Divorcios precoces
Dicen que han aumentado considerablemente los divorcios de matrimonios de menos de cinco años.
¿Se trata de una fracaso, o bien, de un triunfo de la racionalidad? Cada uno evalúa desde su vereda. Para los separados, se trata de la valentía que no tienen los que siguen casados, a pesar del alegato crónico. Para los casados, es la cobardía de quienes no soportan ni un alegato.
Hay varias razones que explican que este fenómeno no sea extraño. Las nuevas generaciones crecen en mayor igualdad de condiciones. Por lo que aquel pacto de simulacro de fidelidad, en que generalmente el hombre resolvía sus pulsiones sexuales por fuera y la mujer no tenía otra alternativa que quedarse, parece anacrónico. Así, en la pareja heterosexual, ambos pueden marcharse. Un coletazo, quizás indeseado de este cambio, ocurre en algunas parejas de la tercera edad. Donde este pacto, en que se transaba sometimiento de la mujer por protección, se quiebra de manera unilateral. Y han aparecido también los divorcios tardíos, sobre los setenta años, en el que ese hombre, antes rotundamente patriarcal, se siente tentado con la emancipación de género y decide seguir sus deseos, dejando la esclavitud de ser el macho protector. El problema es que su compañera limitó su vida a la familia y queda abandonada emocional y económicamente en una edad en que el mundo no recibe a las mujeres de vuelta.
Volvamos a los divorcios prematuros. Ocurre también que estamos en tiempos de exceso de atención sobre nosotros mismos. Por lo que nos autorizamos a expresar por más tiempo nuestras crisis existenciales. Eso que algunos llaman la adolescencia extendida. Dudas existenciales, que la verdad no se pasan nunca en la vida; la cuestión es que llega un momento en que hay que pagar cuentas y éstas van quedando acotadas. Pero las cabezas nuevas expresan sus tribulaciones por más tiempo, quizás porque, ética y estéticamente, cierta infantilización se valora. Son como tiernas y cool las crisis personales hoy. Entonces esas relaciones que parten antes de que uno sienta que se encontró a sí mismo, no sirven para ese nuevo yo.
En todo caso, el divorcio precoz no ocurre sólo en el campo de lo amoroso. Como buen signo de la época, se extiende a otras novedades, como la llamada "nueva política". Al final, parece que más allá de la promesa de compartir la vida o un proyecto político, las cabezas hoy están neoliberalizadas. Si hay algo que parece difícil de sostener, son los pactos.
Porque el pacto implica la desavenencia compartida. ¿No es finalmente eso un matrimonio, una desavenencia consentida? Un no entendimiento irreductible, pero que se sostiene porque se cree en los beneficios del lazo, del proyecto común.
Claro que ubicar la felicidad como "lo que yo siento", o tener la razón como aquello que me hace coincidir conmigo mismo, dificulta el matrimonio de cualquier índole. Porque el otro pasa de ser compañero a rival, ambos compitiendo, ahí donde el acuerdo era compartir la cama, el proyecto, el sueño político.
Este artículo fue publicado originalmente en hoyxhoy