El día que enloquecimos con el papel higiénico: radiografía un año más tarde
El reciente atasco en el Canal de Suez ha vuelto a disparar las alarmas.
Este mes de marzo se ha cumplido un año desde que en el mundo brotara —a la par que la fiebre del virus— otra muy concreta: la del papel higiénico. Fue, sin duda, una de las grandes estampas de la pandemia: colas ingentes, carritos soportando una proporción de rollos para cuyo gasto harían falta dos vidas y, como consecuencia, desabastecimiento temporal del producto en una mayoría de establecimientos.
Las primeras imágenes llegaron desde Australia, pero poco a poco se fueron extendiendo al ritmo del propio covid por toda Europa —hasta que los memes dieron paso a un problema real al que los comercios tuvieron que hacer frente en tiempo récord—.
En España, el paso de la borrasca Filomena amagó con repetir la escena de los estantes vacíos en los supermercados el pasado mes de enero y, ahora, el reciente atasco en el Canal de Suez de nuevo ha disparado las alarmas. Suzano SA, uno de los mayores productores del material, ya ha advertido de que los envíos con este cargamento podrían retrasarse al menos 30 días, pero por el momento, nada parece comparable a lo que se vivió por aquel entonces.
“La gente se volvió loca”, confiesa Lorenzo de Cárdenas, director comercial de Renova, una de las principales marcas del sector. “Fue la época más compleja que hemos vivido en los últimos 20 años, trabajando a destajo”, añade.
Lo primero, explica, fue asegurarse del suministro a hospitales, a los que proporcionan papel higiénico y rollos de camilla. “Teníamos, además, que garantizar la seguridad de todos los trabajadores de nuestras fábricas. Cumplir con todas las medidas”, comenta. Algo que al inicio de la pandemia no era sencillo.
“Después vino la locura. Era entendible, pero realmente en ningún momento peligró el abastecimiento real”, asevera. “No paramos de fabricar ni un solo día y suministrábamos lo que podíamos, pero la demanda se multiplicó por 10 o por 20″, recuerda. “Además de todo el equipo, las cadenas de distribución, los clientes, fueron muy comprensivos adaptándose a lo que había”, admite agradecido.
Reconoce que hubo momentos en los que, a pesar de tener el producto, era inviable distribuirlo. “Una fábrica tiene límites y era imposible cargar tanto. A veces cumplíamos con el tope de camiones que podían llenarse en un día y no se podía enviar más”, añade. “Nuestro papel, nunca mejor dicho, era intentar frenar esa sensación de desasosiego. Una responsabilidad con la sociedad para que el producto estuviera cuanto antes y no cundiera (aún más) el pánico”.
‘Efecto placebo’: “Y si...”
La pregunta del millón, el motivo por el cual muchos ciudadanos se lanzaron a la compra descontrolada del papel higiénico y no de la cerveza (por ejemplo), no se encuentra en un pensamiento relacionado con una protección especial frente al virus, como ocurre con las mascarillas o los geles desinfectantes. Ni siquiera en el hecho de que sea considerado un elemento de primera necesidad. “Se agotó principalmente porque funcionaba como una especie de placebo”, explicaba Timanfaya Hernández, del Colegio de Psicólogos de Madrid, al HuffPost por aquel entonces.
“Las situaciones de acopio responden a un pensamiento muy habitual en contextos que no podemos predecir. Tiene que ver con las frases que empiezan con ‘y si...’, que suelen generar dudas y angustias”, señalaba.
Con tanta demanda, podría suponerse que los beneficios de las principales empresas fabricantes se multiplicarían, pero lo cierto es que a final de año, pasados los meses del boom, las ganancias no se dispararon. “Marzo y abril fueron muy fuertes, pero la gente no consume más papel higiénico por el hecho de tener más en su casa”, expone de Cárdenas. “Todo eso se ha ido diluyendo hasta terminar un año relativamente normal en un nivel de ventas. El consumo doméstico ha aumentado pero ha disminuido el de hostelería, lo que equilibra la balanza”.
Lo mismo ocurrió con la multinacional estadounidense Kimberly-Clark, fabricante del papel higiénico Scottex y de los pañuelos Kleenex, que registró un crecimiento del 45,3% respecto del mismo periodo de 2019. En total, hasta 660 millones de dólares —607 millones de euros— impulsados por el acopio de productos de higiene personal por parte de consumidores durante el confinamiento.
Las ventas netas de la compañía entre los meses de enero y marzo alcanzaron los 5.009 millones de dólares —4.609 millones de euros—, un 8,1% por encima de la facturación contabilizada justo el año anterior por esa época, mientras que el beneficio operativo aumentó un 38%, hasta 904 millones de dólares —834 millones de euros—.
Como dato, lo que también aumentó fue la venta de papel de cocina por la concienciación sobre la higiene. “A diferencia de 2007 con la crisis, cuando la gente pasaba más tiempo en casa porque tenía menos saldo disponible, este gasto no se incrementó tanto como ahora. Se nota que es un tema de limpieza”, apunta de Cárdenas.
Un año después, los expertos en psicología del consumidor analizan el comportamiento de aquellos meses como un claro ejemplo de mentalidad de rebaño, agravada por las redes sociales y por ciertas coberturas informativas.
“El miedo se fue contagiando de un modo totalmente irracional e impulsivo”, argumenta Lucía Sanz, psicóloga especializada en este ámbito. “Si nos paramos a pensar, el papel higiénico en el fondo era lo de menos. No dejaba de ser un bien al que, en nuestra sociedad acomodada, nos aferramos por entenderlo como un ‘estándar mínimo’, pero en ningún caso como un producto de supervivencia”.
No, no iba a salvarnos la vida. Pero con todo, nos dio buenos ratos.