El delirio del crecimiento, en cuarentena
Entrevista con David Pilling, periodista del Financial Times, sobre la distorsión del PIB en la economía real del mundo.
El Producto Interior Bruto [PIB] es amoral. El periodista del Financial Times David Pilling no se cansa de repetirlo. En El delirio del crecimiento, Pilling rastreó la historia de este índice económico y expuso sus evidentes contradicciones: al PIB le atraen las guerras, la contaminación y el delito y es el fetiche de nuestro tiempo. La crisis del coronavirus nos obliga a repensarlo todo. Pilling ha puesto en cuarentena la idea delirante de un crecimiento económico ilimitado y responde a mis preguntas “infectado” por esta sensación de urgencia:
ANDRÉS LOMEÑA: ¿Espera que el miedo al coronavirus despierte a los ciudadanos del delirio del crecimiento o viviremos una pesadilla al insistir en la importancia del PIB?
DAVID PILLING: La situación de peligro está cambiando tan rápidamente que cualquier respuesta parecerá desfasada en cuanto la tinta se seque en el papel, si se me permite esta metáfora en un diario digital. Hace falta una mente muy clara para lanzar ideas a largo plazo durante la agonía de una crisis como esta y no estoy nada convencido de que sea un buen momento para intentarlo, pero vamos allá. En cierto modo, la “coronacrisis” ayuda a poner las cosas en perspectiva. Por encima de todo, queremos vivir, queremos que nuestros seres queridos vivan y en general, querríamos que todo el mundo viviera formando círculos concéntricos cada vez más grandes (y esta no es que sea una visión muy altruista del mundo, donde todo el mundo sería igual de importante).
La mayoría de nosotros ya no puede hacer gran parte de lo que hacía unas semanas atrás como actividad económica habitual: no viajamos ni vamos a restaurantes o teatros y apenas compramos gasolina para el coche. Cocinamos más en casa y gastamos más tiempo con nuestras familias (o con nosotros mismos). La economía, consecuentemente, se ha hundido de forma dramática. Pero seguimos vivos. Algunos de nosotros, aquellos a los que al menos no nos afecta de forma tan directa, incluso podemos redescubrir algunas distracciones más simples como leer libros, ocuparse del jardín o cantar en los balcones. Los cielos pueden estar más claros porque hay menos chimeneas expulsando humo. Nuestras emisiones de CO2 han descendido enormemente. Así que en algunos aspectos, un acontecimiento como este puede ayudarnos a ver lo que es importante en la vida, siempre y cuando no nos olvidemos de que es la propia vida lo que está en la base de todo.
También podemos empezar a reconsiderar lo que hace valiosa una determinada actividad económica. Quizás nos arrepintamos de cómo se ha destinado el gasto público cuando las economías marchaban. ¿No deberíamos haber puesto más recursos en la sanidad pública, en los hospitales, respiradores, médicos y enfermeras? Ese aumento no tendría un gran impacto en el PIB, tal y como explico en mi libro. ¿No deberíamos haber hecho un mejor uso de nuestras instalaciones e instituciones en lugar de amasar más riqueza?
Por otra parte, la naturaleza del PIB es como una carrera armamentística. El razonamiento es como sigue: el PIB de tu país es más alto que el mío. Tú eres más rico que yo y quiero atraparte. Ahora podemos ver con claridad que en mundo interconectado, esa solo es una pequeña parte de la historia. Sería más importante darse cuenta de que tu debilidad es mi debilidad. Si no puedes contener el virus, antes o después llegará hasta mí. En una economía avanzada como la de Estados Unidos o Reino Unido, es doloroso observar que una fuerza de trabajo precarizada en nombre de la eficiencia no se pueda permitir faltar al trabajo, aunque eso implique extender el virus. Necesitaremos fondos públicos ingentes (quizás en forma de una Renta Básica) para intentar que esas personas se queden en casa. La alternativa podría ser una agitación social tremenda. Esta crisis puede ser, por tanto, un durísimo recordatorio de los peligros de la desigualdad.
