personas o instituciones que los cubran y de que sea reconocida en su renta a modo de mecenazgo, pues es un apoyo e inversión en la construcción del tejido cultural de nuestro país.
Como comprenderán, en este espacio no cabe analizar la infinidad de aspectos que supone el estatuto del artista, principalmente las necesidades de cambio que deben acometerse en el sector del arte contemporáneo para construir una estructura profesional que respete a los trabajadores del arte, y consolide la cultura como un valor propio del ADN de la sociedad española. En los últimos 30 años se ha hecho un excelente trabajo y me gustaría poder nombrar a todas las asociaciones y personas que han dedicado grandes esfuerzos. Ante la imposibilidad de destacarlas a todas, cabe mencionar la capacidad de organizarse en federaciones para tener una voz conjunta en el caso de los artistas en la Unión AC y de todos los agentes en la Mesa Sectorial del Arte Contemporáneo que, desde su constitución en 2014, ha sido fundamental como interlocutor legítimo a nivel nacional.
En este acercamiento holístico a lo que implica el estatuto del artista no se puede dejar de hacer referencia a otros sucesos que están directamente relacionados, como la eliminación de la comisión de Arte y Humanidades de la Agencia Nacional de Evaluación del Ministerio de Universidades, o el que la LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la LOE) no haga una apuesta decidida por la educación artística, a lo que se suman otros muchos aspectos fundamentales para el buen desarrollo de la cultura como la desaparición de injerencias políticas en las tomas de decisión profesionales del mundo del arte, el mantenimiento de los compromisos programáticos, y el respeto a los tiempos de la cultura, dejando de desmontar arbitrariamente sus estructuras, alterando presupuestos, instrumentalizando las acciones y condicionando la cultura a otros intereses… La cultura necesita tiempo e independencia para desarrollarse sólidamente en todos los espacios de la sociedad.