El auge de los personajes secundarios
Una entrevista al profesor de literatura Jeremy Rosen.
Todo depende del color del cristal con que se mire… y la literatura varía según la perspectiva del personaje que cuenta la historia. La mirada de Sancho Panza no es la misma que la de El Quijote, la perspectiva de Ofelia no coincide con la de Hamlet, la vida de Wendy sigue pasos distintos a los de Peter Pan, y un dios como Loki ofrecería un relato muy distinto de Asgard. El profesor de literatura Jeremy Rosen ha publicado un libro sobre el sentido estético, social y político de las ficciones con personajes menores como protagonistas. Lean a Rosen, el protagonista absoluto de esta entrevista sobre el auge de los personajes secundarios:
ANDRÉS LOMEÑA: Sostiene que el subgénero literario de personajes secundarios se usa para identificar nichos de mercado. A las editoriales les resulta útil para minimizar el riesgo comercial. ¿Este género viene a ser lo mismo que los spin-off del cine?
JEREMY ROSE: Di con un término tan tosco como el de “elaboración de personajes secundarios” porque el género parece notablemente diferente de los spinoffs. Las secuelas y los spinoffs suelen estar realizadas por el mismo escritor o productor del texto original, mientras que el tratamiento de personajes secundarios llega décadas o incluso siglos después, a cargo de escritores que quieren explorar personajes menores con gran detalle, o que discrepan del modo en que el personaje fue retratado en la obra original. En segundo lugar, la elaboración de personajes secundarios en buena medida desarrolla o revisa el personaje original, a menudo con la crítica implícita de que el original era inverosímil. Elegí la palabra “elaboración” por su sentido original: añadir trabajo. El escritor contemporáneo añade trabajo al desarrollar y revisar los personajes secundarios, elevándolos a la categoría de protagonistas. En el spinoff sobre Joey, no encuentras al personaje de Friends más interesante de lo que era en la serie de televisión. Solo obtienes más Joey.
Asimismo, tu pregunta también suscita ideas sobre el motivo económico de los productores. En Los personajes secundarios tienen su día, mantengo que la concentración de la industria editorial en varias multinacionales durante las últimas décadas ha contribuido al florecimiento de la elaboración de personajes menores. Repetir una fórmula que se ha probado ayuda a esos editores a minimizar el riesgo, y reescribir clásicos de la literatura ayuda a capitalizar marcas prestigiosas y reconocibles: “Orgullo y prejuicio desde una perspectiva completamente nueva”. Al mismo tiempo, los escritores demuestran un interés político y artístico genuino a la hora de explorar los personajes secundarios. Sena Jeter Naslund estaría intrigada por la mención breve que hay en Moby Dick sobre la mujer que espera en casa a Ahab y la autora lo desarrolla mediante un gesto sincero de creación literaria. A su vez, también tenía una razón política para hacerlo. Herman Melville se sumergió en un tema de lo más oscuro en su monstruosa novela, y al parecer se quedó sin espacio para tratar las experiencias de las mujeres mientras sus maridos perseguían ballenas en el mar. Demasiado a menudo los críticos literarios adoptan una perspectiva un tanto estrecha del asunto; o los libros son mercancías o son obras de arte autónomas hechas sin ningún interés económico ni intención instrumental. Toda mi obra defiende que el género es un lugar de encuentro donde la literatura es ambas cosas: los géneros emergen y florecen en contextos económicos particulares de producción y consumo, pero a su vez son marcos estéticos que los artistas usan y estas formas literarias varían de acuerdo con sus necesidades creativas.
A.L.: Me encanta la frase con la que empieza La esposa de Ahab: “El capitán Ahab no fue mi primer ni mi último marido”. Me pregunto si esas novelas valen la pena o si son solo un entretenimiento intertextual.
