El ‘déjà vu’ de salvar la Navidad
Llega el puente de diciembre y surge el miedo a que pueda repetirse la debacle sanitaria del enero pasado. No debería ser así, pero los expertos piden precaución.
“¡Esto es como el día de la marmota!”, exclama el epidemiólogo Manuel Franco cuando se le pide una valoración sobre la situación covid de cara al puente de diciembre y con vistas a la Navidad. Los expertos en salud pública, igual que la sociedad en general, acusan el agotamiento después de casi dos años contestando a periodistas sobre el coronavirus. Pesa todo este tiempo, y pesa también el hecho de que durante los últimos dos meses España se ha mantenido en una especie de burbuja donde la incidencia no pasaba de 100 casos por 100.000 y donde la altísima tasa de vacunación convertía al país en una suerte de modelo para el mundo.
En pocos días, el panorama ha cambiado bastante. “No es sólo que la incidencia sea muy alta [unos 250 positivos por 100.000], sino que la velocidad a la que está subiendo es relevante”, explica Manuel Franco, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS). Y pensar en el mes festivo que tenemos por delante, y en la explosión epidémica que se produjo el enero pasado, hace, de algún modo, saltar las alarmas. Pero comparar diciembre de 2020 con diciembre de 2021 sería injusto. “En el fondo, no podemos decir que esto es el día de la marmota con respecto al año anterior, porque tenemos un nivel de vacunación enorme”, aclara Franco, desdiciéndose en parte de su primera frase.
Lo que hemos ganado y lo que juega en nuestra contra
Hace un año, las vacunas frente al covid no habían llegado a España. Ahora, el 91% de la población diana tiene al menos una dosis puesta en el país, que espera comenzar a inmunizar a los niños a partir del próximo 13 de diciembre. “Esto es ciertamente muy positivo”, reconoce Franco. Las vacunas funcionan: han permitido pasar de más de 200 muertes por covid al día hace justo un año a siete fallecimientos según el último dato diario.
Contamos con esa potente herramienta protectora a nuestro favor, pero también con otras en contra. La variante ómicron acaba de entrar en escena desatando todo tipo de pánicos y, aunque todavía no hay datos definitivos sobre ella, se teme que pueda ser más contagiosa que la delta, ahora dominante en todo el mundo. Los expertos piden calma, pero la nueva variante sigue siendo una incógnita más en la ecuación, en un momento en el que Europa —mucho antes de ómicron— es epicentro de la pandemia, con datos dramáticos de casos y hospitalizaciones.
Hay un elemento más que juega en contra, y es el que comentaba Manuel Franco al principio de su conversación: el agotamiento. Después de tantos meses de represión, y en un momento en que las restricciones ya habían remitido, es muy difícil volver a aplicar estrictas medidas no farmacológicas. En la última actualización del ‘semáforo covid’ acordada, Sanidad y las comunidades decidieron no especificar sobre esta cuestión, con lo cual siguen existiendo parámetros y umbrales que indican el nivel de gravedad de la epidemia, pero estos ya no van aparejados a indicaciones de restricciones para los territorios. Y no es que esas medidas estén de más. Franco sostiene que la ausencia de las mismas en el acuerdo “tiene que ver” con el “cansancio” ya palpable en la población, así como en los sectores político y económico.
Ojo con el ‘pasaporte covid’
A falta de restricciones claras, la mayoría de las comunidades se ha lanzado a aplicar el ‘pasaporte covid’ —que garantiza que una persona está vacunada o ha pasado la enfermedad— como requisito obligatorio para acceder principalmente a actividades de ocio. Sin embargo, los expertos consideran esto poco más que un parche, “inocuo” en el mejor de los casos; “contraproducente”, en el peor.
Un informe de los técnicos del Ministerio de Sanidad y de las comunidades dejaba clara esta postura hace unos días, pero esta ‘batalla por el relato’ ya parece perdida. “En un país en el que el 90% de la población ya está vacunada, probablemente el pasaporte covid sea una mala idea”, opina Manuel Franco. El epidemiólogo celebra que esté animando a vacunarse a algunos rezagados, pero si ese pasaporte da “barra libre para poder meterte en un garito o en una cena a pegar gritos con tus colegas durante seis horas” con tranquilidad, quizás no es tan buena idea. “Ya sabemos que la vacunación no impide el contagio”, recuerda Franco.
En un llamativo giro de los acontecimientos, el sector de la hostelería y del ocio ha pasado de renegar de este pase sanitario a respaldarlo, como una forma de evitar que les salpiquen otras restricciones, y teniendo en cuenta que nueve de cada diez personas ya pueden acceder a este documento en España.
