Dime qué mascarilla usas y te diré qué político eres
A estas alturas del año, se agradece bastante ver a los políticos con la boca tapada.
A estas alturas del año, se agradece bastante ver a los políticos con la boca tapada. Después de meses tirándose las cifras de la pandemia a la cabeza, provoca una sonrisa maliciosa observarles con las mascarillas puestas e imaginar lo maravilloso que sería que funcionasen como bozales, sobre todo cuando en lugar de propuestas para salir de esta crisis se escuchan rebuznos en forma de reproches.
Ahora que las mascarillas de tela o decoradas están pasando a ser una tendencia que expresa tu personalidad, jugamos a ser Freud y analizamos lo que oculta cada elección.
La mascarilla Spiderman de Pedro Sánchez
¿Le ha prestado Spiderman su mascarilla a Sánchez? Algunos dirían que le va que ni pintada. Porque algo de hombre araña tiene. Hasta ahora ha sido capaz de atrapar en sus redes a quienes se interponían en su camino, y también de adoptar una personalidad u otra a conveniencia. En la imagen combina al Peter Parker de civil con el superhéroe. El conjunto se daba de patadas. Sobretodo cuando antes de salir de casa había abierto ese armario de Moncloa en el que Felipe debió dejar su cazadora de ante colgada y que todos los presidentes socialistas -e incluso Aznar- que han llegado después se ponen para hacer campaña. Ese rojo tan cálido e incandescente chirría un poco con un hombre de apariencia tan fría.
El pasado 27 de junio el presidente viajó a Orense para hacer campaña con Gonzalo Caballero, el candidato socialista a la Xunta. El partido en Galicia había hecho unas mascarillas rojas como la rosa del PSOE y con el lema de campaña en el lado derecho ‘A hora do cambio’, y un emoticono de un corazón con un ‘Fai Galicia’ en el izquierdo. Impactaba verle así de repente, cambiando de registro, poniéndose otra cara. Sánchez en su papel de presidente del Gobierno, siempre usa la típica mascarilla quirúrgica. Neutra y tan gélida como un quirófano. Un elemento que despersonaliza aunque también tiene la virtud de que el común de los mortales se puede sentir identificado contigo. Lo cual estaría muy bien si no fuera porque la gente corriente como nosotras y como tú, se ha lanzado a la búsqueda de mascarillas diferenciadoras para quitarle ese tufo distópico a la nueva normalidad.
La mascarilla viejoven de Pablo Casado
A pesar de que Casado es, junto a Inés Arrimadas, uno de los líderes más jóvenes, cuesta verle como un hombre que aun no ha cumplido los 40. Sera por su discurso del siglo pasado o porque viste igual que Aznar en el 96. Pantalón gris marengo, camisa de cuello italiano y blazer azul marino. Como gran transgresión, el pasado 22 de junio con la excusa de que arrancaba campaña en Bilbao, se plantó una mascarilla de tela con motivos geométricos como de vidriera de iglesia, pero con un punto moderno. Un gesto actual que de pronto le devolvió al presente. La mascarilla se convirtió por unas horas en un detalle personal que rompía con el uniforme de trabajo habitual de pepero como Dios manda.
Por un momento parecía un tipo del siglo XXI, sobre todo por el contraste con Iturgaíz, con el que le separan más de 15 años, aunque ideológicamente sean gemelos. Tenía ese punto de señor que quiere expresar a través de detalles que sigue en la onda. Hasta para eso es viejoven Casado. Quizá pretendiera enganchar con un votante aun no jubilado y por eso echo mano de una mascarilla diferente a la que usa para ir al Congreso, una quirúrgica normal y corriente.
La mascarilla de seudoactivista de Pablo Iglesias
Tanto tiempo soñando con ser vicepresidente y cuando llegas quieres seguir presumiendo de activista del 15M. Un rol que pasó a mejor gloria cuando Iglesias entró en el Congreso y fue haciendo limpias en el partido hasta lograr un Podemos a la medida de los Iglesias Montero, dilapidando el capital obtenido en las urnas -un 21% de votos y 69 diputados en 2015- y que ahora trata de recuperar con gestos tan poco creíbles como este. La caída que evidencia el último CIS -un 11,4 % en intención de voto-, muestra que ni el coronavirus que ha reforzado al PSOE es capaz de revertir la fuerza gravitaría que parece estar absorbiéndoles.
Así que Pablo vuelve a lo que una vez le encumbro, ignorando que como decía Ortega ‘yo soy yo y mi circunstancia’ y la circunstancia no es la misma ahora que hace cinco años. Ahora es vicepresidente de todos los españoles, los que le votaron y los que no. Y se espera altura de Estado. Una mascarilla a favor de la sanidad pública, fabricada por la empresa de merchandising fundada por Juanma del Olmo, fiel hombre de confianza de Irene Montero no le va a levantar en las encuestas. Y encima ahonda en proyectar esa imagen de que en Podemos todo queda en casa.
La mascarilla de luto de Abascal
Cada día es más difícil saber a quién le gusta más utilizar a los muertos, si al PP o a Vox. Lo que está claro es que el partido de Abascal ha logrado arrancarle la bandera de la patria al PP y también la de los fallecidos, sobre todo ahora que la Comunidad de Madrid tiene encima de sus espaldas los cerca de 6.000 ancianos fallecidos en residencias a los que el Gobierno de Díaz Ayuso dejó a su suerte. Y eso obliga a Casado a rebajar el tono.
Sin complejos, como le gusta recalcar a Vox, ellos fueron de los primeros en aparecer con la bandera de España cosida sobre una mascarilla verde militar. La idea caló tanto, que decidieron usar el negro luto. Desde la bancada popular, más de un diputado envidiaba la idea de Abascal. Tenía que haber sido Álvarez de Toledo y no Olona, a quien se le hubiera ocurrido la idea, se decían algunos. De esta manera impiden al PP aparecer con la bandera a la altura de la mejilla derecha (no iba a ser la izquierda, eh) y se quedan con dos de los símbolos identitarios de los populares hasta ahora.
La mascarilla a juego de Uzkullu
El lehendakari vasco es un hombre que cuida al máximo su imagen. Los trajes parecen cortados sobre su cuerpo, los puños de la camisa asoman justo los centímetros protocolarios, el segundo botón de la chaqueta siempre desabrochado. Todo está perfectamente medido, igual que la política del PNV, en cuyo modus operandi jamás quedan flecos sueltos y se desciende hasta el más nimio detalle cuando se trata de cerrar un acuerdo. Así que era de esperar que Uzkullo se proveyera de mascarillas oscuras a juego con sus trajes. Azul oscuro es la que luce en esta imagen con Revilla, tomada el 19 de junio cuando se restableció la circulación entre Euskadi y la vecina Cantabria.
Las mascarillas desechables de los primeros días de pandemia, han dejado paso a las de tela con las que es más fácil recuperar ese aire dandy, que las quirúrgicas arruinaban. Las apariencias en política son esenciales. Y quienes no dejan nada al azar lo saben bien.