El covid no les afectó demasiado, pero sí sus secuelas

El covid no les afectó demasiado, pero sí sus secuelas

El virus deja a su paso altos niveles de ansiedad y pánico en personas que nunca antes se habían sentido así.

Una mujer observa un cuadro del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid el 6 de junio, día de la reapertura del centro tras el confinamiento por la pandemia.Miguel Pereira/GettyImages

“En resumen, puedes poner que estoy chalada desde que cogí el covid”, cuenta medio en broma medio en serio Laura (nombre ficticio) por teléfono. La joven había soportado estoicamente los primeros meses de pandemia, en los que trató de llevar una vida ‘normal’. En verano incluso se recorrió media España, pero en otoño todo cambió. En octubre tuvo un contacto estrecho con un caso positivo, y el día 31 le comunicaron que su prueba PCR también era positiva. Cuatro días más tarde tuvo el primer ataque de ansiedad de su vida, “y desde ahí fui cuesta abajo y sin frenos”, describe.

Mientras se encontraba aislada por el virus, sintió que no podía respirar, que se ahogaba. Laura nunca había sentido algo así antes. El diagnóstico de su médico, que le atendió por teléfono, fue claro: ansiedad. 

Cuando terminó su cuarentena por el covid —que sólo le produjo un pequeño catarro y pérdida de gusto—, el mayor problema ya no era el virus, sino el pánico que sentía al tener que relacionarse con gente. Lo que pudo haber sido un ataque de pánico puntual se convirtió en una sucesión de ellos. Antes de Navidad sufrió al menos tres. 

Pastillas para dormir y miedo a contagiar a la gente

“Tenía mucho miedo a ver a gente por si podía seguir contagiándoles, me daba pánico hacer cosas como coger el AVE”, relata. “Desde que cogí el covid me cuesta mucho dormir, y eso ha seguido… Le doy muchas vueltas a todo, pienso todo el rato que me pasa algo, estoy muy pendiente de si me duele la cabeza o me duele la garganta… ya es como una obsesión”, dice.

Al mismo tiempo, lo que también le daba pánico era “estar sola, que me volvieran a confinar”. Desde entonces, Laura toma pastillas para dormir y ha tenido una sesión con el psicólogo.

Según un estudio publicado en la revista The Lancet Psychiatry, las personas que han pasado el coronavirus tienen más posibilidades de desarrollar una enfermedad mental en los tres meses siguientes a dar positivo. En ese período de 90 días, el 20% de los pacientes estudiados manifestó por primera vez ansiedaddepresión o insomnio.

“Creía que estaba controlando un poco más la cosa, pero no. De hecho, me ha pasado lo que más miedo me daba que pasara”, cuenta Laura. A finales de enero, sus compañeras de piso se contagiaron, y ella ha tenido que volver a aislarse. El 2 de febrero, además, ingresaron a su abuela por covid. “Ha sido como una terapia de choque”, comenta. De momento, esta terapia no ha funcionado.

Creía que estaba controlando un poco más la cosa, pero no. De hecho, me ha pasado lo que más miedo me daba que pasara

La postura de la multinacional en la que trabaja Laura, que curiosamente pertenece al ámbito sanitario, tampoco ha ayudado. “La empresa tiene una política de fomentar la presencialidad, así que no quieren que teletrabaje más de la cuenta”, explica.

Cuando ella tenía sospechas de estar contagiada por haber sido contacto estrecho de un caso, su empresa le dijo que hasta que no tuviera síntomas o una prueba positiva, debía seguir yendo a trabajar. 

“Eso me generó mucha ansiedad. Me daba miedo poder contagiar a la gente”, dice. Además, la primera prueba de antígenos que le hicieron resultó negativa, así que le tocaba seguir yendo a la oficina. “Me negué y dije que tenía síntomas, aunque no tenía tos ni fiebre, y ya dos días después dejé de oler, me pagué una PCR y dio positivo”.  

Según un estudio de la plataforma Oracle realizado entre más de 12.000 trabajadores de todo el mundo, el 76% de la gente cree que su jefe debería hacer más para proteger su salud mental. El 70% de los participantes del estudio sostiene que el año 2020 ha sido el más estresante de su vida.

“Me daba pánico que no hubiera un sitio para mí en el hospital”

Gabriela (nombre ficticio) sí había sufrido ansiedad antes, pero “todo esto [la pandemia] me generó muchísima más”, asegura. “Desde el principio he tenido miedo a coger el virus y a que nadie pudiera atenderme, a que no hubiera un sitio para mí en el hospital. Eso es lo que más pánico me daba”, cuenta. 

