El avispero kurdo: por qué la retirada de EEUU de Siria se complica
Turquía se niega a cumplir la condición que impone Washington de no atacar a las milicias de las YPG y anuncia una ofensiva, complicando los planes de Trump.
Ya está. Hemos derrotado al Estado Islámico y nos volvemos para casa. Nuestros 2.000 efectivos dejarán Siria en breve. Misión cumplida. Palabra arriba, palabra abajo, es lo que dijo el pasado 19 de diciembre un entusiasmado Donald Trump. El presidente estadounidense anunciaba así que su guerra contra los yihadistas en la zona, emprendida en 2015, tocaba a su fin. Era todo ya cuestión de organizarse y salir. Cuatro meses, se dio. Este viernes, la Casa Blanca confirmaba que la coalición internacional ya se está marchando. "Debido a la preocupación por la seguridad operativa, no discutiremos los plazos, localizaciones o movimientos de tropas específicos", dijo un portavoz. No se sabe más.
En el momento de dar a conocer la noticia, Washington afirmó que cedería a Turquía la responsabilidad de la lucha contra el ISIS. La sintonía con Ankara era total, todo camaradería. Pero la situación se ha complicado. Si se va EEUU, ¿qué pasa con quienes en estos años han sido sus aliados principales sobre el terreno, las kurdas Unidades de Protección del Pueblo (YPG)? ¿Se las abandona, se les cede el control? ¿Qué va a pasar con sus bases y su armamento? ¿Se las quedarán estas milicias?
El gobierno de Recep Tayyip Erdogan ya ha dicho que ni de broma. Estos grupos son sus enemigos, los considera "terroristas" y en cuanto EEUU ponga los pies fuera de Siria irán a por ellos. Prometido. Ya no hay palabras bonitas entre los dos Ejecutivos.
A continuación te explicamos por qué es tan importante este avispero kurdo y qué consecuencias inmediatas puede traer para la guerra en Siria, vieja de ocho años.
¿Quiénes son?
Las Unidades de Protección Popular o del Pueblo (YPG, por sus siglas en kurdo) son consideradas el brazo armado del Partido de la Unión democrática (PYD), la principal agrupación política opositora kurda en Siria.
Ambas ramas fueron fundadas en 2003 y sostienen que están "luchando por una solución democrática que incluye el reconocimiento de los derechos culturales, nacionales y políticos [de los kurdos] y desarrolla y mejora su lucha pacífica para poder gobernarse a sí mismos en una sociedad multicultural y democrática".
En su argumentario, tienen elementos en común con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), a quien Turquía -y también EEUU y la Unión Europea- cataloga como grupo terrorista y que ha sostenido la lucha armada contra el Gobierno desde hace más de tres décadas. Hoy las autoridades siguen señalando al PKK como autor de atentados, directamente o mediante escisiones.
El gobierno turco considera a las YPG y al PKK como "grupos terroristas" de similares características y peligrosidad, que amenazan la seguridad de sus fronteras. Ellos, sin embargo, defienden que pelean por los derechos de los kurdos, un pueblo de unos 40 millones de personas que comparten una lengua y una cultura original desde hace siglos, pero que nunca ha tenido un país propio. Su zona de batalla es el Kurdistán, un territorio que comprende partes de Siria, Irak, Irán y Turquía.
Las YPG niegan que tengan relación alguna con el PKK e insisten en que su único empeño es defender a su comunidad de quien la amenace, sea el régimen sirio de Bachar el Asad o los diversos grupos terroristas de la región.
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Las condiciones
Apenas unos días antes de que Trump anunciase su marcha de Siria, Erdogan, en una cumbre del sector de defensa en Ankara, anunció una ofensiva contra los kurdos. Llevaba ya meses amagando con otro despliegue, como los que ya ejecutó en 2016 (noroeste del país) y 2018 (en la zona de Afrin), pero no daba el paso.
Sin embargo, ante el movimiento estadounidense en el tablero sirio, decidió esperar. A ver cómo lo hacía Washington. Hasta ahora, Ankara se había limitado a combatir a este grupo al oeste del río Éufrates porque al otro lado las YPG contaban con el respaldo de EEUU, dentro de una alianza kurdo-árabe llamada Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que propugnan un país secular y democrático.
