El fiasco de Afganistán revive el debate sobre el Ejército europeo
Los Veintisiete no tienen consenso sobre una mayor "autonomía estratégica" frente a EEUU y la OTAN, así que tampoco sobre mandos, gobernanza o intereses estratégicos.
“Necesitamos la Unión Europea de la defensa”. Lo dijo la presidenta de la Comisión Europea y exministra de Defensa alemana, Ursula Von der Leyen, en el debate sobre el estado de la Unión. Su apuesta enérgica por una alianza militar -apenas un marco sin detalles, todo espíritu- se coló en un discurso anual en el que los ejércitos suelen ocupar pocas líneas o ninguna, las más de las veces. Y, sin embargo, ahora la referencia era obligada: el fiasco de la salida de las tropas internacionales de Afganistán, tras 20 años de misión menos productiva de lo deseado, ha llevado a los Veintisiete a plantearse cómo quieren ser, también, en esta materia. Un debate viejo de años que suele acabar siempre de vuelta al cajón.
¿Ha llegado ahora el momento de tener un Ejército europeo? ¿Es bueno que Bruselas se despegue de la tutela militar de EEUU y la OTAN? ¿Pueden o deben los europeos apostar por sus propias misiones, sin que nadie los arrastre, en función de sus verdaderos intereses?
Las “deficiencias”, a la luz
“Afganistán ha puesto en evidencia nuestras deficiencias. Tenemos que establecer nuevas herramientas militares”, defiende el responsable de la diplomacia europea, Josep Borrell, quien en las últimas semanas se ha reunido con los ministros de Defensa de la UE para analizar la situación. Todavía no hay consenso, pero se explora, dijo el español, la creación de una fuerza militar de intervención rápida formada por 5.000 efectivos, que tendrían que ceder los estados miembros que estuvieran dispuestos a participar.
“Si no queremos depender de los otros, tenemos que desarrollar nuestras propias capacidades, lo tenemos que conseguir. Tenemos los ejércitos, tenemos los recursos, el problema es tener la coordinación y la voluntad de movilizarlos”, añadía Borrell.
La idea forma forma parte de la llamada Brújula estratégica, el documento llamado a servir de guía militar de la UE para definir futuras amenazas, objetivos y ambiciones en este campo. “No todos compartimos la misma visión del mundo ni tenemos la misma cultura. Esto requiere tiempo. Todavía no tenemos una unanimidad completa. Les mentiría si les dijera que hoy todo el mundo ha estado de acuerdo en ello de forma explícita, pero no importa porque no era una reunión para tomar decisiones, sólo un debate. La auténtica decisión se adoptará en noviembre”, ha explicado. El 16 de ese mes espera ver aprobada una nueva doctrina militar, pero queda mucho hasta entonces.
Aunque la defensa sigue siendo una prerrogativa nacional exclusiva, la UE ha dado pasos en los últimos años para impulsar la cooperación entre ejércitos, sin llegar a tener ni una fuerza rápida ni un cuerpo común, como ahora se debate. Tres cuartas partes de los ciudadanos (75%) estarían a favor de una política común de defensa y seguridad de la UE, según la encuesta del Eurobarómetro especial sobre seguridad y defensa de 2017, citada por la propia Comisión, un porcentaje que sube al 78% en el caso de los españoles.
El Parlamento Europeo ha pedido en repetidas ocasiones que se aproveche al máximo el potencial de las disposiciones del Tratado de Lisboa para avanzar hacia una unión europea de defensa. Apuesta en sus textos por una mayor cooperación, una mayor inversión y una combinación de recursos para crear sinergias a nivel de la UE, con el fin de “proteger mejor a los europeos”.
Qué se ha hecho hasta ahora
Pero una cosa son las políticas, todos a una, y otra la puesta en marcha de un cuerpo único. Ningún Estado miembro puede abordar las amenazas de seguridad actuales de forma aislada, pero el nudo está en ver cómo se organiza la apuesta unitaria. La idea del Ejército europeo, como se le suele llamar lo que en realidad es un debate más amplio y preciso, se planteó hace 20 años y, con especial fuerza, entre 2017 y 2018, gracias al presidente francés, Emmanuel Macron, y a la canciller alemana (y exjefa de Von der Leyen), Angela Merkel. El eje franco-alemán, en acción.
