El artículo 155 y el «¡a por ellos!»
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El artículo 155 es el «¡a por ellos!» en tiempos, digamos, de normalidad.
En efecto, desde la LOAPA —si no antes—, un encubierto artículo 155 estaba vigente y, según los casos, limitaba, pervertía, humillaba, intervenía, suspendía, la autonomía catalana. Sólo hay que ver el ensañamiento contra la lengua, el rosario interminable de leyes propias recurridas en el Tribunal Constitucional por el gobierno central, con una traca que puede servir de ejemplo de su traza: el ataque por tierra, mar y aire contra el Estatut de 2006. No hay que tener mucha memoria para recordar que oficialmente la Generalitat ya se intervino económicamente meses antes de que se aplicara el dichoso artículo.
En realidad, pues, con la aplicación formal del 155 cae la máscara y el «¡a por ellos!» se aplica ya con descaro y sin empacho.
Antes del estado de excepción que es el 155, el gobierno central ya había boicoteado sistemáticamente la gestión del aeropuerto del Prat. Siempre y ferozmente ha limitado e intervenido su autonomía. Y uno de los factores que decantó la sede de la EMA hacia Amsterdam fue la excelencia de su aeropuerto, el de Barcelona sacó peor nota.
En el orgiástico «¡a por ellos!» que supone la aplicación de dicho artículo, y ya sin complejos ni recato, el ministerio de Fomento, por ejemplo, impide al Puerto de Barcelona participar en una misión comercial en el extranjero (en Argentina y Uruguay) y lo deja sin representación oficial, es decir, en inferioridad de condiciones respecto a otros puertos del Estado. La política con aeropuerto y puerto: dos caras de la misma moneda, con y sin 155.
Del PP cualquier represión y mordaza es esperable, pero de entrada sorprende (aunque cada vez menos) que el PSOE y su representante en Cataluña se desgañiten diciendo que la aplicación del 155 va sobre ruedas y es tan y tan beneficiosa. Sólo les falta decir (si es que no lo han dicho ya) que todo va mucho mejor.
Aplican el 155 en todo, y donde más duele: corte de suministro a las organizaciones sociales; dificultades para la investigación y la ciencia. También, por ejemplo, en un ámbito simbólico y fundamental como es la cultura. Han dejado sin presupuesto a un montón de instituciones culturales, especialmente las que tienen que ver con las artes y la literatura, por ejemplo, a la Institució de les Lletres Catalanes, pero también, por citar otro campo, a los parques naturales.
En el ámbito de la lengua, están imponiendo a marchas forzadas la castellanización de las instituciones y de los restos del desmantelado gobierno catalán. Es un viaje al aterrador y negro pasado ver cómo, con ayuda de la traducción simultánea, la Noguera ha pasado a llamarse «Nogal»; el Maresme, «Marisma»; y la Garrotxa, «Breña». Recuerda las épocas del más crudo y despiadado, franquismo, cuando Sant Quirze del Vallès pasó a denominarse «San Quirico de Tarrasa». En la página del PP aún consta así, claro que también escriben «Santa María de Martorellas de Arriba» o «San Fausto de Campcentellas », nombres incorrectos y no oficiales. O, cuando en su profunda ignorancia y analfabetismo, rebautizaron, por ejemplo, la calle «dels Ases» (de los Asnos) de Barcelona como calle «de los Ases».
Y además la sombra del 155 —del «¡a por ellos!»— se cernirá siempre más como una amenaza poco sutil. Se ha abierto la veda. Sólo hay que ver al transparente Mariano Rajoy afirmando que «está ahí siempre», o las poco inocentes y pretendidas contradicciones entre miembros de su gobierno, que incluyen un brutal «depende de quien gane las elecciones». La eterna minoría de edad, la insoportable pesadez de la dependencia.
Liga perfectamente con la receta que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, esbozó al inaugurar el XXII Encuentro de Economía de S'Agaró. Después de atribuir toda la culpa al independentismo; alabar la bendición que para Cataluña es el 155, así como sus muchos beneficios; la muestra de respeto que supone que el gobierno del PP convoque elecciones, la solución, según ella, pasa por hablar de infraestructuras. Por ejemplo, del corredor mediterráneo (que, por cierto, dice que avanza adecuadamente), o de los trenes de cercanías. ¿Les suena?
Es aquella promesa que hace siglos oímos y que no llegará nunca, puesto que no tiene como objetivo implementar de una vez por todas estas vitales infraestructuras (o alguna otra), sino que se usa para avivar el «Cataluña nos roba» de casi todas las comunidades del Estado y exacerbar un boicot que no es reciente sino que viene de lejos. Este anticatalanismo que tantos votos da al PP y a la derecha más peligrosa.
Les es, pues, una promesa mar de rentable. Sólo hay que recordar aquella «lluvia de millones» anunciada (una vez más) por Rajoy en marzo pasado en el marco de las jornadas 'Conectados al futuro' que tantos aspavientos ocasionó. ¿Dónde ha caído?