El día después del delirio toca jornada de reflexión
Como dicen los curas, "el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones". Y ante la alta probabilidad de que el 1 de octubre se celebre la gran charada de un referéndum organizado por una Generalitat mangoneada por los independentistas y a su servicio, y de sus ensoñaciones o inconfesables intereses (superiores al 3%, como ha quedado acreditado) y abiertamente en contra de más de la mitad de los ciudadanos catalanes, y saltándose todas las leyes habidas y por haber, las suyas incluidas... o no se celebre, que todos los boletos están en el bombo, y a los bombos los carga el diablo, ya comienzan a escucharse propuestas para después del delirio.
Pero este fenómeno de las obcecaciones colectivas está muy estudiado, en la sociología y en la psiquiatría. Todos tenemos en mente muchos casos, algunos que han constituido verdaderas tragedias que avergüenzan a la raza humana. Ideas disparatadas y líderes aventureros, rapaces crueles, logran encandilar a las masas. En los últimos tiempos tenemos a muchos, en muchas partes. El Brexit nos recuerda que ni la 'flema británica' es inmune a la locura.
Por lo general la inmensa mayoría de las sugerencias para salir del atolladero, sea cual sea el nuevo atolladero, tienen un común denominador: como la rebelión se ha producido en la Cataluña erre que erre, y como el País Vasco tiene detrás el recuerdo imposible de olvidar de la salvajada socialmente consentida por una gran parte de su población del terrorismo etarra, pues se ha dicho "vamos a buscar un nuevo y mejor encaje para los territorios históricos". Incluyendo a Galicia, como si todos los ibéricos no tuviéramos un antepasado común en Atapuerca.
Sería una falsa solución. Continuar la engañifa de que España es una nación más en una nación de naciones, que no lo es. España es una nación que se ha ido construyendo por adición, en la única forma en que la humanidad civilizada logró salir de la tribu y los clanes y mediante agrupaciones cada vez mayores ha llegado a crear estados, que a su vez se han agrupado en organizaciones internacionales, que han logrado alcanzar las más altas clotas de progreso y convivencia.
Volver al 'big bang' es una tremenda insensatez. Gracias a Dios o a quien corresponda en ciencia, el universo sigue expandiéndose convirtiendo la nada en algo.
Muy al contrario de lo que algunos proponen, constitucionalizar los agravios, romper con el principio de igualdad en la diversidad, aspecto que está totalmente reconocido y asegurado por las leyes, lo que hay que hacer es garantizar las reglas del juego y, asimismo, acometer el 'ajuste' que las circunstancias aconsejen. Como una ITV. Pero el remedio no consiste en ser más papista que el Papa, y convalidar los disparates o las ensoñaciones que de vez en cuando se apoderan de la gente, trastornada por falsos profetas que son inherentes a la humanidad desde los tiempos más remotos.
Pero eso de la 'nación de naciones', que ha salido como un saltaperico en una verbena de pueblo, pronto se ha convertido en algo parecido a un elixir milagroso... Si funcionara, claro.
Políticos desorientados y exploradores de la erudición han buscado antecedentes en los que apoyar la propuesta, y, abracadabra, pata de cabra, han encontrado en textos antiguos del siglo XX que insignes políticos republicanos y, federalistas y socialistas, defendían las nacionalidades. Un ¡oooooohhhhhh! se ha oído a coro en el PSOE sanchista, en los círculos podemitas, y en general en las gentes que no entienden que ya todo lo que rodea a la rebeldía catalana y al juego de golfos de la Generalitat está entendido. Esas 'nacionalidades' de las que hablaba Pi i Margall, o más tarde ilustres dirigentes del PSOE en la II República, ya están: son las autonomías.
La Constitución de 1978 reconoce las 'nacionalidades y regiones', a gusto del consumidor. Incluso podríamos remontarnos en el tiempo y llegar ¡otra vez!, hasta los Reyes Católicos. Fíjense hasta dónde se remontan los orígenes autonómicos que como dice Hugh Thomas en 'El Imperio Español', el verdadero trono de Isabel y Fernando era la silla de montar, para reunirse con las Cortes: se reunieron con ellas a lo largo y lo ancho de sus reinos. En Aragón, en Bilbao, en Vizcaya, donde en 1476 en Guernika, Fernando juró respetar los fueros; en Valencia, en tierras catalanas, en Galicia, donde rezaron en la tumba del Apóstol Santiago; naturalmente, en Castilla, y en Murcia...etc.
