El duro arte de estar loca
Como paciente de un trastorno psiquiátrico específico y diagnosticado, he pasado buena parte de mi vida lidiando con la palabra “loca”.
Hará un par de semanas, alguien me escribió un correo — anónimo — para burlarse de mi trastorno de pánico. Además, agregó, que ser visible en algo así, es la forma como “las mujeres quieren atención”. Para rematar la colección de despropósitos, me aseguró que la ansiedad “no existe”, sino es más bien “una forma de disculpar la falta de fortaleza”. Pero sin duda, lo que más me sorprendió, fue asegurarme que en realidad “todas las mujeres estamos locas”.
Eso último me hizo reír, aunque no debió. En alguna parte de mi mente, había una voz severa e irritada, que insistía en que debía, enfurecerme. ¿Cómo se le ocurre a semejante adefesio desconocido, decir algo semejante? Pero en realidad, es algo más complicado que la violencia verbal del adefesio desconocido —el más reciente de una larga lista—, sino al hecho que se trata de una frase común.
Como paciente de un trastorno psiquiátrico específico y diagnosticado, he pasado buena parte de mi vida lidiando con la palabra “loca”. Haciendo las paces con el término. Intentando en la medida de lo posible (no siempre con éxito), de asumir que mi país carece por completo de sensibilidad con respecto a lo que la salud mental se refiere. Y si eres mujer, el efecto se triplica, se hace más venenoso. Porque la más directa, concreta y violenta manera de atacar a una mujer en nuestra cultura es llamarla loca. Así, sin más.
Y resulta que yo lo estoy. Loca. Espera ¿eso no es muy duro de decir? Lo es, pero es la manera de resumir (de forma poco caritativa y sensible) mi estado mental. Sufro de un trastorno de ansiedad generalizada y un cuadro depresivo recurrente desde hace más de 10 años. He pasado largas horas en el sillón del psiquiatra, probado con medicación y todo tipo de terapias.
En ocasiones estoy bien, llena de energía y con mi mente enfocada en todas mis múltiples obsesiones intelectuales. En otras, apenas muevo moverme de la cama, tan agotada por lo que ocurre en mi mente, que solo desearía dormir hasta encontrar cierto equilibrio. Entre una cosa y otra, hay momentos para la tranquilidad, para la vida corriente. Pero sí, podría entrar en ese reglón un poco arbitrario de estar “loca”. De ser “mentalmente divergente”, de pasar buena parte del tiempo tratando de mantener el equilibrio.
Porque, además — y aquí vienen los problemas — soy mujer. Soy mujer y además, con un padecimiento psiquiátrico. De modo que ocurrirán cosas como que me pregunten si estoy triste porque “estás en esos días” (vale lo mismo para los días de mal humor), si mi ansiedad no será parte “del nerviosismo de las mujeres”. Habrá días en que tenga que escuchar a un hombre decir que soy “quejosa” porque así son las mujeres y que mi trastorno es parte de “eso”. ¿Más sorpresas? La mayoría de las veces, las mujeres realmente creemos que el género nos hace más propensas a la locura, a la caída en el desastre mental.
Las mujeres somos “propensas a eso”. De modo que también, he recibido comentarios — bien intencionados, otros no tantos -que insisten que una mujer está más cerca de los problemas mentales que un hombre. Una presunción que además, hace más complicado los diagnósticos, el hecho que una mujer acepte que necesita ayuda terapéutica. “Tengo la menstruación”, me dijo en una ocasión una amiga que había pasado semanas con crisis de pánico, terrores nocturnos y angustia general. “Es algo más”, le insistí preocupada. “Es solo eso, ¿qué más podría ser?”, me dijo, después de contarme que había tenido — o creído tener — todos los síntomas de un infarto.
— Es un ataque de pánico.
— No, es estrés y la menstruación.
— Los he sufrido, es eso.
— Todas las mujeres pasamos por momentos del mes que nos llevan directo a la locura.
Lo dijo con enorme sinceridad, con una convicción que me dejó sin habla. Me pregunté si debía insistir en el tema, si hablarle de lo mucho que había mejorado mi vida con la terapia y la medicina. Ella sacudió la cabeza, como si pudiera leer mi mente. “No tengo nada”, insistió y sonrió. Una amplia mueca sin alegría. “Solo estoy cansada”.
Bien, claro, también hay la gente que todo se lo achaca a que estás “loca”. Una vez una mujer en Twitter me dedicó unos cinco tuits de insultos para dejar claro que mi posición política era parte de mi “locura”. Lo mismo que me dijo un comentarista anónimo en mi blog, que dejó claro que si “mis problemas mentales de mujer” me impedían “emigrar como un adulto responsable”. Todo eso, por haber escrito un artículo sobre la soledad de los que permanecemos en el país.
Ser mujer y estar loca es un binomio doloroso, incómodo y la mayoría de las veces angustioso. Uno, además, que deja poco espacio para los análisis, para las reflexiones y las soluciones. “Estás loca” es la respuesta a casi todo. “Estás loca” al parecer es una condición de lo femenino que todos parecen asumir como inevitable.
Luego de años de tratamiento, medicación y, sobre todo, esfuerzo mental y físico, he descubierto que sí, es posible sobrevivir a un trastorno de pánico y ansiedad como el que sufro. Y, además, ser una mujer funcional que puede de hecho, enfrentarse a la idea que lo femenino y una cierta pérdida del control mental muy conveniente para invalidar cualquier opinión, son ideas peligrosas y sin sentido.
Puedo trabajar, disfrutar de mi capacidad creativa, de una relación de pareja estable y hermosa. En suma, la vida de una mujer de mi edad. Pero no ha sido sencillo: me llevó un disciplinado esfuerzo construir un camino coherente no sólo hacia mi recuperación sino al hecho concreto de comprender ideas básicas sobre mi misma y la forma como me afecta el trastorno que sufro. Y ese descubrimiento —ese larguísimo trayecto que me permitió no solo madurar, sino profundizar en mi identidad y comportamiento — me permitió comprender que todo trastorno psiquiátrico es una compleja visión sobre la realidad, pero también sobre como la analizas.
Toma responsabilidad sobre tu salud mental y física, pero, sobre todo, comprende que puedes construir una vida satisfactoria a pesar del dolor físico y moral que un trastorno semejante puede provocarte. Sé muy consciente del valor de tus decisiones y, por supuesto, del hecho que el padecimiento que sufres forma parte de tu experiencia íntima y esa noción tan amplia como elemental que llamamos identidad.
Continúo sufriendo de ataques de pánico y ansiedad. Y es probable, los continúe sufriendo durante toda mi vida. No obstante, a pesar de eso, soy mucho más fuerte de lo que supuse y, sobre todo, como descubro en ocasiones con una sonrisa casi aliviada, capaz de superar mis propios espacios oscuros para disfrutar de los luminosos. Un trayecto complicado, pero profundamente personal hacia mi identidad. Una manera de crear mi propia visión del mundo. Un pequeño triunfo personal.