Como el resto de participantes en este reportaje, Gabriela es joven, no llega a los 30 años, y tampoco tiene patologías graves que la conviertan en población vulnerable. Pero eso no le ha quitado preocupaciones. 

María del Carmen Rodríguez, psicóloga y tutora del grado de Psicología de la UOC, explica que “no hay un colectivo de población más o menos afectado cuantitativamente” por la pandemia. A todos, independientemente de la edad, “les ha afectado”, aunque “de manera diferente”, apunta. Atendiendo a los datos de Oracle, el estrés pandémico ha hecho más mella en las personas de entre 22 y 37 años.  

En el caso de Gabriela, la ansiedad se ha traducido sobre todo en hipocondría. “Yo misma me creo los síntomas. Me he comprado hasta un oxímetro y cuando me entra la paranoia, me miro a ver cómo saturo. Todos los valores están bien, pero yo no razono. Está siendo horrible”, afirma. 

Yo misma me creo los síntomas. Me he comprado hasta un oxímetro y cuando me entra la paranoia, me miro a ver cómo saturo

Su pesadilla podía haber acabado cuando, después de tener un contacto estrecho con un caso positivo, se enteró de que tenía anticuerpos, con lo cual seguramente había pasado el virus y ni se había dado cuenta. O sea que estaba, en principio, protegida. “Pero no”, aclara Gabriela. “Porque pienso que se me pueden ir los anticuerpos, o que puedo coger una de las cepas nuevas”, afirma.

“Además, en cuanto siento cualquier cosa, pienso que es una secuela, que si me duele una pierna es porque tengo trombosis o si me sale una rozadura en el pie es otro síntoma raro del coronavirus. Es una paranoia”, admite.

“Mi madre, que es enfermera, me echa la bronca porque dice que siempre estoy leyendo cosas de esas”, cuenta la joven. Ella, que es periodista y se ve obligada a informarse por su trabajo, cree que la sobreinformación en la que vive no le ayuda.

  Dos mujeres jóvenes pasean por Palma de Mallorca el 13 de julio de 2020.Clara Margais/picture alliance via Getty Images

En lo que va de pandemia, sólo ha ido dos veces a un bar, y siempre ha sido en terraza. En verano fue a tomarse un vino con dos amigos, y en Navidad a tomarse un café. Lo demás, paseos al aire libre y alguna visita entre su “grupo burbuja” de cuatro amigas ‘inmunizadas’.

Ahora que cree que se encuentra mejor, Gabriela ‘sólo’ siente “ahogo, taquicardias y desvelos en mitad de la noche”. Ya no se medica, aunque en primavera sí tuvo que hacerlo. “No podía ni tragar cuando comía, me atragantaba hasta con una ensalada. Fui al médico y me dijo que era por la ansiedad”, cuenta. “Ahora me da miedo incluso ir físicamente al psicólogo, tal y como están las cosas”. 

“Se me ha ido de las manos la situación”

Raquel (nombre ficticio) había empezado a espaciar más sus sesiones online con la psicóloga con el objetivo de ahorrar, pero hace unos días decidió retomar la terapia semanal “porque se me ha ido de las manos la situación”, reconoce. Su caso es ligeramente distinto a los anteriores. Ella no pasó el coronavirus, que sepa, pero los síntomas que siente desde hace semanas son muy parecidos a los de Laura y Gabriela. “No se me termina de ir la ansiedad, ya son muchas semanas, estoy cansada, duermo fatal… Ahora mismo estoy intentando no perder la cabeza”, dice. 

“Soy una persona muy sensible, e incluso he tenido enfermedades mentales, pero habiendo alcanzado una estabilidad siento que este año me he desubicado por completo. Estoy a punto de llamar a mi médica de cabecera, porque llevo desde el 9 de enero sin salir de esta sensación, de esta angustia en el pecho”, describe. 

Raquel menciona el 9 de enero porque fue cuando se enteró de que su compañera de piso tenía coronavirus. La joven arquitecta sabe que no es lo único que le afectó, pero sí considera que ese fue “el detonante”.