Sin embargo los mismos que hablaban en la izquierda de nacionalidades en aquellos momentos republicanos se indignaron y reaccionaron dolidos y airados cuando los independentistas catalanes quisieron traspasar los límites y declararse independientes.
Desde que fue aprobada la Constitución en 1978 quedó claro para todos, comunistas, socialistas, e incluso almas atormentadas por la duda metafísica, que la España de las Autonomías era la 'España de las Nacionalidades' por la que tanto tiempo se esperó.
Mareas humanas recorrían en la Transición las calles de todas las ciudades con un grito unánime: "libertad, amnistía y estatuto de autonomía". De AUTONOMÍA. Para solucionar el 'problema catalán' lo primero es dejar a un lado las majaderías, las frivolidades y las invenciones 'imaginativas' y volver a la realidad: el grado de autogobierno de las Comunidades Autónomas españolas es igual y en ciertos aspectos superior al de los estados federales más avanzados.
En Mayo del 68 se pedía "la imaginación al poder". Ahora lo imprescindible es exigir "la responsabilidad al poder", y el respeto escrupuloso a las reglas del juego sobre las que se asienta tanto la democracia española como la España de las autonomías. Incluida la catalana: que es una amplísima autonomía, nunca antes vista en su historia.
No todos los 'ajustes' que dicta la experiencia de estos casi 40 años de recorrido tienen que ir en la misma dirección. En Alemania, por ejemplo, se han revisado las competencias repartidas entre los territorios (Lander) y el estado federal. Ha habido varios retoques, que aunque hayan costado enormes esfuerzos, han ido saliendo adelante procurando una relación entre el Gobierno federal y el gobierno de los estados (länder) más equilibrada, eficiente, y con responsabilidades mejor definidas.
Desde luego, no se trata de atacar los derechos consolidados, que están nítidamente relejados en la Constitución, aunque en España casi nadie se la ha leído, muchos de los que lo han hecho no la han comprendido, y una buena parte no le hace puñetero caso. El artículo 138.2 dice que "las diferencias entre los estatutos de las distintas comunidades autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales".
Dicen portavoces del independentismo faltón y 'astuto', y en general todos los nacionalistas, aunque unos están en misa y los otros repican las campanas, que el día después, si el estado 'opresor' 'agrede' a Cataluña e impide el referéndum, los secesionistas saldrán a la calle, arrastrando a los ingenuos que creen que existe ese tramposo e inexistente 'derecho a decidir'. Lo cual no es ninguna novedad. En las últimas décadas la presión en la calle ha sido constante: y ha constituido una formidable y planeada maniobra de distracción para desviar la atención del mal gobierno, del despilfarro y de la corrupción.
Pero ¿y el 2 de octubre, qué?. La reconversión del Senado español en una auténtica cámara territorial, compuesta solamente por senadores de los 17 territorios, elegidos por sus gobiernos y/o sus parlamentos para la legislatura, y que reflejen el pluralismo político, como el Bundesrat de la RFA, es otra idea plausible para romper el círculo malvado de que Madrid- España es quien machaca a Cataluña, o al País Vasco, o a Galicia o a quien se sienta preterido u ofendido. Las nacionalidades y regiones tendrían que llegar forzosamente a acuerdos entre ellas.
Muerto pues el 'malo' oficial, que es el centralismo, se acabaría, de grado o por fuerza, la manipulación de los sentimientos, la activación de los bajos instintos, el victimismo trapisondista, el 'truco y trato' y todas las depuradas artes perversas del engaño. Por ahí se puede empezar.
Pasada la ola de ofuscación en grado de atontamiento colectivo, de altanera y provinciana superioridad, de estupidez, de frivolidad, de excentricidad... el 'día después' debe ser una verdadera y general 'jornada de reflexión nacional'. Y lo prioritario es empezar por reponer en su lugar el Sentido Común y el respeto escrupuloso a la Constitución. En todo caso, su reforma no puede hacerse insensatamente ni contra la unidad de España ni creando una España de primera, una de segunda y una de tercera regional.
Como decía Talleyrand: "lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible".
Y también sentenció, y viene muy a este caso: "Todo lo exagerado es insignificante".