Da la casualidad de que los mayores beneficiarios de una iniciativa de este calado serían las naciones con un I+D+i más alto dedicado a la industria de defensa. Son tres, básicamente: Francia, Alemania e Italia, tres de los principales defensores del proyecto del ejército europeo.
Si la defensa es cosa de las naciones, ¿hay posibilidad de un ente supranacional en la materia? Sí, se puede. El Tratado de Lisboa prevé una política común de defensa de la UE (artículo 42, apartado 2); sin embargo, también establece claramente la prioridad de la política de defensa nacional, incluida la pertenencia a la OTAN (que suma 30 países, a la que pertenecen apenas 21 de los 27 países del club comunitario) o la neutralidad (como la de línea de Irlanda, Chipre, Malta, Austria, Finlandia y Suecia).
Ya en los últimos años, la UE ha comenzado a implementar varias iniciativas para “proporcionar más recursos, estimular la eficiencia, facilitar la cooperación y apoyar el desarrollo de capacidades”, como la cooperación estructurada permanente (PESCO), que se puso en marcha en diciembre de 2017 (incluye un Comando Médico Europeo, un Sistema de Vigilancia Marítima, asistencia mutua para los equipos de seguridad cibernética y de respuesta rápida, y una escuela conjunta de inteligencia de la UE), o el Fondo Europeo de Defensa (FED) (impulsado en el mismo año, fue la primera vez que el presupuesto de la UE se utilizó para cofinanciar la cooperación en defensa). Se han hecho, además, proyectos unitarios sobre optimización de las misiones y proyectos como bloque en el seno de la Alianza Atlántica.
En lo más concreto, existe un Comité Militar, en el que tienen representación todos los jefes de Estado mayor de los países miembro, y que asesora y hace recomendaciones sobre defensa al Comité Político y de Seguridad, que depende de Borrell. También cuenta con una especie de estado mayor, que se apoya en órganos especializados, repartidos en todo el continente, como el Centro de Satélites de Torrejón de Ardoz (Madrid), creado en 2002. Se han creado, igualmente, cuarteles generales multinacionales como experiencia previa; el Eurocuerpo, con sede en Estrasburgo (Francia) es uno de ellos.
Desde 2005, existen los Grupos de Combate de la Unión Europea, batallones de unos 1.500 soldados integrados por cada país de forma rotatoria, que en teoría deben garantizar una fuerza de respuesta desplegable en cinco días y con un mandato de hasta tres meses de duración.
Un camino propio
En la UE hay más de un millón y medio de militares de carrera, que participan en misiones internacionales en zonas de conflicto, 15 actualmente en tres continentes, con una amplia gama de mandatos y está desplegando más de 6.000 efectivos civiles y militares. Estos militares suelen desplegarse habitualmente en consenso con sus principales aliados, EEUU y la OTAN. No es Bruselas quien lleva la iniciativa.
En los últimos años, acuñado por Jean-Claude Juncker, el expresidente de la Comisión, se empezó a hablar de “autonomía estratégica” para denominar al “necesario movimiento” que Europa debía emprender para tomar sus propias decisiones en materia de defensa, sin tener que esperar a los hermanos mayores ni depender de sus criterios, apuestas e intereses. Planteaba que Europa pudiera ejecutar operaciones militares por tierra, mar y aire, en el espacio y en el mundo digital, siguiendo sus esquemas, no los de otros. Sin la ayuda o el apoyo de Washington, fundamentalmente.
Ese desapego del amigo americano se entiende claramente si vemos que las palabras de Juncker coinciden con la llegada al poder del ya expresidente de EEUU, Donald Trump, quien no sólo dio la espalda a sus socios europeos sino que se encaró con ellos para pedirles más dinero. EEUU reclamaba a sus aliados cumplir con la cuota del 2% del PIB en inversiones en defensa, pero los europeos insistían en que no valía sólo el cuánto, sino el como, porque es desigual la participación en misiones de cada cual, por ejemplo, y eso también aporta.
Si se revisa el gasto en defensa de los diferentes países del bloque UE, las diferencias son notables: en su conjunto, la UE gasta en defensa cada año el equivalente a un 1,2% de su PIB, equivalente a un desembolso anual de 168.500 millones de euros, según las últimas cifras de Eurostat, del año 2019. El país que realiza un mayor esfuerzo en defensa es Estonia, con un 2,1% de su PIB, mientras que el que menos dinero dedica según su economía es Irlanda (0,2%). España es sexto por la cola.
