‘Doble o nada’ o ¿hay que ser una mujer alfa para triunfar en la empresa?
El lujo de esta producción y el espectáculo lo ponen sus dos actores.
El principal reclamo para ver Doble o nada de Sabina Berman en los Teatros Luchana es su actor protagonista: Miguel Ángel Solá. Y a eso va la mayoría de los espectadores que poco o nada sabe sobre la obra. Más allá de que es un ¿thriller laboral?
Quizás sea esta su mejor definición o su caracterización como género. Ya que es la historia de una noche en el despacho de un director general de un gran medio de comunicación reunido con una subdirectora. Como tal, una gran empresa, que tiene los mismos métodos y formas de actuar que cualquier otra empresa, independientemente de su línea editorial.
En esa reunión, en apariencia informal y casual, el director informa a su subdirectora que va a dejar el puesto. Y que el Consejo, lleno de ancianos, hombres, le ha pedido que elija a uno de los dos subdirectores que tiene para que lo sustituya.
La persona elegida, se quedará en la empresa, doblará el salario y tendrá potestad para crear su nuevo equipo. La persona no elegida, será despedida y se quedará sin nada. También le informa a ella que es su elegida. Pero antes tiene que aclarar algunos puntos sobre las ies, de intimidades, que ha obtenido por el seguimiento secreto que la ha hecho.
Es a partir de ese momento que el director y la subdirectora se persiguen como el gato al ratón. Intercambiando roles a lo largo de la función. Siendo ambos en algún momento gato y en otro ratón, posible presa. Intercambio que se produce cuando a ella se le pide que tenga huevos, que se impregne de lo único que le falta: testosterona. Nombre de la hormona masculina que se usó originalmente para titular este mismo montaje en Argentina. Donde tuvo una larga gira y un gran éxito y consiguió varias nominaciones a los prestigiosos Premios de la Asociación de Cronistas del Espectáculo (ACE).
Que en esta discusión mantengan el interés del público se debe al oficio de Solá, y ese no sé qué inaprensible que tienen los buenos actores. Capacidades y habilidades que no funcionarían sino tuviera al otro lado una sparring que supiera encajar los golpes y responder con la urgencia y la intención apropiadas. No amedrentarse.
Porque si Solá confirma las expectativas, y se disfruta de su trabajo, es Paula Cancio, que le acompaña en el escenario, la que da la sorpresa. La que se lleva el gato al agua con la naturalidad que da a su personaje. Haciéndolo creíble. Más creíble todavía para aquellas personas que hayan trabajado en una empresa, por esa complicidad que se suele producir entre los jefes y algunos de sus subordinados directos.
Hasta aquí el descubrimiento. Porque lo interesante es lo que plantea la obra. Primero, un debate que está en la calle. ¿Puede una mujer progresar profesionalmente en un mundo en el que son hombres los que deciden quiénes ocupan los puestos directivos? Hombres mayores que proceden de una cultura de otro tiempo. Que tienen y comparten un punto de vista sobre el rol social de la mujer de otra época.
No es el único. La otra pregunta que plantea es ¿hasta dónde puede una empresa investigar en la vida íntima de sus empleados? ¿Y de sus directivos? ¿Es importante que sepan con quien se acuestan o con quien se levantan? ¿Qué conozcan lo que sienten y por quién? ¿Qué sepan lo que hacen los fines de semana, si es que tienen pensado dejarles descansar, desconectar, los sábados y los domingos?
Y las preguntas siguen. ¿A qué tiene que renunciar una mujer si quiere uno de esos puestos directivos? ¿A la maternidad, cuando es deseada? ¿A hacerse cargo de la educación y del cuidado de los hijos si eso es lo que quiere? ¿A una pareja, si no encuentra una como las de sus jefes? Una persona que se dedique en cuerpo y alma a la gestión de lo doméstico y a la que pagará sus gustos y entretenimientos caros con lo que gana.
Y, sí, también, se plantea el asunto del sexo. El de si una mujer tiene que satisfacer los deseos sexuales de aquellos que toman las decisiones de su progresión profesional. Incluso cubrir sus necesidades psicoafectivas haciéndoles creer que se los quiere por lo que en realidad son y no por el puesto que detentan y las puertas que pueden abrir.
Sí, Doble o nada, es la historia de un macho alfa tratando de transformar a su subdirectora en una mujer alfa. Luchando por hacerla entender que para un puesto así, independientemente del sexo con el que se nazca y del género que se tenga, hay que tener huevos. Por si no se entiende, tener dos bolas con pelos en la entrepierna. Que la vida en las altas esferas es un juego que te dobla el sueldo o te deja sin nada. Que lo tomas o lo dejas. Y para tomarlo hay que tener lo que hay que tener y no otra cosa.
Un juego serio, aunque en la obra también hay humoradas acerca de los roles sociales de cada género, que provocan risas estentóreas en la platea. Risas que no se distribuyen por el sexo del público. Que parecen depender más de lo que activan individualmente que de otra cosa.
Este juego bien hilado, cosido e interpretado, es lo que se ve en escena. Con una escenografía sencilla, un atrezo modesto. Como corresponde a un teatro de multiprogramación como los Luchana que necesita cambio rápido entre función y función.
El lujo de esta producción y el espectáculo lo ponen sus dos actores. El juego, a veces cruel, a veces tierno, que se traen entre manos. Con el que mantienen el interés y en tensión a la audiencia. Como se tiene en un partido de fútbol. Donde las personas que asisten quieren ver como se regatean, se roban el balón. Como llegan a la meta contraria y meten gol.
En definitiva, ver quien saldrá ganador de este encuentro. Si es que en este juego de roles masculinos y femeninos en la empresa puede ganar alguien. Si no es que pierden todos.