Desde nuestra ventana
Tradicionalmente, en la producción artística de las mujeres aparecen las ventanas.
Impone ver las imágenes de las ciudades vacías. Apenas se ve movimiento en las calles comerciales, los parques, las carreteras, las playas… todo el mundo está confinado en sus casas y así debe ser para poder acabar con esta pesadilla que nadie esperaba. Imágenes de Times Square, las Tullerías, Piccadilly Circus, la Fontana de Trevi, la plaza de Cataluña o la Puerta del Sol parecen ser las de una foto fija, una postal que nos deja sin aliento, con la sensación de estar sumidos en un mal sueño del que no podemos despertar y que no deja de conmovernos, pese al tiempo que llevamos en esta situación.
Acudimos a la cita de las ocho de la tarde en los balcones, aplaudimos y nos dejamos ver con la obligación moral de rendir tributo a las personas que ponen en peligro su propia salud en beneficio de la colectividad, y desde esos balcones y ventanas, como si de la película de Alfred Hitchcock se tratara, jugamos a adivinar las vidas que transcurren en las viviendas cercanas, vidas que hasta hace unas pocas semanas ignorábamos por completo.
Desde nuestra indiscreta ventana, al igual que en los vídeos domésticos que proliferan en las televisiones y redes sociales, no podemos acceder a todas, porque no todas las vidas se muestran públicamente. Sabemos que tras ellas se oculta la situación de mujeres, niñas y niños a los que el confinamiento ha aislado en el mismo espacio que a su maltratador. Un asunto sumamente preocupante en el que conviene estar muy alerta, tal y como nos aconsejan las autoridades. Pero si bien el calor de las viviendas de la acera de enfrente sugiere una “cierta seguridad”, no ocurre lo mismo en el entorno rural, donde los espacios son más amplios y el problema se acentúa de manera notoria.
Mención especial merecen menores y adolescentes abusados sexualmente o víctimas de la pornografía infantil, grupo especialmente vulnerable, ya que la convivencia sin descanso y el control exhaustivo del maltratador puede privarles fácilmente de ciertos recursos externos. Es sabido que el confinamiento agrava los estados anímicos de las personas agresivas, convirtiendo a éstas en una amenaza y a aquellos en víctimas propiciatorias. La esperanza de que sean los primeros en salir de la incomunicación puede abreviar esa terrible situación.
Tradicionalmente, en la producción artística de las mujeres aparecen las ventanas. Sin duda, ello se debe a que, durante siglos, los interiores y el ámbito doméstico fueron su hábitat natural como consecuencia de ese otro confinamiento: el cultural. Desde sus habitaciones relataron y plasmaron con imágenes sus espacios; unas veces pintados con exquisita sutileza y otras como la celda en la que se encontraban, y en la que la visión y el calor de la luz suponía su única esperanza.
Sensibles a esa problemática, muchas artistas actuales, especialmente fotógrafas, tratan este tema y lo muestran generalmente con imágenes en blanco y negro, utilizando la ausencia de colores como una metáfora de las vidas sometidas. Este es el caso concreto de la granadina Emi Azor, que en su serie Nosotras nacemos confinadas, aborda el tema con la sensibilidad que siempre caracteriza a sus instantáneas, con las que consigue llegar de manera sutil a la esencia del mensaje.
Seguramente, y aunque esas mujeres, niños y niñas confinadas no lo sepan, el sonido de esos aplausos también lleva nuestros deseos de superación para ayudarles a sobrellevar el aislamiento. Nos gustaría transmitirles la certeza de que en lugares cercanos existen personas sensibles que, aun desconociendo sus problemas, siempre estarán dispuestas ayudarles.