Consecuencias psicológicas catastróficas: El confinamiento intermitente no puede ser la solución
El sistema inmunológico, que es el que nos protege de los patógenos como el virus, pierde efectividad cuando hay miedo.
Una de las estrategias más extendidas a nivel mundial para contener la pandemia ha sido, y está siendo, fomentar el miedo para que los ciudadanos acepten un confinamiento por largos periodos de tiempo. Esto está trayendo unas consecuencias psicológicas catastróficas. Y es así porque tres de las cosas más importantes que un ser humano necesita están siendo sistemáticamente deterioradas: la salud, las relaciones sociales y la economía. Y eso es insostenible.
La salud psicológica está siendo muy afectada por las consecuencias de vivir en un constante estado de miedo y estrés, no solo debido al miedo a enfermar, sino por la amenaza de un nuevo confinamiento. Esto ocasiona un estado de temor constante en la mayoría de la población, por las múltiples y nefastas consecuencias que traería: desde la quiebra económica, individual y del país, al deterioro de la salud mental por el miedo al aislamiento, al futuro, a la pobreza, a la soledad, a la perdida de cercanía con los demás, a la falta de libertad… No olvidemos que el sistema inmunológico, que es el que nos protege de los patógenos como el virus, pierde efectividad cuando hay miedo.
La amenaza de un nuevo confinamiento está creando un ambiente social irrespirable. Está llevando a que unos ciudadanos sospechen de otros, a que se acuse a los demás de irresponsables, a un aumento del odio y la violencia, en definitiva, a un deterioro alarmante del tejido social y las relaciones personales.
Uno de los detonates de esta situación es una idea errónea muy extendida y perjudicial que consiste en creer que para que las personas mantengan las medidas sanitarias y evitar contagios hay que infundirles miedo. Un ejemplo es la campaña del Gobierno de Canarias que fomenta el miedo y la culpa argumentando que por asistir a una celebración familiar puedes “regalarle a un ser querido la muerte”. Esto es un disparate de consecuencias nefastas desde el punto de vista psicológico. Para preservar la salud mental, y más en una situación como ésta, hay que aprender a concienciar sin asustar, que se puede.
Otro ejemplo son las declaraciones de Tedros Adhanom, presidente de la OMS, en las que asegura que “elegir a donde desplazarse es ahora cuestión de vida o muerte”. La falta de sensibilidad y cordura de estas declaraciones se basan en esa idea: hay que infundir miedo para lograr el objetivo.
La expresión “nueva normalidad”, junto a las afirmaciones de que nada volverá a ser normal, es otro error desafortunado desde el punto de vista psicológico. No solo favorecen el mantenimiento del estado de estrés, el miedo al futuro y a sufrir, sino que animan a las personas a saltarse las medidas sanitarias que sí podrían ayudar a detener los contagios. Hubiera sido más acertado llamarlo “periodo excepcional” de carácter temporal o de tiempo indeterminado, lo que daría esperanza en el futuro y ánimos para resistir las incomodidades que supone mantener las distancias con los demás o cubrirse la cara constantemente con una mascarilla.
Si a esto le sumamos el caos informativo que están padeciendo los ciudadanos, en el que muchos medios de comunicación aportan una información simplista y alarmista, casi como un parte de guerra, encaminada a justificar la gravedad de las medidas tomadas, y por otro lado la información que llega a través de las redes sociales de profesionales sanitarios y periodistas que aportan otra información diferente, más detallada y argumentada, en las que se pone en duda que las medidas draconianas que se están tomando sean en realidad las más adecuadas… entonces los niveles de indignación, miedo y estrés se disparan.
Desde el punto de vista psicológico, si no queremos que sea mucho peor el remedio que la enfermedad, hay que implementar pautas proporcionadas e informar adecuadamente a la población. El confinamiento no puede ser más que una medida excepcional inicial, no una medida recurrente, y no se debe hablar de nueva normalidad ni de obligatoriedad de vacunarse, con una vacuna infratestada, y que no puede garantizar su eficacia y seguridad, sospechosa además de obedecer a intereses económicos particulares, o a algo peor.
No se puede ignorar la evidencia, el debate sobre el rumbo que se está tomando y el miedo están en la calle, y el estallido social es un riesgo real. Volvamos a la cordura, tomemos precauciones, reforcemos el sistema inmunológico, protejámonos del virus sin paralizar la vida, protejamos a los vulnerables y garanticemos la asistencia a los enfermos, enfrentemos el miedo a la perdida, al contagio, a la muerte incluso… Es necesario aprender a resolver el miedo para encontrar el camino que suponga los menores perjuicios y el menor sufrimiento posibles. Hay que evitar los daños permanentes, psicológicos y materiales que supondría un estado de confinamiento intermitente por tiempo indeterminado, o el enfrentamiento entre los que quieren vacunarse y los que no están dispuestos a ello, que son muchos, y no son lunáticos ni paranoicos. Es necesario que todos estemos informados y no aceptemos enfrentarnos unos con otros. En este desafío, por encima de ideologías, es necesario ir unidos.