J.R.: La pregunta de cualquiera es: ¿Pero hay alguna buena? Creo que es una cuestión de gusto. Algunos lectores disfrutarán con La mujer de Ahab y muchos otros no. En lo que a mí respecta, el personaje me pareció bastante inverosímil. El personaje de Una en la obra de Naslund es una gran aventurera, como Ismael, pero una mujer así de ambiciosa en el siglo XIX se reprimía y frustraba por los límites de una sociedad patriarcal tan rígida. Otros lectores, en cambio, pueden estar menos interesados en la exactitud histórica y les gustará el modo en que la protagonista de Naslund se libera de las ataduras de su tiempo.
¿Son novelas valiosas? ¿Quién soy yo para decirlo? Hay buenas razones para escribir ficción y responder creativamente al acicate de un texto anterior me parece un motivo tan bueno como cualquier otro. Rechazaría la idea de que los géneros tienen “requisitos”. Las convenciones son características que vemos en un género, pero gran parte de la diversión y habilidad en una obra literaria viene de un autor que está instruido en las convenciones del género, y las usa irónicamente o se aparta de ellas. Un ejemplo podría ser Agatha Christie, cuyo giro argumental al final de El asesinato de Roger Ackroyd rompe con todas las expectativas del género.
A.L.: Circe de Madeline Miller ha sido un gran éxito, y quizás en menor medida Penélope y las doce criadas de Margaret Atwood. Veo que una de las funciones principales de este subgénero es rescatar las voces femeninas.
J.R.: Sin ninguna duda. Muchos escritores de personajes secundarios tienen intenciones feministas o quieren explorar las experiencias de grupos oprimidos y marginados socialmente. Por ejemplo, Lo que el viento no se llevó [The Wind Done Gone] de Alice Randall. La autora inventa un personaje secundario que nunca aparece en Lo que el viento se llevó [Gone With the Wind] de Margaret Mitchell. Randall asume que siempre estuvo ahí: la hermanastra de Scarlett O’Hara, que es una esclava. Randall infiere que si Gerald O’Hara tenía una gran plantación de esclavos, podría haber abusado de ellos y ser padre de algunos de sus hijos con la intención de perpetuar a los esclavos, una práctica reproductiva de la esclavitud que estuvo extendida en el escenario prebélico de la esclavocracia o plantocracia estadounidense. Lo que el viento no se llevó tiene una agenda histórica revisionista que nos muestra lo que libros como Lo que el viento se llevó eluden: las atrocidades diarias que sufrieron las mujeres esclavas. De este modo, el libro de Randall también critica la historia literaria y cinematográfica, al mostrar que las novelas y películas clásicas han ofrecido retratos caricaturescos de las personas afroamericanas y han pintado una historia de color de rosa del Sur antes de la guerra. En este caso, las objeciones artísticas se mezclan con las políticas. Decir que Mitchell retrató a sus esclavas de manera muy poco realista también es mostrar que las representaciones literarias derivan de prejuicios racistas. No es ninguna sorpresa que los herederos de Mitchell, en un intento de proteger el legado económico e ideológico de Lo que el viento se llevó, interpusieran una demanda que no prosperó para impedir la publicación del libro de Randall.
A.L.: Estas novelas de personajes secundarios me parecen una señal del éxito de la teoría de los mundos posibles en la literatura. ¿Usted también lo ve así?
J.R.: Mundos de ficción de Thomas Pavel fue muy influyente para mí ya que los escritores de personajes secundarios buscan recrear y expandir los mundos de sus predecesores. “Jugar en el arenero de otro” es una expresión habitual de la fan fiction que resulta válida en nuestro caso. No hay muchos escritores, hasta donde sé, que hayan dedicado sus esfuerzos a recrear los vastos mundos ficcionales de Tolkien, Ursula K Le Guin o George R.R. Martin. Otro atractivo de la elaboración de personajes secundarios es que se puede asumir cierto conocimiento del lector de Hamlet o de La Odisea, y no hay que recrear la trama completa del castillo de Elsinor ni los reinados de las antiguas islas del Egeo.