No te quieres agobiar de más porque tampoco está bien, pero tampoco quieres olvidarte de todo por miedo a hacerlo mal. Siento desamparo

Cuando Raquel trató de comunicarse con su centro de salud, se encontró con un sistema colapsado, no sólo por la tercera ola posnavideña, sino también por una nevada que puso patas arriba la ciudad de Madrid, donde vive.  

“Ahí me surgió el agobio: estuve a lo mejor dos horas al teléfono esperando a que alguien me respondiera, y nada. En ningún momento me llamó ningún rastreador y, cuando tuve una respuesta, el tono que recibí fue hasta burlón. Al final, tienes la sensación de que te lo gestionas tú solo”, explica. “Nadie me hizo ninguna prueba e incluso me dieron informaciones un poco contradictorias cuando llamé al teléfono del Ministerio de Sanidad y al de mi centro de salud. Al final, me quedó más claro leyendo las recomendaciones de la OMS”, resume.

La joven se siente “desamparada”. “Creo que el sistema funciona cuando hay una colaboración entre el individuo y el Estado, y ahora siento que el Estado no está ahí, o que sólo está de una forma mínima, caótica y a veces contradictoria. Entonces sientes la desesperación de no saber qué hacer, cómo actuar, qué está bien, qué está mal… No te quieres agobiar de más porque tampoco está bien, pero tampoco quieres olvidarte de todo por miedo a hacerlo mal”, lamenta.

  Jóvenes reunidos en una terraza de Tenerife el 18 de diciembre de 2020.Andres Gutierrez/picture alliance via Getty Images

Raquel está convencida de que, en cuanto a salud mental, este es el peor momento desde que empezó la pandemia. “En 2020 todo iba mal, el confinamiento fue muy duro, pero de alguna manera había un tipo de esperanza o de luz, algo a lo que aferrarse; después del caos, la cosa sólo podía mejorar. Ahora ha venido 2021 y todo ha ido a peor. Percibo mucha desestabilidad mental en general”, sostiene.

“La incertidumbre hace que los síntomas se agraven”

“Fatiga, desmotivación, agotamiento, preocupación, hipervigilancia, incertidumbre, aislamiento, nerviosismo, frustración, irritabilidad, ansiedad y tristeza” son los estados emocionales más comunes que cita la psicóloga María del Carmen Rodríguez como consecuencia de la pandemia. “Muchos de estos síntomas se están dando en la población general, y la incertidumbre de la situación hace que se agraven”, señala.

Raquel ha pasado por todas esas fases. Ahora mismo cree que necesita desconectar, salir de casa y, con todas las precauciones, ver a gente. Pero se encuentra con el dilema, o la ‘esquizofrenia’, que destilan algunas decisiones políticas en pandemia y que describe perfectamente esta tuitera:

En el mundo moderno capitalista en el que vivimos, es importante que aunque lo pasemos mal por ciertas cosas, sintamos que tenemos ciertos alivios, disfrutes”, comenta Raquel. “En España somos seres muy sociables, muy de salir, y ahora incluso salir a dar un paseo, dependiendo del sitio, puede estar mal. No tenemos esa vía de escape para tratar de estar bien”, constata.

La arquitecta asegura que la situación le está provocando “estragos mentales”. “Está claro que si tienes neumonía, o si tienes a algún familiar ingresado, es peor, pero desde luego esto está teniendo consecuencias en mi salud probablemente peores de las que tendría si pasase la enfermedad. Aparte de estar cansada y de estar harta, estoy muy triste”, afirma.

Esto está teniendo consecuencias en mi salud probablemente peores de las que tendría si pasase la enfermedad

María del Carmen Rodríguez explica que, igual que la pandemia ha tenido oleadas, el estado mental de la población, también. “Durante la etapa de confinamiento había un objetivo claro: bajar la curva y vencer el virus. Y a pesar de estar confinados en casa, todo el mundo tenía la sensación de estar conectado: a través de las noticias, los aplausos en los balcones, etcétera”, recuerda.

“Con la desescalada se generó una falsa sensación de seguridad y de trabajo realizado. Pero ahora con las siguientes olas la sensación es como la de esas réplicas que se producen después de un seísmo, o como en los tsunamis, cuando en un primer momento hay pánico y todo se ve arrasado, pero tras el silencio y la tranquilidad de ese primer envite la ola retrocede y vuelve a dejar un halo de destrucción”, describe la psicóloga. “Lamentablemente, después de la que esperemos sea la tercera y última ola pandémica, la cuarta oleada será la de la salud mental”.

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es