Autosuficiencia, autonomía, capacidad de decisión... son los términos que usan los defensores de este ejército europeo. Sin embargo, hay unidad en el impulso de un plan común, pero no en los detalles. Alemania lo defiende, pero a la vez es uno de los grande socios europeos de Washington -Italia es el otro- y plantea un equilibrio que dé aire sin incomodar al aliado.
Ambos estados, junto a Bélgica y Países Bajos, guardan hoy día bombas nucleares norteamericanas, muestra de confianza máxima. En el lado atlántico, también hay dudas: los países del este, como Polonia y los del Báltico, estiman que sólo una OTAN cada vez más fuerte puede enfrentarse a la amenaza que les pilla cerca, la de Rusia, y que apostar por un ente europeo sería un divide y vencerás para Moscú.
Muchos años
Los expertos creen que el debate serio sobre la defensa comunitaria se aplazará de nuevo en cuanto se calmen los ánimos tras el desastre afgano. La Comisión se ha visto en entredicho por la salida poco honrosa de sus miembros, arrinconados en el aeropuerto de Kabul y sin posibilidad de sacar a todos sus nacionales y colaboradores, pero aún así la crítica mayor ha sido para EEUU y la OTAN y Europa se ha salvado de la quema, relativamente, con las correctas actuaciones de socios como España o Alemania.
“Nunca hubo una misión específica europea, sino de la OTAN, con lo cual no se puede culpar a la estructura de la UE como tal”, explica el coronel retirado Manuel Gutiérrez, con experiencia en tres misiones internacionales. De ahí que, entiende, no se vaya a hacer un “examen de conciencia” común de lo ocurrido y las urgencias “se irán abandonando”. Aún siendo defensor de una “estructura común y, sobre todo, de apuestas comunes de defensa” en el seno de la UE, se cuestiona que hubiera servido para algo enviar a 5.000 efectivos al aeropuerto de Kabul, porque “hubiera hecho falta una decisión política compleja de dar y tener unas capacidades militares oportunas para garantizar la seguridad y el puente aéreo”. Años, “muchos”, harían falta para tener armado un brazo “realmente útil”.
Extiende ese ejemplo a otras misiones en las que Europa podría tener interés, como la lucha contra el yihadismo en el Sahel, que hoy lidera Francia. “Digamos que se tienen los 5.000 efectivos y el dinero para mantenerlos. Aún así, hay que debatir muy profundamente elementos esenciales para que ese cuerpo trabaje de forma fructífera. Empezando por la gobernanza, quién toma decisiones y cómo, las mayorías, los consensos, las unanimidades forzosas que algunos verán como un ataque a su soberanía, y siguiendo por la capacidad o voluntad de cada país para poner de su parte e integrarse en este nuevo bloque”, comenta.
Hay un reto “triple” que es igualmente complejo: el de lograr que los sistemas de armas de ese entramado sean normalizados, estandarizados y que sea operativo pelear unos junto a otros cuando se tienen distintas armas y distintos medios. Eso también lleva tiempo y cuesta dinero, en un contexto en el que los euros se han ido, inesperadamente, a fondos como el de recuperación de la pandemia, recuerda.
De fondo, el problema “de que cada uno es de su padre y de su madre”, o sea, que hay que “superar las distintas culturas estratégicas que conviven en la UE”, particulares y domésticas, y “el pasado y los miedos de cada cual”, como el que tiene el este de alejarse de la OTAN y quedarse con su paraguas medio cerrado.
El coronel defiende que “hay que tener una potencia militar” común, porque Europa ha estado demasiado tiempo esperando que otros muevan fichas y sus intereses, “en lo geoestratégico, lo político y lo económico”, no han sido los que han prevalecido. Tener una estructura, matiza, no quiere decir que se vaya a emplear. “Siempre siempre ha de ser el último recurso”, recuerda. “Estamos ante un debate que, institucionalmente, es muy complicado de hacer cuajar. Cuando se pide a los países como Alemania que precisen más, de pronto ya no se habla de políticas, sino de “visión” o de “Ejército de europeos”, con fuerzas nacionales interconectadas, pero no de “Ejército europeo”.
Un debate recurrente y complejo que lleva dos décadas dando vueltas, pero casi siempre sólo cuando truena.