Dos salvajadas... o tres… o cuatro
"No hay nada nuevo o extraordinario en el rechazo de la razón por parte de Donald Trump... Incluso la Revolución Francesa, que estaba tan enormemente influida por la razón, condujo a un reinado de terror. Trump ha logrado desatar un tipo de pensamiento que se basa más en prejuicios que en razonamientos interesantes".
Amartya Sen: Entrevista con Sameer Rahim, Prospect Magazine, Marzo 2017
"El aumento del populismo en todo el mundo, personificado por Donald Trump y Vladimir Putin, es una reacción feroz contra las políticas de globalismo de las últimas décadas. Movimientos contra la inmigración en Europa y Estados Unidos; asaltos a la libertad de expresión; caracterización racial; polarización política; intolerancia hacia la diversidad de género, económica y lingüística; la construcción de muros y la renegociación de tratados de comercio internacional; la tensión entre las comunidades rurales y urbanas, y el cuestionamiento de los principios básicos del pluralismo son algunos de los síntomas. La democracia misma podría estar en peligro".
Amartya Sen: "Globalismo y sus descontentos"
"Es norma general de la historia el interesarse solo por las crisis y paroxismos de estos movimientos tan lentos. Pero solo después de haber ocurrido un cúmulo de cosas previas se llega a tales situaciones y, además, les siguen interminables consecuencias".
Fernand Braudel El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II
La reacción feroz contra las políticas de globalismo de las últimas décadas —que denuncia Amartya Sen en el anuncio de convocatoria de su diálogo con Ilan Stavans en el Amherst College el 6 de Noviembre— no ha merecido hasta ahora un análisis riguroso de la cantidad de cosas que se han hecho mal para que nos enfrentemos actualmente a riesgos que no conocíamos desde los años treinta del siglo pasado. Descalificación y demonización de los principales protagonistas de las salvajadas más recientes es lo que podemos esperar en la mayoría de comentarios que aparecen a diario en los medios. Esa falta de análisis me parece dramática: significa que no corregiremos los males que nos acechan y que reincidiremos en ellos.
Algo así ocurrió también durante el período de entreguerras, como consecuencia de la insensatez que se cometió en el Tratado de Versalles por parte de los aliados, imponiendo a la derrotada Alemania una condiciones que la hacían inviable como país, lo que tiene mucho que ver con la emergencia del nazismo, y también con el estallido de la crisis de 1929, al colapsar el sistema financiero mundial, que descansaba frágilmente sobre el pago de las reparaciones alemanas.
Como ahora, muy poca gente relacionó durante los años treinta el colapso de los sistemas político y económico de Occidente con la salvajada del tratado de Versalles, probablemente porque eso podría haberse considerado de alguna forma como un atenuante para Hitler, de modo que los platos rotos de la Primera hubo que pagarlos con la Segunda guerra mundial. Felizmente hubo un hombre genial que vio todo esto desde su origen y lo escribió en un manifiesto bien explícito: Las consecuencias económicas de la paz, escrito en 1919, tras retirarse su autor, John Maynard Keynes, de la mesa de negociaciones para no verse asociado con aquella salvajada.
Frente a la ceguera de sus coetáneos, John Maynard Keynes sí había analizado seriamente lo ocurrido desde sus comienzos y estuvo de nuevo en las mesas de negociación que dieron lugar a la refundación del sistema económico mundial de la segunda posguerra (y de Europa como un todo coherente), que dio lugar al más largo período de paz y rápido crecimiento de la historia.
Cuando Donald Trump utilizó el descontento que había producido la globalización entre los perdedores norteamericanos para ganar las elecciones demonizando los tratados de libre comercio (y haciendo trampas, ayudado por Putin) estaba declarando una guerra —aunque por el momento solo comercial— para saldar la cadena de despropósitos que previamente había cometido el Partido Republicano con una salvajada más: echar abajo la historia de siglo y medio de construcción del sistema de preferencias generalizadas para avanzar paso a paso hacia el librecambio comercial, volviendo Trump a las doctrinas mercantilistas del pasado. Esta salvajada consiste en imponer unilateralmente tarifas arancelarias sin el menor respeto a las reglas acordadas previamente por su país, y en obligar a México y a Canadá a aceptar condiciones claramente inadmisibles en el sistema internacional de comercio para renegociar las reglas comerciales vigentes entre ellos (NAFTA).
Aunque según todos los análisis disponibles estas baladronadas tendrán seguramente efectos contraproducentes y no corregirán los problemas de desigualdad existentes —detectados y diagnosticados seriamente por Robert Reich hace ya veinte años—, Trump cree que sacará de ello algunos réditos electorales entre los segmentos de población industrial del centro del país más desfavorecidos y menos cultos, que lo llevaron a la presidencia, pero no es seguro que eso se repita, pese a las operaciones de diversificación antiinmigratoria habituales. Sin embargo, esa es la esencia del populismo: apoyarse en pulsiones irracionales para seducir a los incautos con fugas hacia adelante prometiendo soluciones milagrosas, hasta que el tiempo demuestra que no son tales (en cuyo caso pueden buscarse nuevos chivos expiatorios).
