Del documental al 'buddy film': 'My Octopus Teacher'
La narración de un hombre que bucea por las frías aguas de la costa sudafricana en busca de un pulpo mantiene en vilo al espectador durante 85 minutos.
Cuando el pasado 25 de abril se anunció el ganador del Oscar a Mejor Documental, fueron muchos los que entonaron una sonrisa burlona al oír pronunciar su título, sin duda extravagante. Sin embargo, My Octopus Teacher o, como se ha traducido en español Lo que el pulpo me enseñó, es merecedor de la estatuilla por méritos propios.
La expresión satírica del neófito se disuelve pronto cuando la realidad se impone y se descubre que este documental esconde en su interior la pulsión más pura de la que se nutre el cine: la tensión. Y lo hace con apenas un personaje y su compañero invertebrado, eso sí, junto con una pléyade de recursos visuales y tecnológicos de primera magnitud.
Aunque está protagonizada por un cineasta como Craig Foster, la segunda falacia en la que se incurre con este documental es creerle el director de la cinta. Este cargo le corresponde a Pippa Ehrlich quien, acompañada por James Reed, se sumergió en este proyecto cuando vio la hondura, en sentido estricto y figurado, que podía alcanzar el documental. Ellos dos son, asimismo, los autores del guion que enhebra la historia, una historia de superación, de aventura, de lucha contra la muerte y de amor (sí, amor) entre un ser humano y un animal salvaje.
Porque lo que nadie supone es que Lo que el pulpo me enseñó tiene una estructura completamente cinematográfica y que responde a los actos, puntos de giro y clímax propios de la ficción. Cuesta creerlo, pero, efectivamente, la narración de un hombre que bucea por las frías aguas de la costa sudafricana en busca de un pulpo mantiene en vilo al espectador durante los 85 minutos que dura su metraje. Y esto, por muy obvio que parezca en términos cinematográficos, es todo un logro para el género de documental de naturaleza.
Los documentales de divulgación científica adquirieron una categoría casi blockbuster durante los años 70, cuando la figura de Jacques Cousteau y Carl Sagan rompieron con el género documental conocido, ahondando en una realidad cercana que resultaba del todo desconocida. Cousteau recorriendo los fondos marinos y Sagan descifrando el cosmos lograron llevar a la audiencia televisiva a lugares con los que jamás soñaron.
La intencionalidad de Pippa Ehrlich y, por lo tanto, del propio Craig Foster, no es tanto descifrar aquello que ya hemos visto en otras ocasiones, cuanto darle un nuevo significado. Prácticamente es una cinta que cambia el paradigma semiótico de los documentales: no pretende que veamos, quiere que sintamos.
Y lo hace desde la identificación con el protagonista a partir de una experiencia personal elemental. Craig Foster, cineasta de profesión, sufre un terrible burn-out a causa del estrés. Un día descubre que nada le satisface y pierde el sentido de su propia vocación cinematográfica. Para reencontrarse a sí mismo regresa al mar de su infancia, donde sus padres tenían una cabaña. Día a día, realiza inmersiones en los fondos del mar para deambular por los bosques de algas, hasta que, inadvertidamente, descubre a un pulpo hembra. La visita diaria a sus dominios refuerza su confianza en Foster y, así, cada día se acerca más y más al director.
Por supuesto, afianzar su amistad conlleva esfuerzo y paciencia. Craig Foster opta por hacer inmersiones sin oxígeno ni neopreno, cuerpo a cuerpo, para asimilarse con la naturaleza de ella, hasta que un día el invertebrado extiende uno de sus tentáculos y agarra el dedo al director. A partir de entonces, las visitas, los juegos, las caricias y los abrazos que se profesan mutuamente marcan un crescendo emocional que conmociona al espectador, mientras descubre la fascinante naturaleza que posee un pulpo común.
En ese momento, ya no se está asistiendo a la proyección de un documental de divulgación científica, sino a una buddy film en la que dos seres sin nada en común establecen una amistad verdadera, natural y dramática con las luces y sombras propias de la vida en este planeta.
La fantástica fotografía de Roger Horrocks y, obviamente, de Craig Foster coadyuvan a elaborar una pieza artística tan única como necesaria, que conduce al pensamiento lógico de que todos somos parte del engranaje de este mundo inaprehensible.
A partir de esta premisa, cualquier argumento a favor de My Octopus Teacher es completamente pertinente, ya que, partiendo de un objetivo simple, la restitución del estado de ánimo de un ser humano, se colige una infinidad de lecturas que conducen, irremediablemente, al amor y a la protección de la vida salvaje.
Y es que, sin duda, Craig Foster y su pequeña pulpo innombrada (no quiso dotarla de nombre para que mantuviese la dignidad propia de su naturaleza salvaje) más que acercarnos a la realidad submarina nos dan una muy necesaria lección de vida.