Documento nacional de vivencias íntimas
Convertir el Documento Nacional de Identidad en el Documento Nacional de Vivencias Íntimas es una victoria más del neoliberalismo.
En los 80 la Policía nos pedía que nos identificásemos. Todos los chavales sabíamos que si nos íbamos a meter en algún lío —huelgas, manifestaciones, encierros— había que llevar en la cartera el carnet de identidad. Si no, podías acabar en comisaría. 40 años más tarde identificarse ha cambiado su significado: ahora son sonrientes profesores los que animan a sus alumnos a que se identifiquen; los políticos, a sus votantes; desde todos los escaparates de todos los centros comerciales la orden se plantea con un volumen atronador: ¡identifíquese!, ¡identifíquese!, ¡identifíquese! Nadie compra pantalones: compra identidad. La gente oye canciones y se identifica. Se enamora y se identifica. Se abre un perfil en TikTok y se identifica. Si no sirve para identificarse, no tiene mucho sentido hacer nada en esta vida.
¿Qué era aquella tarjeta plastificada que enseñábamos a la policía? ¿Qué es el Documento Nacional de Identidad en un estado político? Pues se trata de un documento en donde se reúnen datos burocráticos verificados por agencias externas a la persona. Fecha de nacimiento. Nombre. Sexo. Domicilio. Nadie niega que existan aspectos subjetivos —gustos, vivencias, experiencias—, pero eso le importa el bledo de un comino a la administración del Estado. Si no es verificable no se registra. El contenido del DNI no es algo de lo que el ciudadano informa al Estado, sino que es algo de lo que el Estado informa al ciudadano para que este se presente ante los demás en asuntos oficiales contando con su aval. Y el Estado compromete su credibilidad en cada Documento Nacional de Identidad que emite.
En la época en que alguna gente cree que el Estado es un inmenso centro comercial que existe para divertirnos, cuesta trabajo explicar a la izquierda posmoderna la diferencia entre el Documento Nacional de Identidad y el perfil de Instagram. Recientemente el Consejo de Ministros aprobó el inicio de la tramitación parlamentaria de un proyecto de ley según el cual el sexo pasa a ser una variable subjetiva e inverificable relacionada con experiencias y vivencias íntimas que la persona declara. La manifestación de su libre elección es el único requisito para que ingrese con pleno derecho en el DNI al lado de la fecha de nacimiento o el domicilio. Y la palabra que más se invoca para justificar este absurdo jurídico, el término ante cuya mención toda crítica debe decaer, es precisamente “identidad”.
Pocas leyes como la “ley trans” afectan más al conjunto de la sociedad, aunque su letra parezca referirse únicamente a un colectivo específico. Difícilmente resolveremos los problemas reales de personas reales si los analizamos desde una ideología incorrecta, y la idea de que el sexo es una condición que la persona elige libremente al margen de cualquier realidad material es un órdago individualista que se enfrenta a toda postura de izquierdas.
En la ley trans se practica de forma implícita una idea de individuo, de Estado y de relación entre ambos más deudora de un centro comercial que de una administración pública. Convertir el Documento Nacional de Identidad en el Documento Nacional de Vivencias Íntimas es una victoria más del neoliberalismo en su empeño por disolver todo lo que nos une.