‘El abrazo’ y ‘El mensaje’, teatro con estrellas ¿y algo más?
Se acaban de estrenar dos obras en Madrid con clara vocación popular y comercial.
Se acaban de estrenar en Madrid dos obras que tienen la característica en común de tener repartos encabezados por estrellas. Una es El abrazo de Christina Herrström en el Teatro Bellas Artes protagonizada por María Galiana, la entrañable abuela de Cuéntame. La otra, también de título corto, es El mensaje de Ramón Paso en el Teatro Lara protagonizada por Natalia Millán. Dos productos con clara vocación popular y comercial que fían su éxito a sus estrellas, a textos más o menos cómicos y más o menos amables de final feliz, que, como textos de su época, incluyen un cierto feminismo suave y aceptable para todos.
El abrazo es la historia de un encuentro entre dos antiguos amantes en un gran centro comercial en fechas navideñas. Los dos, ya mayores, están allí para avituallarse de regalos o de comida pues es Nochebuena. Están en un mundo que ya no es el suyo. Donde el servicio ha sido sustituido por el autoservicio. Los puzles por los drones. Y los regalos por las tarjetas regalo o directamente dinero.
Se miran, se remiran, se recuerdan y recuerdan. Cuál será su sorpresa cuando descubran que tienen algo más en común que el simple recuerdo. Una sorpresa negra, muy negra. Tanto que a ellos les asusta y al espectador que entre en el juego de esta le divertirá a la vez que le extrañará. Una sorpresa que definirá posturas y actitudes de los personajes sobre aquel encuentro y sus consecuencias.
Historia que Magüi Mira, su directora, dirige con suma sencillez. Fiada casi a la palabra de los actores y su presencia en escena. Y, por supuesto, al carisma de Galiana y a la de los dos fieles y buenos actores que la acompañan. A Juan Messeger con toda su experiencia actoral para ser el asustado amante y a Jean Cruz con toda la prestancia y valentía que le da la juventud para ponerse en la tesitura que le pide la directora.
La segunda, El mensaje, se podría describir como un vodevil familiar. Una madre y sus dos hijas son citadas para escuchar las últimas voluntades de su exmarido y padre respectivamente. Esas últimas voluntades consisten en que escuchen juntas los videos que ha dejado a cada una de ellas.
La propuesta, teniendo en cuenta el tipo que las hace, les genera bastante desconfianza. Una desconfianza que desaparecerá en el momento que la sui generis abogada que ejecuta el testamento las informa de que recibirán un millón de euros cada una siempre que vean los vídeos. Sí, la obra apuntala una vez más la idea de la sociedad capitalista de que todo el mundo tiene su precio por el que venderse de esa forma sutil que tienen todos los productos masivos que van al común (denominador).
Ramón Paso, que además del autor es el director, también lo fía todo a la palabra y a la presencia de las actrices en escena, antes que a cualquier otra cosa. A la capacidad que tienen para la comedia y el vodevil, de la que las componentes de su compañía ya han dado buenas muestras en sus anteriores montajes.
Tanto que durante la función anulan mediante el chiste y la broma la capacidad de análisis crítico sobre una situación difícil de mantener con verosimilitud en un público que ríe a mandíbula batiente. Lo hace gracias a las situaciones incómodas en las que es capaz de colocarse Ana Azorín como la abogada tecnológica y vitalmente torpe que interpreta frente a la sofisticación de la cantante lírica en la que encaja como un guante Natalia Millán.
Pareja cómica que recuerdan a las de payasos de circo. La del tonto, que es todo lo contrario, y la del listo, al que se las dan todas. Papel en el que Ana Azorín recoge con oficio la tradición e inteligencia de los populares cómicos españoles de los 60 y 70 trayéndolos al siglo XXI sin desvirtuarlos.
Aquellos interpretes que elevaron a personajes protagonistas de películas o de obras de teatro a las personas corrientes y molientes, a las que se representaban más bien torpes en lo emocional y en lo vital. Personas que hoy se llamarían losers, olvidando que gracias a estos perdedores se tiene el desarrollo social y emocional que se tiene en nuestro país en la actualidad.
Actores y actrices con los que las generaciones pasadas se reconocían y se siguen reconociendo en el programa de Cine de Barrio de TVE. Y que, en esta obra, escrita en este siglo XXI, sirve para reivindicar con sencillez la sororidad, es decir, la hermandad de apoyo mutuo entre mujeres. Una reivindicación apta para todo tipo de públicos, independientemente de su orientación política o intención de voto.
Por tanto, son dos obras que no tienen ningún problema en presentarse como comerciales. Es decir, cuanta más gente pase por taquilla mejor. Lo hacen desde el cartel con el que se anuncian. Donde se ve bien a la estrella para atraer al público, siempre en primer plano, y que saben que para que estas se luzcan necesitan una buena compañía en el escenario.
Obras conscientes de que su público sale a pasarlo bien, es decir, a emocionarse y a reírse. A pasar lo que se describe comúnmente por un buen rato y, según dicen, a no pensar, como si se pudiera evitar. Obras que buscan tocar la fibra o cosquillear a su público para satisfacerlo y conseguir sus aplausos, sus bravos y, si es posible, levantarlos al final de la función. Para lo que si es necesario se crearán situaciones inverosímiles y harán a sus personajes muy defectuosamente humanos, con los que podría identificarse cualquiera que se siente en una butaca.