Después de divorciarme a los 50, decidí priorizar mi vida sexual
Esta experiencia me sirvió para descubrir que podía llamar a puertas que nunca antes me había planteado abrir.
Quedarme soltera a los 50 años después de 23 años de matrimonio fue la experiencia más desorientadora de mi vida, mucho más incómoda que cualquier otro desafío que hubiera afrontado con mi ya exmarido, como explorar pistas de arena en África o traer a casa a un bebé recién nacido.
Pero, al igual que sucede con cualquier otra transición, me sirvió para descubrir que podía llamar a puertas que nunca antes me había planteado abrir. Decidí que estar soltera no iba a ser un problema, sino una oportunidad, como si estuviera en un buffet libre de helados con un cucharón.
Decidí satisfacer mi curiosidad. A medida que me adentraba en la menopausia, de repente me empecé a preocupar menos por las apariencias y más por mi felicidad. Llegar a la mediana edad fue como volver a la pubertad, pero con arrugas. De vez en cuando me irritaba por cualquier cosa, pero las posibilidades que se me abrían en la vida eran enormes. A diferencia de la pubertad, en la que sientes que tienes todo el tiempo del mundo, a los 50 imperaba una sensación de urgencia y la necesidad de concentrarme si quería conseguir mis objetivos. Empecé a trabajar en lo que me gusta y a vivir de forma más simple. También empecé a priorizar mi placer sexual y descubrí la cantidad de cosas que desconocía después de décadas con la misma pareja.
Me di a mí misma permiso para tener citas improvisadas con hombres completamente diferentes a mí. Estos hombres (un académico extranjero, un terapeuta tántrico, un artista desempleado...) me ofrecieron nuevas perspectivas del sexo. Decirle sí a esos placeres y a mi vida sexual se convirtió en mi nuevo mantra. Con estos y más hombres, descubrí lo que me gustaba y lo que no: los cachetes no me hacían sentir bien, pero me hacían reír, y el sexo con múltiples personas me despistaba más que me excitaba, pero aun así era fascinante.
Mi libido aumentó durante los años que duró mi perimenopausia, algo bastante frecuente a medida que se acaba la fertilidad de una mujer. Pero conforme superaba la menopausia con una agenda frenética, fui perdiendo el interés en el sexo casual. Ya habían pasado tres años desde mi divorcio y quería cultivar una relación seria de nuevo. Pero esta búsqueda no tenía por qué estar alejada de mi dormitorio.
Creo que podemos aprender mucho sobre la otra persona a raíz de su comportamiento en el sexo. Si un hombre está más centrado en su orgasmo que en el mío, me doy cuenta de que también es egoísta en otros aspectos. Por eso busqué a un amante que fuera generoso y curioso en la cama y que se riera si nuestros cuerpos provocaban algún sonido gracioso. Esas cualidades se suelen extender a su forma de afrontar la vida y las relaciones en general.
También he aprendido que encontrar el amor a estas edades requiere que todo se dé en el momento perfecto. Es muy frecuente encontrar personas que acaban de salir de una relación muy larga y que no quieren comprometerse tan pronto con otra persona, sino experimentar cómo es el sexo una vez que sus hijos ya son mayores. Al principio, yo no estaba preparada para prometerle monogamia a ningún hombre, y cuando lo hacía, acababa entre lágrimas. Más adelante, cuando tenía citas con hombres que acababan de divorciarse y no estaban preparados para empezar otra relación, apretaba los puños de frustración, pero acabé aceptando que ellos también tenían que seguir su propio proceso.
El sexo que buscas cuando eres una mujer de mediana edad es diferente del sexo que buscas cuando eres joven. Ahora soy romántica y realista y conozco mejor los compromisos y sacrificios que implica tener una relación. Y las relaciones que he tenido en estos últimos años han sido sexualmente emocionantes y emocionalmente profundas. Ahora perdono ciertas cosas con más facilidad, pero no me lo pienso dos veces si tengo que huir de un comportamiento inadecuado. El sexo refleja el tipo de personas que somos y me alegra no sentirme avergonzada por experimentar con muchas personas.
Y aunque aún no he encontrado a una persona con la que quiera envejecer, el trayecto se ha vuelto menos desorientador y más valioso de lo que jamás imaginé. En vez de explorar pistas de arena en otro país, ahora me guío por mi propia brújula.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.