Deberíamos ser cuidadosos. Sería ingenuo pensar que, enfrentados a un grave riesgo, nuestra naturaleza bondadosa saldrá a la luz o que de repente todos estaremos de acuerdo sobre los males de nuestra sociedad. Las personas llegaremos a conclusiones radicalmente diferentes. Algunas personas pueden concluir, por ejemplo, que su sustento está siendo sacrificado para frenar un virus que es bastante letal en personas de alrededor de setenta años; no es que el crecimiento económico sea indiferente para ellos, más bien lo sacrifican para salvar a los más mayores. Hay otros escenarios donde los individuos (y sociedades enteras) pueden volverse más egoístas, culpando a otros por sus dificultades. China y Estados Unidos se culpan mutuamente por los fallos a la hora de contener el virus. Y mira las repisas vacías en Reino Unido o las personas que venden gel de mano a un precio alarmante en eBay o Amazon.
No esperaba un momento tan repentino de claridad respecto al mundo.
A.L.: En su libro habla de Bután, un país conocido por tener un índice de Felicidad Nacional Bruta. ¿Le parece realista?
D.P.: Soy escéptico con el indicador de Bután porque creo que no es competencia del gobierno determinar lo que hace felices a las personas. La alfabetización femenina y los estándares de vida son muy bajos en Bután. No puedes obviar eso en un indicador como ese y declarar que todo el mundo es feliz. Mi libro en modo alguno está contra el desarrollo o contra el crecimiento que mide el PIB, solo busca detectar los defectos de cómo medimos lo que realmente cuenta. No creo que Bután sea el lugar donde hallar las respuestas.
A.L.: Cuenta que si Bill Gates entra en un bar, de media todo el mundo es multimillonario. Propone, más que la renta media, la renta mediana. Parece fácil. ¿Por qué no se hace?
D.P.: Creo que se debe a la falta de voluntad política, pero más que a eso, a la falta de consenso de muchas sociedades a la hora de plantear una mayor igualdad como su gran objetivo. Si empiezas a medir, digamos, el ingreso medio (y te tomas esa medida seriamente), entonces las políticas empezarán a alterarse para reflejar esa ambición social. Las medidas serán más “redistribucionistas” y menos indulgentes con la creación de una plutocracia, aunque la bajada de impuestos de Donald Trump haya sido popular porque en teoría es buena para “la economía”… cuando la economía no es más que una abstracción.
En realidad, la bajada de impuestos representa una transferencia de la riqueza de la gente más pobre a la más rica con la esperanza de que la riqueza se filtre y la economía crezca más rápido para crear trabajos (y es justo decir que eso ocurrió). Hasta la llegada del virus, muchas personas y no solo Trump podían decir que la economía estadounidense estaba creciendo. Y en cierto modo, así era. Pero eso oculta el hecho de que la esperanza de vida ha caído en Estados Unidos durante tres años seguidos. Una vez más, todo depende de lo que se mida.
A.L.: Si pudiera implantar solamente algunos cambios en el PIB, ¿cuáles serían?
D.P.: Creo que es importante saber que contiene todo tipo de cosas malas (armas y contaminación) y de cosas buenas (salud, etcétera). En lugar de reemplazarlo, le añadiría valores para tener una imagen más completa del mundo actual. Mis medidas favoritas incluyen la esperanza de vida saludable, el ingreso medio y las emisiones de CO2 (como causantes de daños económicos). Estoy seguro de que hay medidas más sofisticadas por ahí, sobre todo en lo que a medio ambiente se refiere.
A.L.: ¿Hay un nuevo libro en marcha? Si se estanca en su ritmo de publicaciones, no pasa nada porque ya habrá generado riqueza cultural suficiente.
D.P.: Es muy amable por tu parte y no sé si merezco esas palabras, pero gracias. Tengo una idea para un libro y ya había empezado a investigar. Trata sobre los alimentos que ingerimos en la cocina, cómo llegan hasta ahí y en qué condiciones.
A.L.: La paradoja de Easterlin cuestiona que el incremento de las rentas conlleve un aumento de la felicidad. Si el crecimiento es un delirio, ¿dónde está la esperanza de la economía?
D.P.: El crecimiento es un espejismo más fuerte cuanto más satisfechas están las necesidades básicas. Para un agricultor pobre de Zimbabue, el crecimiento se necesita de forma desesperada para poder permitirse decisiones básicas en la vida. Para alguien de clase media en Londres, no está claro que necesite más de lo mismo. En estos momentos críticos, el éxito económico significa tener una población sin virus que consigue un respirador para todo aquel que lo necesita.