En cualquier caso, el personaje es el aspecto de los mundos ficcionales que realmente me interesa. El último capítulo de mi libro plantea una paradoja: el personaje de Penélope solo existe en La Odisea. Por tanto, si Homero nos cuenta algo sobre ella, así ha de ser Penélope. Pero entonces llega Margaret Atwood y dice: “No, eso no es así, Penélope no era realmente así”, aun sabiendo que es una creación de Homero. En otras palabras, los personajes están constituidos por textos y los tratamos como si tuvieran vidas externas a esos textos. La elaboración de personajes secundarios nos muestra algo esencial sobre cómo operan los personajes y mundos de ficción: solo conseguimos una determinada cantidad de información sobre esos mundos y personajes imaginarios, y nosotros rellenamos todas esas lagunas con inferencias y conjeturas. No hay límites sobre cómo de lejos puedes llevar ese proceso.
A.L.: Michael Chabon y Jonathan Lethem son dos de mis escritores favoritos y gracias a su artículo sobre la ficción de género entiendo mejor por qué me gustan tanto. Estos autores usan subgéneros literarios, a menudo desprestigiados, con intenciones literarias.
J.R.: La línea borrosa entre “ficción literaria” y “ficción de género” es el tema del libro en el que trabajo actualmente, cuyo título provisional es Genre Bending. El trasfondo histórico de esta investigación es que a principios del siglo XX hubo una encrucijada. Por una parte, la ficción literaria “seria” o Literatura (con con la ele en mayúscula) goza de prestigio, gana premios y se enseña en las universidades; por otra parte, la ficción de género o literatura popular, que incluye creaciones como la ciencia-ficción, las novelas de detectives, los western y la literatura romántica, domina el mercado en términos de tirada y ventas. A principio de los dosmil, una generación de escritores liderada por algunos de los autores que mencionas (Chabon, Lethem, Ishiguro, Whitehead), pero también Margaret Atwood, Jennifer Egan, Haruki Murakami, David Mitchell y Chang Rae Lee, desdibujan deliberadamente géneros populares como la ciencia-ficción, las novelas de espías e incluso la novela de zombis.
La alta cultura siempre ha tomado préstamos de la “baja cultura” o cultura popular, pero si tienes en cuenta el contexto particular de la bifurcación que se produce en el siglo XX entre alta literatura y baja literatura, el fenómeno del préstamo de géneros (escritores “serios” que adoptan géneros de la literatura popular) se vuelve tan visible que se puede interpretar como una tendencia reciente. Algo interesante de esta “moda” es que esos escritores a menudo se toman la molestia de que notes lo literaria que es su versión de una determinada obra de género. Si lees Zona Uno, por ejemplo, te darás cuenta de que su escritura está llena de metáforas y tiene un estilo muy cuidado, casi preciosista. Me gusta pensar en esta literatura de “géneros prestados” como un equivalente de la “alta cocina ambulante”: comes tacos, noodles o hamburguesas, pero son de carne de pato, con trufas, producidos ecológicamente y con una presentación muy cuidada.
A.L.: Imagine que es un novelista. ¿Qué personaje secundario elegiría para su obra? ¿Y en qué género se basaría?
J.R.: Siempre he querido contar la historia de Queequeg, otro gran personaje de Moby Dick, y también he flirteado con la idea de una ficción literaria de piratas.
A.L.: ¿Nos hemos dejado atrás a algún personaje menor?
J.R.: Lo que me gusta de los géneros literarios es que ponen en tela de juicio la invención frente a la influencia, algo que considero una dinámica central de la literatura y de todas las artes. La teoría posmoderna promovió una nueva ortodoxia: todo el arte es un préstamo intertextual, nada es original, todos los textos están entretejidos con textos anteriores. Aunque eso es verdad hasta cierto punto, quién no se ha dejado llevar por una novela como El atlas de las nubes de David Mitchell, una obra que absorbe géneros y tropos literarios de la alta cultura y de la cultura popular, pero que sabe difuminar sus límites y los redefine de una forma que nadie había visto antes. El latido de los géneros literarios es la oscilación entre repetición e innovación.
Me siento tan maravillado y perdido como Susan Burton, el personaje que naufragó y encontró en una isla a Robinson Crusoe… según la novela Foe de Coetzee, claro.