Pero calificar de salvajadas las guerras comerciales de Trump no significa dar por bueno todo lo hecho anteriormente en materia de libre comercio. Antes al contrario, la reacción irracional de Trump viene a ser el reconocimiento de que muchas cosas se habían hecho mal anteriormente. Una de las últimas consistió en dar entrada sin más a China en la OMC concediéndole el libre acceso al sistema mundial de preferencias generalizadas en el año 2001, pese a disponer de una economía dictatorial, y sin el más mínimo acervo de derechos sociales y laborales. Bien es verdad que esta segunda salvajada, cometida bajo la presidencia de George W. Bush, traía su causa de una salvajada anterior urdida por la mano de su padre, consistente en la conclusión del Tratado de Marraquech, que cerró el GATT y dio origen a la OMT, sin incluir en él la más mínima condicionalidad en lo que se refiere a los derechos humanos fundamentales en el ámbito laboral y del empleo (lo que no tiene nada que ver con la exigencia de salarios mínimos que ahora Trump exige incluir en el NAFTA).
Eso implica que lo que hizo Bush padre anticipaba ya lo que acabaría haciendo Bush hijo: que el sistema de preferencias generalizadas quedaba abierto a la admisión del trabajo esclavo en el sistema internacional de comercio, lo que desencadenaría una oleada de deslocalizaciones y de congelación de salarios que harían inviables los Estados de bienestar occidentales, sin contar siquiera con el paliativo de un período transitorio. El escándalo que aquello me produjo lo expuse en El País a su debido tiempo, pero ni siguiera la llegada de Clinton a la Presidencia pudo diluir un veneno que ya estaba inoculado en el sistema, pese a los intentos a la desesperada de Robert Reich. En cambio, una cierta condicionalidad habría conducido a un proceso más gradual de integración de China, y a que su modelo de crecimiento resultase más equilibrado, distribuyendo más el producto, impulsando el consumo interior y no haciéndolo descansar exclusivamente sobre el superávit exterior, ya que esa es la principal consecuencia de los derechos laborales fundamentales.
No es esta la única salvajada llevada a cabo por Bush padre. Igualmente grave fue la de aplicar a la antigua URSS la "terapia de choque" en la transición hacia la economía de mercado, dirigida desde el interior por Boris Yeltsin y el grupo de economistas neocon liderado por Yégor Gaidar, que condujo a la aparición de una economía oligárquica, a la que se ha denominado "capitalismo de amiguetes", sobre la que descansa actualmente el poder cuasi-dictatorial de Vladimir Putin, algo que era fácilmente predecible a la luz de los únicos antecedentes históricos disponibles, que se remontan a las desamortizaciones llevadas a cabo al término del Antiguo Régimen en la economías del occidente europeo durante el siglo XIX. Sin que nadie me diera vela para aquel entierro me pronuncié sobre el asunto en mi artículo Flórez Estrada y la Perestroika, que hice llegar a los expertos en ciencia política que participaban por aquellos días en los seminarios convocados en Moscú para asesorar sobre el proceso. Como era de suponer la privatización en régimen de terapia de choque no iba a poner en manos del capital extranjero las joyas de la corona de la economía soviética, como esperaban los tutores norteamericanos del programa. El poder optó por concedérselas a los amigos del nuevo régimen, y de aquellos polvos...
Pero quizás la salvajada más descomunal consistiera en el programa de desregulación integral desarrollado bajo las presidencias de Ronald Reagan, especialmente en lo que se refiere al sistema bancario y financiero, que se inició con la ley Garn-St. Germain Depository Institutions Act, de 1982, por la que se eliminaron los coeficientes de crédito al que estaban sometidas las cajas de ahorro (lo que condujo a la crisis de las mismas en 1989), y continuó a lo largo de su mandato hasta culminar con la derogación de la pieza clave del New Deal: la Ley Glass-Steagall, de separación entre la banca de depósitos y de inversión, que entró en su programa en 1986, aunque no culminaría su proceso legislativo hasta la adopción de la bipartidaria Financial Services Modernization Act, de 1999 (ya bajo la presidencia de Clinton, con Robert Rubin, de Goldman Sachs, en Tesoro), que, junto a la inacción de la Fed de Alan Greenspan, dejó las manos del sistema financiero completamente libres para apoderarse de todo el excedente gobal, conduciendo al estallido de la Gran Recesión, como analicé en la'Década maravillosa' y la recesión global de 2007-2009.