¿Debe juzgarse a Trump por instigar a la insurrección?
La América de Trump necesita una “desnazificación” en toda regla.
Insurrectos, terroristas o golpistas. Hay muchas formas de llamarlos, pero desde luego, no patriotas. Hace unas horas se vivió una escena distópica, que acerca EEUU a la caricatura de una república bananera, como tuiteó Mike Gallagher, congresista republicano por Wisconsin. La inmediatez de las imágenes causa pavor, Trump dirigiéndose a sus seguidores en un mitin poco antes de que marcharan para evitar la certificación de victoria de Biden. Banderas confederadas, una bandera de EEUU rasgada para colocar la bandera de Trump, banderas de QAnon. El asalto al Capitolio se convirtió en una mezcla entre V de Vendetta y Los Juegos del Hambre, con la policía retrocediendo, con imágenes en las que se ven armas cortas y fusiles en varios asaltantes que parecen salidos de un cruce entre marine, culturista y participante de los crossfit games, y un insurrecto disfrazado con referentes tan dispares como la serie Vikingos y Toro Sentado.
El propio Mitt Romney, uno de los dos únicos senadores republicanos que votó hace unos meses a favor de la destitución de Trump, dijo que se trataba de “una insurrección instigada por el presidente de los EEUU”. Para el antiguo candidato a presidente “aquellos que continúan con el apoyo al peligroso gambito de objetar a los resultados de unas elecciones legítimas serán vistos para siempre como cómplices de un ataque sin precedentes a nuestra democracia”. ¿Constituye un delito lo que ha hecho Trump o ha sabido nadar y guardar la ropa a pesar de ser el origen o ventilador de mentiras conspiratorias?
¿Dónde estaban las agencias de seguridad? CIA, NSA, FBI. Ninguno ha sabido anticipar un asalto preparado que acaba con una especie de Toro Sentado sin camiseta detrás de la mesa del portavoz. Los congresistas, evacuados y a la fuga. Mike Pence, escondido en un lugar seguro, dice que ama la Constitución y que no cederá ante la petición de Trump de rechazar los votos electorales de los estados. Las fuerzas de seguridad quedan en evidencia. Solo se dispara un tiro que mata a una mujer.
Meses atrás, manifestaciones mayoritariamente pacíficas del movimiento Black Lives Matter fueron tratadas con gases lacrimógenos y sobredosis de efectivos. El propio presidente salió de la Casa Blanca para hacerse una foto oportunista con una biblia y las fuerzas de seguridad le abrieron camino a palos. ¿Qué habría pasado si manifestantes negros hubieran tratado de acceder al Capitolio en ese preciso instante? No hace falta ser un profeta para saber que habrían sido repelidos a tiros.
En el mundo alternativo de Trump se puede reclamar un recuento, y otro, y otro, y a la vez caminar por los pasillos del Congreso enarbolando la bandera racista de la Confederación. La América de Trump no necesita un poco de árnica sino una “desnazificación” en toda regla. Que el 65 por ciento de los votantes republicanos sea capaz de creerse contra viento y marea que el presidente saliente ha ganado los comicios es un signo muy preocupante del daño que han hecho las redes sociales, creando nichos oscuros donde no llega la luz de la realidad. Es un mundo extraño en el que, Rudolph Giuliani, abogado personal de Trump y exalcalde de Nueva York, puede reclamar que las elecciones se resuelvan en un juicio por combate, al estilo de Juego de Tronos, pero entre septuagenarios.
¿Es Trump un traidor? El senador republicano por Nebraska Ben Sasse, acusó claramente al presidente saliente como instigador de los acontecimientos. “Esta violencia es el resultado inevitable de la adicción de un presidente a agitar la división. Las mentiras tienen consecuencias”. La propia alcaldesa de Washington D.C, Muriel Bowser afirmó que los responsables de estos incidentes deben pagar por sus actos. Es lícito preguntarse hasta dónde llega la mano de Trump en este día de la vergüenza en la democracia más antigua del mundo. Twitter, lo tiene claro, ha tomado el paso de bloquear durante 12 horas la cuenta de Trump por emplearla para “interferir o manipular elecciones”, citando los términos de uso de la propia compañía.
Varios comentaristas políticos ya han mencionado la posibilidad de buscar la manera de destituir legalmente a Trump para que no siga de presidente ni un día más. Otros, como Nicholas Kristoff del The New York Times, van tan lejos como para llamarlo Benedict Arnold, el traidor por excelencia que se pasó a los ingleses en la guerra de la independencia. ¿Cuál es el prisma a través del cual se deben contemplar las acciones del presidente número 45? ¿Es Trump un lunático incapaz de admitir su propia derrota, un político sin escrúpulos o algo peor? ¿Constituye su incitación a la rebelión un delito de traición y debe ser juzgado por ello? Entre el drama, la comedia y la hiperrealidad, Trump no sabe cómo salir con dignidad, y en el camino produce un daño tal vez irreparable al tejido de la democracia.