Después de tener hijos no perdí amigos, gané perspectiva
No tengo lo que muchos consideráis vida social. Pero lo que he conseguido a cambio es mucho más importante.
La última vez que salí con un grupo de amigas sin hijos, estuve a punto de pelearme con otra mujer por su opinión sobre el almuerzo.
Una pelea física no. Al fin y al cabo, le insisto mucho a mi hijo de tres años en que nunca debe pegar a papá por muy enfadado que esté por tener que irse a la cama, ¿y qué clase de ejemplo le daría si le pegara a alguien por dar su opinión sobre cuál es la hora correcta de tomar huevos benedictinos y mimosas?
Pero sí que tuve que morderme mucho la lengua para no montar una escena cuando una antigua compañera de juergas (más bien una amiga de una amiga) empezó a quejarse en voz alta de que nunca consigue quedar con nadie para almorzar porque todo el mundo tiene hijos y quiere tomar el almuerzo a la intempestiva hora de las 10 de la mañana o antes.
“El almuerzo no se toma a las 10 de la mañana”, protestó, y otra amiga le dio la razón con entusiasmo. “Eso se llama desayuno”.
“MENTIRA”, habría dicho mi versión más atrevida, que tal vez habría brotado con un par de copas más. “Las 10 de la mañana ya es la segunda comida para quienes llevan desde que ha amanecido persiguiendo monstruitos sin parar. Tienes suerte de que haya padres dispuestos a quedar contigo en un restaurante. Los niños son terribles en los restaurantes. ¡TENDRÍAS QUE ESTAR LLEVÁNDOLES MUFFINS A TUS AMIGOS PADRES Y AYUDÁNDOLES POR LA CASA, JODER! ¿¡TÚ SABES LO DIFÍCIL QUE ES CRIAR A UN NIÑO!?”.
Este ejemplo no representa en absoluto la actitud de todos mis amigos sin hijos, pero esa mujer y yo no hemos vuelto a quedar desde entonces.
Te advierten de que los padres a veces pierden amigos después de tener hijos. Hay un montón de artículos sobre amistades que se desvanecen cuando llega el bebé, sobre lo incómodo que llega a ser hacer amigos que también son padres y sobre la soledad de los padres.
Todo eso es cierto, desde mi experiencia, pero no es así de simple. Yo no perdí amigos, sino que me alejé de algunos.
Yo fui la primera persona de mi círculo de amigos que tuvo un bebé, algo que no fue sencillo a la hora de recibir apoyo, pero muchos hicieron un esfuerzo. Seis semanas después del nacimiento de mi hijo, por ejemplo, mi marido me organizó una fiesta sorpresa de cumpleaños. Doce de mis amigos sin hijos, gente con la que llevo años quedando para tomar algo, ir al campo, a conciertos y espectáculos de arte, acudieron al restaurante que eligió mi marido porque estaba a solo tres minutos en coche de mi casa (y de mi bebé, que estaba con mi madre).
Escucharon atenta y pacientemente la historia de mi parto y comentaron con entusiasmo las fotos de mi recién nacido colorado y lleno de arrugas hasta que las tetas se me hincharon y tuve que ir a casa a dar el pecho.
Me sigo emocionando al recordar que consiguiera venir tanta gente y no guardo ningún rencor por haber sido esa la última vez que vi a algunos de esos amigos.
Yo cambié después de tener un hijo y también cambiaron mis amigos. Ya no puedo quedarme hasta tarde tomando algo, pero tampoco quiero. La falta de sueño hace que ya me sienta de resaca todos los días de mi vida sin necesidad de tomar alcohol. Además, necesito toda mi atención para evitar que mi hijo se meta con la bici en el tráfico, para que no meta los dedos en el enchufe o para que no salte como Superman por las escaleras al grito de: ”¡Estoy volando!”.
Pero si os apetece tomaros una copa de vino en mi sofá a la luz del monitor de mi bebé y dar la noche por terminada a las 21:30, soy toda vuestra.
¿Y sabéis qué? Tengo un par de amigos que ya lo han hecho muchas veces. Bendita sea la pareja que pasó Nochevieja comiendo comida china en nuestro sofá en silencio mientras nuestro hijo dormía arriba. Otra amiga sin hijos aceptó hace poco mi oferta de venir a las 5 de la tarde a tomar algo aprovechando que alguien había llevado a mi hijo a cortarse el pelo.
