¿Debemos seguir pagando la Colección Carmen Thyssen?
España compraba por 264 millones de euros los 775 cuadros. Entonces, cuando el mercado era menos demencial que hoy, ya era un precio bajo. Hoy es ridículo.
Hoy día debemos preguntarnos si lo que queda de la Colección Carmen Thyssen depositada en el Palacio Villahermosa junto a la Colección Thyssen (perteneciente al Estado español) justifica el espacio que utiliza y el gasto anual del erario público. Hace dos días supimos que Carmen Thyssen había sacado del país los cuatro mejores óleos de su colección, el Mata Mua de Gaugin entre ellos. Esta es la obra más emblemática y de la que se vendían más posters. Los otros tres cuadros son pérdidas extraordinariamente sensibles por ser, además, autores que escasean en las colecciones españolas: Hopper, Degas y Monet, siendo este último una pequeña obra maestra.
Si hacemos resumen de esta historia, en 1993 el estado compraba la colección de Heinrich Thyssen. No se adquirió toda, se seleccionaron 775 obras de un total de 1.500 que la casa Thyssen conservaba en Villa Favorita en Lugano, Suiza. Fue una negociación que empezó en 1987, que fijó el alquiler de las obras en 1988 y que implicó a tres ministros de cultura: Javier Solana, Jorge Semprún y Jordi Solé-Tura. En 1992, el año en que todo ocurrió, se inauguraba un depósito de 9 años pero el 18 de junio se firmaba el convenio de adquisición. España, después de aprobarlo en el Congreso de los Diputados, compraba por 264 millones de euros los 775 cuadros. Entonces, cuando el mercado era menos demencial que hoy, ya era un precio bajo. Hoy es ridículo. Sin pensar demasiado me surgen al menos 10 cuadros que alcanzarían ese precio individualmente. Aquel fue un buen negocio y hoy la colección es un tesoro inigualable que trajo a España muchos autores no representados en las colecciones nacionales, empezando por Van Eyck y acabando por los impresionistas, nuestra gran carencia. Hasta entonces el único Gaugin en una colección pública española era Lavanderas de Arles del Museo de Bellas Artes de Bilbao, comprado a principio de siglo.
Esta había sido una operación en la que intervino personalmente el rey Juan Carlos con la mediación del duque de Badajoz y la firme decisión de Felipe González. Releyendo esta línea última pienso que todo tiempo pasado fue mejor para algunos. En Villahermosa se instalaba la gran colección que completaba el circuito museístico madrileño y reforzaba de manera insuperable la oferta cultural y turística madrileña. Yo amo ese museo, esa colección privada con una historia tremenda, lograda entre el crack del 29 y la Segunda Guerra Mundial. Las grandes colecciones solo se pueden reunir cuando mucha gente tiene que vender acuciantemente debido a la ruina. Siempre pensé que había quedado algún fleco en el acuerdo entre Solana y los Thyssen y que algún heredero la reclamaría, pero no fue así. La voluntad del barón fue limpia y el Estado hizo un trabajo ejemplar en aquel acuerdo. No se puede olvidar en esta historia la participación de Carmen Cervera, cuarta espolsa de Heinrich, que se consideró decisiva para que España ganase el pulso a Japón, Suiza, Alemania e Italia en la lucha por estas obras.
Empecemos por un punto necesario para entender lo que ocurre hoy con la baronesa y el Gaugin. En 1992 se seleccionaron los 775 cuadros por un sistema que primaba la calidad de la obra y su rareza en nuestras colecciones en A, B y C. Por ejemplo, un Van Eyck era A, más conveniente que un Goya, muy frecuente en nuestros museos. Se descartó la mitad de la colección porque solo encarecería el acuerdo y a pocos metros el Museo del Prado seguramente tenía otra mejor del mismo autor.
El 28 de abril de 2002 fallecía Heinrich Thyssen. Ese año la baronesa, heredera de la colección de arte de su marido, la depositaba en el museo gracias a la adquisición de los edificios adyacentes que ampliaban el espacio expositivo un 50%. En el centro de Madrid se habilitaba un espacio enorme para una colección que justificaba un museo pero que, en ningún caso, era comparable a la Colección Thyssen. En cierta forma hacía descender el nivel de excelencia de lo expuesto, aunque suene extraño, ya que había un núcleo de pintura española del XIX y principios del XX sobresaliente y contaba con obras tan señeras como el Mata Mua de Gaugin, La esclusa de Constable, El Puente de Charing Cross de Monet, Los segadores de Picasso, Jinetes de Degas o Martha McKeen de Wellfleet firmado por Eduard Hopper. Hoy solo permanece en el museo el Picasso. La mayor parte de la colección española fue al nuevo museo de Málaga con el nombre de Carmen Thyssen, el Constable fue vendido en 2012 por 27,89 millones de euros y los otros cuatro se encuentran ya fuera de España para su venta o para presionar al Gobierno español y conseguir más dinero con la mediación de los abogados de la baronesa Thyssen; los exministros Ángel Acebes y José María Michavila.
Esta historia es muy compleja. Decir que no se quiere una colección que en la página del museo cataloga cientos de obras desde una aislada obra menor de Simone Martini hasta la modernidad es difícil, pero hay que valorar lo que esta colección, despojada ya de las mejores obras de las 429 de la cesión original, representa a un coste desde la ratificación del acuerdo en 2011 (según la revista Hola, que es donde vamos siguiendo la evolución de estas negociaciones) que asume el Estado sobre un grupo de obras que ya no tienen el interés esencial original. Las obras impresionistas que van quedando en Villahermosa son menores o, como el Van Gogh, de primera época.
Entonces, si ya no están las grandes obras, si el resto queda eclipsado por las de la Colección Thyssen, el Prado y el Reina Sofía, ¿para qué sirve una colección que no añade nada excepcional? El Estado está gastando en la conservación de una colección que, además, ocupa un espacio central en Madrid y que podría ser administrado por opciones mucho más innovadoras y necesarias, amén de representar un lugar único para grandes exposiciones o actividades de fundaciones tan interesantes como la de Francesca Thyssen, por ejemplo. Es, ya digo, difícil decir esto, pero hay que analizar si los recursos del Estado en tiempos como estos se deben utilizar para conservar una colección que se va vendiendo a trozos y cuyas obras consiguen mejores precios por estar sacadas de un museo de Madrid. Eso y, como dice el ministro Rodríguez Uribes refiriéndose al Mata Mua, son cuadros muy “bonitos”.
Más allá de todo esto hay una cuestión clara: cada día que este señor sigue al frente del Ministerio de Cultura y Deportes la cultura española se hunde un poco más en el barro.