En mitad de la espera, llegaron las condiciones que el turco no quería escuchar. El domingo pasado, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, dijo desde Israel que el repliegue sólo se haría cuando se cumpliesen dos condiciones: que el Estado Islámico estuviese completamente derrotado -algo que, según Trump, es pan comido- y que Turquía se comprometiese a no atacar a las YPG. Porque este grupo armado, recordó, "ha sido fundamental para luchar contra el ISIS".
El presidente de EEUU, de seguido, publicó unos tuits en los que aseguraba que la retirada se haría a un "ritmo apropiado", de forma "gradual y ordenada", sin detener la lucha contra el Daesh y "haciendo todo lo demás que sea prudente y necesario". Era su respuesta, insuficiente, a las preguntas que generó Bolton (y a las que diarios como The New York Times estaban ya haciéndose con insistencia).
Turquía pensaba que, con EEUU fuera, iba a tener pista libre para atacar a las milicias kurdas, pero la exigencia de Washington de que no las toque, de que proteja al que ha sido su aliado de años, le ha enfurecido.
Erdogan grita que es una cuestión de supervivencia nacional y que "posee el segundo ejército más grande de la OTAN, es el único país con el poder y el compromiso de realizar" la tarea de "proteger los intereses de EEUU, la comunidad internacional y el pueblo sirio", tal y como ha escrito en una sonada tribuna en el NYT.
Sin embargo, EEUU tiene que cuidar a las milicias: porque las necesita para mantener a raya las cepas de yihadismo que puedan quedar; porque si no se corre el riesgo de que se alíen con los rusos; porque a ver quién va a prestarle su apoyo en otros avisperos si deja tirados a los locales que le ayudan a hacer lo que Washington quiere en cada rincón del planeta.
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"Lo que haga falta"
En un discurso ante su grupo parlamentario y tras una visita del propio Bolton a su país, buscando calmar los ánimos, Erdogan dijo esta semana que le da igual la condición de EEUU y que atacará a las YPG "muy pronto", en una operación que busca "salvar a los civiles" amenazados por quienes, a sus ojos, son "terroristas". El presidente turco dijo literalmente que es un plan "inaceptable" e imposible de "tragar". Con permiso o sin permiso de la Casa Blanca, habrá ataque, insistió.
"El mensaje que dio Bolton en Israel no lo podemos aceptar, es imposible tragárselo. Ellos no saben quiénes son mis ciudadanos kurdos ni quiénes son el YPG y el PKK", aseguró Erdogan. "Las organizaciones terroristas del PKK y el PYD nunca pueden representar a mis hermanos kurdos. Si Estados Unidos cree que estos son nuestros hermanos kurdos, están en un muy grave error", añadió.
Y más: "Son terroristas, por eso no puede ser que nos digan 'No toquen ustedes a estos kurdos'. Pase lo que pase, si son terroristas, haremos lo que haga falta. En eso se equivoca mucho John Bolton". El Ejecutivo turco ha garantizado que se coordinará "con todo el mundo", pero se ahí a pedir permiso... "Haremos planes basados en nuestra seguridad y nuestras prioridades", concluye.
Sobre este asunto, al menos en público, nadie ha dicho nada desde la Administración Trump. El equipo de Bolton dijo, al acabar su reunión en Ankara, que el espíritu había sido "constructivo". Sin embargo, la cita fue apenas con el portavoz turco, Ibrahim Kalin, cuando estaba previsto que se viera con Erdogan. Eso no pasó.
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Los planes reales
Los portavoces de Erdogan llevan días insistiendo en que la veintena de bases militares y centros logísticos que EEUU tiene en suelo sirio deben ser destruidos o entregados a Ankara, como las armas con las que han luchado contra los yihadistas. No lo hacen en público, sino con filtraciones a diarios como el Hürriyet. Nada puede ir a manos de las YPG, señalan, pues podrían ganar peso e infuencia.
Pero nadie sabe los planes reales de EEUU. Bolton, desde Jerusalén, dijo incluso a la prensa ni había un calendario para la retirada, cuando su jefe, Trump, lo daba todo por hecho para el inicio de la primavera.
