El cuerpo de Christian Bale
Solo podía ser de una película de Adam McKay el tráiler de Vice o El vicio del poder, como ustedes prefieran. Únicamente puede ser de un director como McKay una película en la que la crítica social, la buena música, el montaje trepidante y el humor tienen cabida. Menos humor en esta ocasión, todo hay que decirlo, aunque a fin de cuentas se mantengan la crítica social, la edición y la buena música.
Con trasfondo de The Killers, esa explosiva combinación de Daft Punk y Bee Gees que es The Man, el tráiler nos adentra en una conversación entre George Bush y Dick Cheney. Reparto y poder, nada nuevo en la viña del mundo; McKay ya nos tiene acostumbrados a este tipo de cintas, recordemos La gran apuesta (2015) con reparto coral y bilis incluida, acerca de la crisis económica. En esta ocasión, sin embargo, El vicio del poder parece asemejarse más a American Hustle (2013, David O. Russell) que a sus antecesoras, no solo en la temática y el enfoque, sino sobre todo en el elenco.
Porque, en realidad, en la conversación de El vicio del poder no vemos ni a Bush ni a Cheney, sino a Sam Rockwell y a Christian Bale desplegando sus dotes interpretativas, esos dos actores que nada tienen que demostrar después de la sólida carrera que les precede. Inidentificables ambos como sí mismos; muy reconocibles, también ambos, en sus respectivos papeles. Rockwell se llevó el Oscar hace un año por su rol (inmenso, soberbio, incomensurable) de agente xenófobo en Tres anuncios en las afueras (2017, Martin McDonagh) y Bale lo obtuvo en 2010 como Mejor Actor de reparto por The Fighter (2010, David O. Russell). No cabe sorpresa, este año habrá más nominaciones para Bale y, si hay suerte, alguna estatuilla previa en los Golden Globe Awards (con permiso de Viggo Mortensen en su categoría).
Y es que hace tiempo que Christian Bale se ha revelado como uno de los imprescindibles del cine contemporáneo, un puntal capaz de llamar la atención y de desvanecerse con reserva. Con el pasar de los años, su talento ha ido engullendo a muchos coetáneos de su generación; junto con Bradley Cooper, Bale es un intérprete necesario en el cine actual, a pesar de que entró a hurtadillas en la profesión y, en cada recodo, parece hacer el ademán de marcharse. A sus cuarenta y cuatro años, este británico de carácter complicado, conocido por sus salidas de tono y sus prontos irrefrenables, es pese a todo un actor modélico, de esos cuyo método trasciende los propios papeles que ha interpretado. Desde El imperio del sol (1987, Steven Spielberg), su primera gran incursión cinematográfica, hasta Vice, no solo han pasado treinta y un años, sino decenas de cintas protagonizadas por un Bale cada vez más camaleónico, algo de lo que han sido testigos cineastas como Christopher Nolan, Zhang Yimou, Todd Haynes o Terrence Malick.
No pareció importarle adelgazar hasta los cincuenta kilos (desde su metro ochenta y tres de altura) para El maquinista (2004), llegando a perder cuatrocientos gramos al día, ni volver a engordar treinta y un kilogramos en solo un año para realizar Batman begins (2005).
Tampoco pareció importunarle volver a adelgazar, cinco años después, otros veinte kilos para The Fighter (2010), entregando una imagen nuevamente preocupante de su (otrora) imponente fisionomía. Entretanto, le hemos visto lucir espléndido en American Psycho (2000) y aún más en The Reign of fire (2002); también con poco ropaje y enfundado en un traje de murciélago al encarnar a Batman. Los cambios de su cuerpo, como sus personajes, son tan extremos, que le obligan a realizar una auténtica muda de piel, algo que ha vuelto a realizar para su personaje de Dick Cheney en Vice. De nuevo el reto de engordar y, de nuevo, el reto de perder masa muscular.
Como resultado no solo encontramos un Bale completamente envejecido, sino a un Bale con envidiable control de cuerpo y psique. Definitivamente, estas prácticas de dudosa salubridad solo son aptas para actores con semejante mentalidad jedi.
Con todo, Bale ha declarado que, a partir de ahora, pondrá fin a sus peligrosas costumbres interpretativas, confesando empezar a ser consciente de su "propia mortalidad", añadiendo que ninguna de esas prácticas resultaba sana para su cuerpo.
Buena decisión, sin ninguna duda, poder ver envejecer a Christian Bale sin temer que un nuevo papel pueda llevarle más lejos que a la carrera de los Oscar. Lo celebramos.
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