El cielo y la tierra
David Cordero se ha lamido sus heridas en público con un trabajo excepcional.
Una de las grandes incertidumbres que nos acecha es el final de nuestra existencia. Yuval Noah Harari, en una conversación con el premio Nobel Daniel Kahneman, plantea que a lo largo de la historia tanto el envejecimiento y la muerte se han tratado siempre como problemas metafísicos, y en cambio la nueva actitud investigadora es tratar de vencer a la enfermedad y a la muerte, enfocándolas como problemas técnicos con una solución técnica. Algo que hoy día se nos antoja todavía de ciencia ficción.
Quizás estemos en un intervalo histórico y dentro de medio siglo la muerte por enfermedad sea opcional. Al menos para los ricos en un principio.
Mientras tanto, ‘la alquimia del tiempo te va transmutando en polvo y recuerdo’, como diría Javier Salvago.
Hacia la luz versa sobre el paso de la vida a la muerte. Su autor compuso la obra durante los últimos meses de vida de su madre, a la que acompañó en Cádiz, cerca del mar, hasta su partida el 25 de agosto del año pasado.
David Cordero lleva casi 20 años en la música: con su banda Úrsula, en solitario, siendo Dj en festivales como Sónar, en labores de productor discográfico, componiendo bandas sonoras para películas o colaborando en interesantísimos proyectos con artistas que van desde Niño de Elche a McEnore, pasando por bRUNA.
Para su último trabajo, David ha continuado con el sonido que venía desarrollando habitualmente. Aunque hay una declaración de intenciones en Mejor seguir al silencio -2009-, la carrera de David Cordero tras la máscara de Úrsula tiene un punto de inflexión en el disco Hasta que la soledad nos separe -2010-, donde ya acoge claramente preceptos de la música ambient.
Algunas de mis bandas favoritas hacen pistas de este género, es el caso de Air o Boards of Canada. Sin embargo, la propuesta musical de Cordero está más en consonancia con el ambient de Ian Hawgood o influido por la neoclásica ambiental del compositor estonio Arvo Pärt.
Hacia la luz está formado por dos caras. En la cara A encontramos las cuatro composiciones propias de David Cordero. La cara B cuenta con una serie de revisiones del lado A, que atrapa lo etéreo y lo ancla a terreno más firme. Así provee de una segunda vida con autonomía al material original. Remixes manufacturados por artistas tan alucinantes como The Sight Below, que hace de la pieza dedicada al medicamento de la morfina, Sevredol, un tema bailable de techno oscuro.
Según la poeta inglesa Denise Riley, el fallecido nos sujeta al instante presente en el que estamos insertos. De alguna forma, antes de la perdida nos dejamos llevar por el tiempo, y entonces la muerte entra en nuestro mundo y el tiempo se detiene.
Al escuchar el primer tema del disco, El eterno retorno, percibimos la constante del tiempo como quien se revuelve en el lodo hasta que el avance de los segundos en la composición va posando el barro y el agua empieza a estar más clara. Tomando prestadas las palabras de Pablo d’Ors en su Biografía del silencio, ‘cuando el agua se aclara, empieza a poblarse de plantas y peces’. Esa pequeña flora y fauna se extingue una y otra vez para volver a crearse.
Sevredol, la de la cara A, suena a un mar que ha amanecido con el aspecto de un Rothko. Las ondas sostenidas envuelven de manera analgésica, mientras las fulgentes guitarras alumbran un escenario ligeramente espeluznante. A mitad de este viaje, David mira hacia atrás y ve que el camino está intacto y que sus huellas no le siguen, sino que le preceden. En Hacia la luz, esa impresión cíclica acompaña en todo momento.
La sensación al reproducir Habitación 218 es la de estar protegido por las capas de sintetizadores, donde todo fluye de manera inerte y gravitatoria, incluso la punzante aflicción. A nivel particular, encuentro cierto paralelismo con el corte The Nursery de Clint Mansell, no en el tono de la estructura musical, pero sí en lo que ambas me hacen sentir.
Llegamos a 25 de Agosto, 3 A.M., en la que colabora Pepo Galán, maestro sureño también en estas lides. La columna vertebral de la pieza está compuesta por un enjambre sonoro que tintinea destellos esperanzadores, y que va creciendo en intensidad hasta romper desafiante al estilo del dúo Jónsi -Sigur Rós- & Alex Somers. El gran momento del álbum.
Algunos escritores se han afanado en explicar la sensación de duelo, errando en la mayoría de los casos, y es que la desolación está a galaxias de cualquier otra experiencia. En Hacia la luz tenemos retratada la variedad de humores y atmósferas de ese tránsito en un catálogo de música ambiental.
El autor se ha lamido sus heridas en público con un trabajo excepcional, con el que se ha permitido hasta bailar encima de su tristeza -Sevredol·The Sight Below Remix-. Y qué espléndida complejidad en la expresión. Hacia la luz es uno de los discos más relevantes del año.