Democracia en América: de Tocqueville a Trump
Lo acaecido en esta oscura semana para EEUU ha supuesto posiblemente uno de los mayores golpes que haya podido sufrir a largo de su corta existencia.
Lo acaecido en esta oscura semana para Estados Unidos ha supuesto posiblemente uno de los mayores golpes que los Estados Unidos de América hayan podido sufrir a lo largo de su corta existencia. Estados Unidos es la cuna de la democracia contemporánea, y de ello se sienten profundamente orgullosas los y las americanas. Si hay algo que caracteriza al pueblo americano es el sentimiento de orgullo por la libertad, la libertad simbolizada por su bandera, su himno y la defensa de la democracia.
Hoy rescato las palabras de Alexis de Tocqueville en su Democracia en América (1835) que nos ayudan a comprender el impacto y trascendencia de la democracia: “Confieso que en América he visto más que América. Busqué en ella una imagen de la democracia, de sus tendencias, de su carácter, de sus prejuicios, de sus pasiones. He querido conocerla, aunque no fuera más que para saber, al menos, lo que debemos esperar o temer de ella”. Tocqueville vivió obsesionado con la igualdad, preguntándose si esa pasión por la igualdad arrastra un tiránico egoísmo individualista o si la democracia podría suponer una redención que hiciese a todos los ciudadanos libres, una dualidad fácilmente identificable en estos tiempos que vivimos.
La noción de democracia para Tocqueville era la de un Estado social que implicaba la eliminación de diferencias hereditarias y que todas las ocupaciones, honores y dignidades fuesen accesibles a todos y todas, es decir, que la igualdad de condiciones trajese consigo la movilidad social. Este es el concepto de democracia que Toqueville destacó en aquella época.
Sin embargo existe otro concepto de democracia que proviene de aquella época. Consiste en la difusión del individualismo llevado a extremos, con la consecuente exclusión de toda consideración de los asuntos públicos y deriva en una inevitable mediocridad. Este concepto existía ya hace 200 años, por eso no es novedad cuando hoy se habla de la pérdida de identidad de clase, de identidad nacional o de valores. Es una constante, la igualdad en los pueblos democráticos aparece como un don gratuito, pero la libertad es un bien por el que es preciso luchar.
Sin duda Estados Unidos tiene episodios oscuros en su historia, como todos los países del mundo: la segregación racial todavía existente en muchas partes del país, las desigualdades sociales o ciertos fanatismos incomprensibles para un país tan desarrollado, son algunas de las grandes sombras que minimizan la grandeza de un país que se ha creado a sí mismo, con un mestizaje (melting pot) y pluralismo que a su vez le caracteriza. A la vez Estados Unidos, al contrario que otros países que fueron colonizados y en épocas semejantes, supo hacerse con unos principios esenciales que han supuesto los pilares de convivencia en el país desde la Declaración de Independencia en 1776 firmada en Filadelfia. Cabe recordar que en la Declaración de Independencia de Jefferson se establecieron los principios sobre los que otros muchos documentos en otros países se inspiraron: el reconocimiento de la igualdad, y los derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad de todos los hombres.
Estados Unidos cuenta con la constitución federal más antigua (1787) que se encuentra en vigor en el mundo, significativamente fue ratificada en cada estado, en el nombre de “We the People”, (Nosotros el Pueblo). En su preámbulo se establecen sus objetivos y principios: establecer justicia, asegurar la tranquilidad interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad. Podemos afirmar que todos estos principios son inalterables para cualquier país democrático pero sí envidiables para la época en que se asumieron, prueba de lo arraigados que están en la sociedad americana 250 años después. El artículo I estipula el debate libre en el Congreso y limita el “comportamiento egoísta de miembros del Congreso”.
Previsores los americanos, cuando en su Constitución predijeron las actuaciones contra los comportamientos contrarios a los principios y pilares de la democracia americana. Visionario, Alexis de Tocqueville cuando en su obra, El Antiguo Régimen y la Revolución II (1856) señalaba: “Lo que más confusión provoca en el espíritu es el uso que se hace de estas palabras: democracia, instituciones democráticas, gobierno democrático. Mientras no se las defina claramente y no se llegue a un entendimiento sobre su definición, se vivirá en una confusión de ideas inextricable, con gran ventaja para los demagogos y los déspotas”. Esto es el resumen de lo que ha sucedido en Estados Unidos, el efecto y las consecuencias de una deriva ideológica, de un uso hiperbólico de lenguaje, de una utilización premeditada de un discurso manipulador de principios y valores compartidos por el pueblo americano.
Lo acontecido esta semana en el Capitolio se resume en un atentado contra los pilares y esencias de la nación americana, de sus creencias y motivos de orgullo. Entender cómo se ha llegado a esta situación es complicado, ¿la manipulación informativa, de mensajes, deformación de la realidad, etc? Todos ellos instrumentos muy peligrosos en manos desaprensivas. Como se ha comprobado, estos mensajes consiguen transformar el concepto más auténtico de la democracia y utilizarlo como excusa para atacarla, dañarla, deformarla y destruirla.
El individualismo exacerbado engendra un tipo humano débil que da pie al desinterés por todo lo público y el abono de una tiranía inevitable, engendrada por ese egoísmo. La libertad exige esfuerzo y vigilancia, es difícil de alcanzar, y fácil de perder. Palabras de Tocqueville. La manipulación egoísta de la democracia no es exclusiva de ese país; es una semilla que se extiende con demasiada facilidad y germina con los mismos elementos. Hace 200 años Tocqueville analizó los riesgos en la democracia ante los extremismos en los conceptos de libertad y de igualdad.
Estos días vemos con estupor lo acontecido en Estados Unidos. Pero los elementos previos son conocidos para nosotros, todo muy semejante a lo que sucede en España y en otros países democráticos. El modelo Trump se ve a diario en el Congreso y en las redes sociales: un discurso que incita al odio y que cala como lluvia fina ante una débil formación de la ciudadanía en valores democráticos, con la intención de la manipulación de las mentes más débiles. Quizás ahora sea más fácil entender por qué la derecha siempre se ha opuesto a la educación para la ciudadanía en el currículo educativo.
No nos descuidamos. Si se ha producido un asalto en la cuna de la democracia, algo sagrado para los americanos, ésto puede suceder en cualquier país. Cuidemos nuestra democracia a diario, formemos a nuestros niños y jóvenes en valores democráticos. Pero sobre todo seamos críticos, para que todos y cada uno de nosotros pensemos, reflexionemos y no nos dejemos guiar ni condicionar por lo que los individualistas egoístas quieren.