El ejército de EEUU empezó a poner botas sobre el terreno en Siria a principios del año 2015, en una decisión tomada por el presidente demócrata Barack Obama. Washington empezó mandando un pequeño número de fuerzas especiales, con el objetivo de "entrenar y asesorar" a los combatientes kurdos locales que luchaban contra el Daesh. En el primer mandato de Obama ya se había intentado armar y organizar a otros grupos locales, sin manchar a sus uniformados de barro, pero la apuesta no salió bien y por eso se dio un paso más.
Con los años, se aumentaron los efectivos (se cree que hay unos 2.000, pero la estadística oficial no suele darse) y las infraestructuras, muy conectadas con las bases en Irak, el Golfo Pérsico y Jordania.
¿Qué pasa con Siria?
¿Y Siria? Pues nada. Importaba el ISIS, no los ocho años de contienda en el país. EEUU ha declinado seguir apoyando un cambio de régimen en Damasco y ha acabado cediendo el poder sin disimulo a Asad, ese hombre que Hillary Clinton, como secretaria de Estado y como candidata a la presidencia decía que tenía que ser "sacado" por su "naturaleza asesina". Los tiempos de: "El mundo no vacilará. Asad debe irse" han cambiado.
La balanza de la guerra está inclinada del lado del hijo Hafez. Las tropas leales a Damasco han recuperado los bastiones del ISIS, como Raqqa, y la mayoría de las ciudades y barrios en manos de los opositores. No obstante, las inteligencias internacionales calculan que aún hay unos 100.000 opositores y otros 6.000 combatientes del Estado Islámico en el país.
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El principal reto es acabar con estos diversos focos de resistencia. Ahora mismo, la campaña se concentra en la provincia de Idlib, la única que queda fuera del control de Asad y donde se pelea a varias bandas. Justo este miércoles, tras un choque intenso de nueve días, el brazo sirio de Al Qaeda tomó las riendas. Los yihadistas se impusieron al Frente de Liberación Nacional (FLN), una alianza de grupos respaldada por Turquía.
Ankara y Moscú -el gran amigo de Asad- habían firmado un pacto hace tres meses para evitar una operación a gran escala sobre Idlib por parte del Ejército sirio y sus aliados, pero ahora puede haber estallado por los aires. En la zona se teme una ofensiva de grandes proporciones, sobre una ciudad en la que, a su población habitual, se han sumado desplazados, hasta cuatro millones de habitantes muy sometidos ya por el cerco.
Acuerdo político que ponga fin a la guerra no se ve en el horizonte, pese a los contactos ocasionales. Hay dos vías de relativo diálogo abiertas: una de Naciones Unidas y otra, la del proceso de Astana, impulsado por Rusia, Turquía e Irán. Hay un
la resolución internacional 2254, de 2015, que preveía el establecimiento de un órgano de gobierno creíble integrado por todas las partes, para trabajar hacia una transición política bajo los auspicios de las Naciones Unidas sobre la base de Ginebra. Existe la figura del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para la Crisis Siria (el último, el italo-sueco Staffan de Mistura) y hasta se aprobó una resolución internacional en 2015 que preveía la creación de un órgano de gobierno creíble, integrado por todas las partes en litigio, para trabajar hacia una transición con la muleta de Naciones Unidas. No ha habido, sin embargo, resultados.
Rusia se está moviendo por su cuenta, tratando de lograr de las potencias europeas, al menos, dinero para la reconstrucción del país. El presidente Vladimir Putin tiene un encuentro ex profeso pendiente con el presidente turco Erdogan, la canciller alemana Angela Merkel y el galo Emmanuel Macron. Recientemente, el Gobierno de Asad aprobó una partida de 880 millones de euros para comenzar la reconstrucción, pero huelga decir que es insuficiente. La ONU incluye este año, de nuevo, a Siria en su lista de emergencias más graves del año y, aunque no ha concretado aún la ayuda que necesita, se espera que ronde los 3.500 millones solicitados para 2018.
Y es que poco ha cambiado en la zona, para pedir menos. Según datos del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos en el séptimo aniversario de la contienda, son más de 511.000 los muertos desde 2011, de los que más de 106.000 son civiles y 15.500 son niños. 6,2 millones de sirios se han desplazado internamente por el conflicto y otros seis se han ido del país, sobre todo a países vecinos como Jordania, Líbano o Turquía, donde las condiciones en los campos de refugiados son poco más que de pura supervivencia. Los datos de pobreza extrema, dentro y fuera de Siria, superan el 60%.