Descifrando a Ana Frank
Una visita a su casa en Ámsterdam -convertida en museo- nos da las pistas necesarias para descubrir su fascinante personalidad.
Su historia informa sobre cómo su hasta entonces alegre vida fue truncada de raíz cuando ella y su familia tuvieron que esconderse en La Casa de atrás para evitar el arresto de los nazis. Dejó a sus amigas, su colegio y una enseñanza reglada para salvar su vida (por mediación de su padre, quien consiguió un refugio en el que esconderse mientras duraba la guerra), pero esto fue casi lo menos importante.
Lo verdaderamente frustrante, a la par que humillante, comenzaría meses atrás, cuando las prohibiciones empezaban a aterrorizar a millones de judíos. Algo infernal se estaba gestando. No poder salir de casa entre las 20 h. y las 06.00 h.; hacer la compra solo entre las 15 h. y las 17 h.; no ir a sitios donde el resto de la sociedad podía pasar el tiempo de ocio (cines, parques...), ni a colegios públicos; prohibido mezclarse con cristianos. Unos últimos meses descorazonadores que comenzaban a augurar terribles consecuencias.
El museo repasa la figura de Ana y pone en perspectiva la época nazi y cómo los judíos fueron atosigados y perseguidos hasta llevarles a la muerte en los distintos campos de concentración repartidos por toda Europa. Si bien Ana Frank es la piedra angular sobre la que se vertebra la visita, y a ella a quien se escucha incesantemente a través de una audioguía, el museo no se basa exclusivamente en ella, sino que se enriquece con las voces de otros protagonistascomo su padre o amigas de la infancia, como Hanneli Goslar, así como con las explicaciones que ayudan a entender la compleja trama que aquí tuvo lugar.
Una de las salas se dedica a los empleados de Otto Frank, quienes a la postre se convirtieron en sus protectores, ayudando a los protagonistas mediante el abastecimiento de bienes y servicios durante su encierro. Su valor deriva de que se expusieron a perder la vida si hubieran sido descubiertos. Héroes anónimos para el gran público, si no leyeron el célebre diario. Nombres como Miep Gies, Johannes Kleiman, Victor Kugler -que fabricó la estantería giratoria que daba paso a la casa- y Bep Voskuijl reciben su homenaje particular.
El recorrido por las distintas estancias lleva a recrear las condiciones en las que vivieron los Frank, los Van Pels (una familia amiga) y Fritz Pfeffer (un conocido de la familia) desde que se escondieron en el anexo de una elegante vivienda en la calle Prinsengracht 263, en un barrio pudiente de la capital holandesa. Ahora bien, hay que echarle ciertas dosis de imaginación porque la casa es muy aséptica, demasiado para un turista que ansía recrear lo que en realidad ocurrió allí.
No queda prácticamente ningún rastro del paso de estos judíos porque la Gestapo la desmanteló al descubrir el escondite y solo se conservaron algunas fotos o pósteres de cantantes y estrellas de cine que Ana tenía en la pared. Porque, además, Otto Frank, el cabeza de familia y único superviviente de los ocho habitantes de la casa, decidió no amueblarla cuando regresó de Auschwitz.
Lo que ayuda a comprender la historia es la lectura de su libro. A través de sus páginas, uno recuerda estos lugares y se traslada a esa época. Todo arranca en el año 1933, cuando Otto Frank y su esposa, Edith Frank, deciden dejar Frankfurt (su ciudad de origen) y emigrar a Ámsterdam huyendo del nazismo que había llegado al poder y amenazaba el sosiego de los judíos con su política antisemita.
La invasión de las tropas alemanas de Holanda lleva consigo medidas antisemitas y los judíos se ven privados cada día de más libertades. Margot, la hija mayor y hermana de Ana, recibe una notificación de los nazis para que acuda a un campo de trabajos forzosos en Alemania. Es entonces cuando su padre toma la drástica medida de esconderse para salvaguardar la vida de su familia. El 16 de julio de 1942 se mudan definitivamente a la casa, un anexo de la fábrica donde trabajaba.
Los Frank tienen su propia habitación, al igual que los Van Pels. Si bien, el cuarto de éstos hacía la función de cocina. Peter, su hijo, tendrá su propio departamento. Ana al principio vivía con su hermana Margot pero a los pocos meses, el 16 de noviembre de 1942, Fritz Pfeffer se convierte en el octavo residente escondido de La Casa de atrás; y a partir de ese momento la más pequeña debe compartir su cuarto con él; mientras que su hermana pasa a dormir con sus padres.
El 4 de agosto de 1944 son descubiertos, arrestados y enviados a Westerbork, un campo de tránsito e internamiento alemán en los Países Bajos. Al poco tiempo fueron reenviados a Auschwitz, donde se separan sus caminos. Margot y Ana terminan en Bergen-Belsen, un campo de concentración al norte de Alemania, donde morirían en marzo de 1945 como consecuencia de una epidemia de tifus, pocas semanas antes de que el campo fuera liberado por el ejército británico.
Otto Frank, el gran confidente de Ana, se mostró desconcertado cuando leyó por primera vez el diario de su difunta hija. Su seriedad y autocrítica le sorprendió tanto que llegó a afirmar, años después, que no la conocía realmente. "Siempre hablaba mucho y era muy crítica con todo pero lo que me sorprendió fue su madurez. Los padres no conocen realmente a sus hijos". Y lo dice él, que se llevaba especialmente bien con ella. "Lo que realmente sentía solo lo supe a través del diario", matiza en una grabación que podemos escuchar en una de las últimas salas.
En conclusión, el museo ayuda a entender una mente brillante, una chica ambiciosa que anhelaba ser una reputada escritora y que sin saberlo se convirtió en un mito. Y aunque ella ya no está allí físicamente, su espíritu y mensaje permanecen en cada rincón de la vivienda y en la memoria colectiva. De hecho, la casa donde permaneció encerrada durante dos años en Ámsterdam es uno de los museos más visitados del mundo. Un dato esclarecedor y que sirve como un recordatorio latente del Holocausto, porque, como escribió Primo Levi, quien olvida la historia está condenado a repetirla. Y más en los tiempos de zozobra que corren...
La Casa de atrás se publicó en 1947 y está traducida a más de setenta idiomas. En España se conoce como Diario de Ana Frank.