La postura oficial del Gobierno también se basa principalmente en vacunación, vacunación y vacunación —con dosis de refuerzo a los mayores de 60 y con la campaña pediátrica a niños de entre 5 y 11 años a partir del 13 de diciembre—. Cierto es que en los últimos días el discurso institucional ha variado ligeramente, y ya no sólo se pide vacunación, sino también “mascarilla”, “responsabilidad” y limitar las celebraciones navideñas; en cualquier caso, el Gobierno no ha hablado en ningún momento de restricciones (aparte de las de los vuelos procedentes del sur de África para frenar la expansión de ómicron).
“Nosotros habíamos hecho un trabajo previo del que podemos sentirnos orgullosos”, respondía esta semana la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, en una entrevista con La Tribuna de Ciudad Real cuando le preguntaban por posibles restricciones. “Hay tiempo de reacción con la vacunación”, señalaba la ministra, que defendía “conciliar la protección sanitaria con seguir en el crecimiento económico”. “Sin duda, la campaña de Navidad es importante para algunos sectores en nuestro país, y lo tendremos en cuenta a la hora de adoptar decisiones”, admitió Rodríguez.
El curioso caso de Portugal
Efectivamente, la vacunación es un plus con respecto a lo que ocurre en otros países. No obstante, basta con mirar al vecino para descubrir que, a veces, las inyecciones no son suficientes. Portugal, con el 89% de su población total vacunada —ocho puntos por encima que España—, tiene una incidencia acumulada de 400 casos por 100.000 en las dos últimas semanas, y una curva en ascenso, como la de prácticamente toda Europa.
Ante este panorama, y con las fiestas acercándose, Portugal está desde este miércoles en ′estado de calamidad’, el paraguas jurídico que permitirá al Gobierno establecer nuevas restricciones de ser necesario. El presidente luso, António Costa, ya ha anunciado que en la primera semana de 2022 los portugueses estarán obligados a teletrabajar siempre que sea posible, y que el ocio nocturno permanecerá cerrado.
Portugal vivió su peor ola el enero pasado, justo después de las celebraciones, y ahora quiere anticiparse a esto. El epidemiólogo Quique Bassat, del Instituto de Salud Global de Barcelona, ve con buenos ojos la postura lusa, y cree que España también debería “abrir el melón” de una posible vuelta al estado de alarma no para establecer confinamientos como tal, sino para contar con una herramienta que le permita “actuar rápido en caso de ser necesario, y poder hacerlo a nivel nacional, no dependiendo de cada comunidad y de sus tribunales de justicia”, señala.
“En un momento en el que crece la ansiedad al ver cómo los países del entorno registran récord de casos, es muy negativo que España no tenga esa herramienta que nos daría agilidad”, insiste Bassat. El epidemiólogo es consciente de lo “impopular” de esta propuesta, pero considera un “fallo” el “no estar preparado para implementar rápidamente lo que sea”, apunta.
Por ahora, los expertos no se atreven a hacer predicciones sobre lo que ocurrirá a lo largo de este mes o del siguiente —“desconfío tanto de predecir la dinámica del virus…”, comenta Manuel Franco—, pero sí pueden decir a día de hoy que la vacunación ha cambiado las tornas con respecto al año anterior.
Igual hay que cancelar esa cena de empresa...
“La Navidad se presenta mucho, muchísimo mejor que el año pasado, y es básicamente porque estamos vacunados”, afirma David Bernardo, inmunólogo e investigador principal en el Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM) de la Universidad de Valladolid-CSIC. Él, que las últimas navidades se negó a reunirse con sus padres para evitar riesgos, reconoce que este año sí se juntarán porque todos están vacunados. “Tenemos que ser conscientes de que las vacunas no son 100% efectivas, y de que el 5% de los vacunados no está bien inmunizado y puede cursar enfermedad grave”, recuerda. No obstante, dice Bernardo, suponen una “enorme ventaja” de la que se carecía en 2020.
Por su parte, Manuel Franco admite, una vez más, que “estamos todos hasta las narices” de restricciones, pero pide tener cuidado con las navidades (y las fiestas previas). El epidemiólogo cuenta que los “piscolabis” que tenía organizados con sus compañeros investigadores ya han sido cancelados por la Universidad en la que trabajan. “Me encantaría irme de juerga con ellos, pero no lo voy a hacer. Somos muy conscientes del riesgo”, asegura Franco.
David Bernardo se suma a esas precauciones: “Tampoco hay que confundir la protección de las vacunas con barra libre”. “En mi caso, haremos grupos burbuja de familia para interiores y, para el resto de gente, nos veremos en exteriores para minimizar riesgos”, abunda el inmunólogo. Manuel Franco lleva este discurso al terreno más práctico y coloquial: “Espero que la gente se haya echado muchos bailes a estas alturas, pero yo ahora ya no me los echaría”, resume.