Degollar claveles al ritmo suicida de la noche
Un buen ciudadano se hace día a día a partir del dolor de sus conciudadanos, de forma pacífica, cooperando entre sus semejantes y, sobre todo, no mintiéndose a sí mismo.
Este periodo de postverdad y postcensura, de postparto y patriarcado, de despotismos y empotrados, empoderados y cosificados, nos crea la falsa percepción de que todo es posible habitar desde el vacío íntimo del ser humano. Vivimos al ritmo de las redes sociales y de los medios de comunicación –y nos dan muerte en los tejados–. No alimentamos el alma. Y articulamos nuestro universo más próximo para crear la falsa conciencia de que todo es cierto y no lo es. Creemos que todo vale y no es así.
Construir una identidad bajo unos valores y un criterio, conocer la historia desde una visión crítica. Conocer la situación geográfica, la riqueza cultural y natural de nuestro entorno, sus puntos fuertes y debilidades ayuda también a formar a un ser humano. Poseer la información y estar al día de lo que pasa a nuestro alrededor. Poseer un pensamiento crítico, exigiendo pruebas y argumentos. Participar en la vida pública, dejarnos la piel –no sólo basta degollar claveles al ritmo suicida de la noche. Hay que actuar. Nos tenemos que levantar ante la opresión y la indiferencia íntima del ser que nos aboca, ante la injusticia y los miedos que nos asaltan, ante la violencia y el odio que nos devora. No abandonarnos. Sustentar nuestros actos en la ética y en el bien común. Respetar la libertad, los derechos humanos, nuestro medio ambiente, el mundo: esta tórrida copa de metal que nos llevamos a la boca.
Un buen ciudadano no sólo se circunscribe a dar likes en las redes, a ostentar su hermosa y larga cabellera, a pasearse por los bares. Un buen ciudadano se hace día a día a partir del dolor de sus conciudadanos, de forma pacífica, cooperando entre sus semejantes y, sobre todo, no mintiéndose a sí mismo.
Siempre he defendido que el marco jurídico que nos sustenta debe ser ese espacio de convivencia donde sus ciudadanos puedan ejercer su derecho y su emancipación libremente, bajo un parangón legal que permita respetar y ser respetado, convivir y dejar convivir, desarrollarse y dejar que se desarrollen, siempre y cuando, sea una serie de casualidades las que definan el comportamiento de sus coetáneos y que no es otro que el ejercicio responsable de la dignidad, de la defensa de los valores humanísticos y la libertad inquebrantable de aquellos que los practican.
No sólo del aire vive el ser humano, sino también de la tierra que somos capaces de remover, de las almas y de los sueños que somos capaces de avivar.