Aunque esta sea la única forma que tengo de estar disponible a veces, comprendo que no es lo que la gente considera una noche de diversión.
A mí me gusta pasar tiempo con mi hijo y no pienso pedir disculpas por ello. Por eso, si no te apetece pasar el fin de semana en la zona de juegos acuáticos del parque, visitando una granja o un parque cubierto infantil donde seguramente entrarás en contacto con el virus de la enfermedad de manos, pies y boca, es probable que no vayamos a vernos mucho.
Ya no me gustan las fiestas, probablemente porque no tengo nada de lo que hablar aparte de los avances de mi hijo aprendiendo a ir al baño, porque ahora me visto como si acabara de salir del parque infantil y porque a las 21:15 ya estoy cansada. Tampoco me resulta sencillo desplazarme a casas rurales; rara vez me verás en un concierto (aunque conseguí entradas para ver este otoño La Patrulla Canina ¡En vivo!) y los buenos canguros no caen del cielo como Mary Poppins cada vez que necesito uno.
Quedar con gente ya no es tan simple como ponerte los zapatos y pedir un Uber. Digamos que un día consigo quedar para cenar. Por mi parte, eso requiere coordinarme con mi marido con varios días de antelación para encontrar una noche que nos venga bien a ambos, preparar una comida que le guste al bebé y que se pueda recalentar y explicarle a mi hijo que mamá no va a estar en casa para darle las buenas noches. Si después de todo eso me envías un mensaje 10 minutos antes de la hora de quedada para preguntarme si puedo cambiarla a otro día porque sí, mi respuesta probablemente será: “No, adiós”.
Valoro mucho a los amigos que permanecen a mi lado, los que me apoyan y los que comprenden que criar a un hijo no es algo que pueda dejar en pausa para salir un día. Una amiga que no tiene hijos, educadora de primera infancia, suele enviarme artículos para padres que piensa que me gustarán e incluso me ayudó en una ocasión a organizar el cuarto de juegos de mi hijo. Estas personas son diamantes, pero, al igual que los diamantes, son escasas. (Por desgracia, esa amiga se mudó a otra ciudad hace poco).
Así pues, no tengo lo que muchos consideráis vida social. Supongo que puedo decirlo: sí, he perdido amigos desde que di a luz. Sin embargo, lo que he conseguido a cambio es mucho más importante. (No me refiero a mi hijo, que es genial y lo quiero con todo mi corazón).
Lo que he ganado es perspectiva. Valoro a los amigos que aún tengo por lo que me aportan así como valoro mis antiguas amistades por lo que me aportaron cuando era veinteañera y treintañera. Sigo dándole a ‘me gusta’ a sus fotos de Instagram y ellos le dan a ‘me gusta’ a las fotos de mi hijo con la cara llena de tarta de cumpleaños, y si ya no nos reunimos por las noches en una terraza para pasarlo bien, no pasa nada por echar la vista atrás y recordar con cariño esos momentos.
Aprecio a los compañeros de trabajo más jóvenes que me preguntan por mi hijo y me gusta que en un fin de semana tengan más vida social que yo en todo un año.
Hablar con amigos de otra ciudad para contarnos las travesuras de nuestros hijos de tres años mientras como queso en pantalón de chándal en el sofá es un plan perfecto para un viernes por la noche. Quedar cada 18 meses con mis antiguos compañeros de universidad porque eso es todo lo que podemos hacer con nuestras saturadas agendas no es lamentable, es algo que espero con ansias.
También tengo a los amigos que he hecho desde que di a luz. No es fácil entablar amistades en las trincheras, pero me siento agradecida por el puñado de amigas mamás, aunque apenas pueda verlas porque siempre hay alguna que tiene a un hijo enfermo, con problemas de sueño, aprendiendo a hacer caca en el baño y no puede salir de casa, o con dolores porque les están saliendo los dientes, o porque están en pleno salto de desarrollo o simplemente porque estamos demasiado cansadas como para hacer algo aparte de quejarnos en un chat de grupo.
Hace dos noches, cuando mi hijo, al que aún le falta práctica aguantando las ganas de hacer pipí por la noche, desgarró su pañal mientras dormía y empapó la cuna, una madre que vive en la otra calle me ofreció un colchón de repuesto hasta que limpiáramos el de mi hijo.
Detalles así, que me ofrezcan otro colchón de repuesto cuando mi vida está saturada de pis, son los que más valoro en mis amistades a día de hoy.
Y prefiero eso que un almuerzo.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.