Dos jóvenes líderes averiados y el desguace de una sede histórica
Pablo Casado e Inés Arrimadas intentan salvar los muebles tras la debacle en las elecciones catalanas.
Primera sesión de control en el Congreso de los Diputados tras las elecciones catalanas. Dos lideres muy averiados, Pablo Casado e Inés Arrimadas, han intentado salvar sus muebles tras la debacle de ambos en el 14-F. Un presidente del Gobierno no precisamente agresivo, les ha pedido que se dediquen a recuperar su papel como oposición de derecha, que rompan sus acuerdos con la ultraderecha de Vox.
Desasosiego y falta de ánimos, que solo han intentado levantarse con un escenificado aplauso de los diputados de Casado, puestos en pie, como en las grandes ocasiones. Una escenificación para aplaudir a un líder abatido, que hace lo que puede como lanzar ocurrencias del tipo la venta de Génova, sede histórica del partido, algo que él mismo había desechado en otras ocasiones. Como si las paredes fueran tóxicas y entre sus poros se guardarán los secretos que no pudieron ser destruidos a martillazos.
“A nadie se le ocurre pegarse el batacazo en Cataluña y anunciar inmediatamente que se vende la sede del partido. Como estrategia es penosa. Si lo haces para no tener que dar cuentas del fracaso y echárselas a los anteriores, lo único que has logrado es ligar a la corrupción la historia del PP y de todos los que hemos formado parte de esa historia. Vas más allá de que sea injusto, es hacerse el harakiri”, explica un exalto cargo de varios Gobiernos populares, que confirma que desde que Mariano Rajoy salió de Moncloa se sabía que no se podía seguir manteniendo. Las cuentas no daban.
Hoy en la sesión de control, además de los averiados Casado y Arrimadas, estaba un vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, que ha recibido por todos los lados y al que la mascarilla ocultaba una expresión furibunda que se escapaba por la mirada. Porque también luce, sino averiado, un tanto escacharrado. Neurona y Monedero, la bronca dentro del Gobierno por la Ley Trans o cómo le ha espetado el portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, es un vicepresidente que no se entiende qué hace en el Gobierno si cuestiona la democracia de su país. Sí, un país algo al revés.
Después ha llegado Míriam Nogueras, en sustitución de Laura Borràs, recordando que han ganado los independentistas, que se van a poner de acuerdo en gobernar y señalando que el conflicto catalán ha sido un conflicto internacional. Todo el tiempo, las risas de Vox de fondo, los diputados de Santiago Abascal sentado en el Olimpo, las últimas filas, han celebrado con comentarios irónicos, carcajadas a veces y risas ante las alusiones del presidente al avance de la ultraderecha.
Solo Cuca Gamarra ha tenido fuerzas y ha mantenido un tono más potente frente a Carmen Calvo, a cuento de las broncas y las tensiones feministas dentro del Ejecutivo, que cada día son más desquiciadas e incomprensibles. La portavoz del PP tiene que marcar territorio frente a una Cayetana Álvarez de Toledo que se ha convertido en portavoz oficiosa de la oposición interna a Casado. Y también cuando un líder es cuestionado porque no aprovechar el foco mediático para resituarse como una posible alternativa.
Ahí está el ejemplo de Iván Redondo, que se trabaja como nadie su propio foco mediático. De actualidad estos días porque ha aprovechado el resultado de Illa en Cataluña para venderse como hacedor del ganador de las elecciones. En el escaso pasilleo que queda en el Congreso se podía oír su nombre. Que si Illa ha sido un empeño del presidente, que si la campaña se ha diseñado y coordinado entre el partido en Cataluña y Ferraz junto con Moncloa, que si parece que Pedro Sánchez no tiene más masa gris que la de Redondo. Se está labrando un futuro para cuando ya no tenga el favor de un presidente, que ya ha demostrado que en cuanto piensas que no eres útil, te larga sin contemplaciones.