De nuestras pandemias ante la cuarta ola
La otra pandemia, la del populismo, avanza inexorable en medio de la decepción, la indignación y la ira.
La cuarta ola ya está en marcha. Se trata solo de saber cómo aplazamos y reducimos su dimensión lo más posible y, por tanto, sus efectos en la salud, para dar tiempo a que así la vacunación avance más rápidamente. Sobre todo para lograr cuánto antes la inmunización de los grupos más vulnerables y que el próximo verano nos acerquemos a la llamada inmunidad de rebaño.
Una inmunidad que solo será si es global y que recientes estudios remiten a finales de este año o a principios del próximo. Todo si además del programa Covax se establecen medidas legales y comerciales para anteponer el acceso universal a bienes públicos tan esenciales como las vacunas, por encima de la propiedad de las patentes y de la lógica de mercado de la competencia entre compañías y del lucro.
Como en la segunda ola, si bien hemos logrado reducir sensiblemente la incidencia, se mantiene la trasmisión comunitaria con elevadas tasas de incidencia acumulada, de ocupación de camas y UCIs, al borde del riesgo alto. Esto obliga a mantener las medidas de salud pública de restricción de la movilidad y el ocio, sobre todo en los locales cerrados y mal ventilados, y a su vez a recuperar y reforzar el rastreo y aislamiento de contactos mediante la atención primaria. La misma red de atención que está teniendo un papel fundamental en el cumplimiento de la estrategia vacunal, en particular entre los aquejados por factores y patologías de riesgo, por su implantación capilar y mayor conocimiento de la comunidad.
Sabemos que mientras tanto algunos, como el Gobierno madrileño, continuarán con su estrategia negacionista convocando al consumo y al turismo, pero aprovechando a su vez el trabajo de la mayoría comprometida, situándose a la rueda del pelotón de cabeza para obtener de él sus beneficios y al tiempo para seguir acusando a los estudios técnicos, al Gobierno central o al Consejo Interterritorial de cualquiera de sus problemas en la pandemia, sea en el ámbito sanitario o en particular el de la hostelería, aun a sabiendas de que la gestión de una pandemia se trata de una labor y de una responsabilidad compartidas y no solo por las administraciones españolas sino también en el marco de la Unión Europea y de la Organización Mundial de la Salud.
Así lo han constatado recientemente los presidentes del Gobierno, primeros ministros de países de los cinco continentes, así como del Consejo Europeo y el director general de la OMS. Con el objetivo de prevenir y responder juntos a las nuevas amenazas, han propuesto el establecimiento de un nuevo tratado internacional de preparación y respuesta frente a las pandemias, basado en los principios de “salud para todos” y “una sola salud” para una gobernanza y liderazgo global en los sistemas de alertas, el flujo de datos, la investigación, y con el objetivo del acceso universal y equitativo a la producción y distribución de vacunas, medicamentos, pruebas diagnósticas y equipos de protección personal.
Por eso los negacionistas, más o menos vergonzantes, no lo harían si no tuvieran la expectativa de que la indignación y la ira ciudadana, ante una ya larga pandemia, y sus dramáticas consecuencias pudieran darles votos o al menos provocar la abstención en el adversario político. Poco parece importar que con ello aumente aún más el ya abultado descrédito de las instituciones democráticas.
También los de siempre nos sermonearán por nuestra falta de ambición en la estrategia de contención y mitigación de la pandemia, y nos volverán a profetizar próximas catástrofes si no asumimos su ficción del cerocovid. Una vez más, sin hacer ni una sola autocrítica y ni un solo esfuerzo por comprender las servidumbres de la realidad en la mayoría de los países del hemisferio occidental, tanto a los técnicos de salud pública en el terreno como a los políticos en la Unión Europea, de la administración central y de las administraciones autonómicas, que se aplican mayoritariamente en ese esfuerzo.
Entre tanto, la marcha de la vacunación parece desbloquearse y adquirir velocidad progresivamente y con la incorporación de nuevas vacunas avanza junto al registro europeo con la esperanza de un verano más normal. Aunque entre los incumplimientos de algunas empresas farmacéuticas, la exagerada aplicación del principio de precaución ante posibles efectos adversos y con ello las alteraciones del calendario previsto, puedan contribuir a reforzar un escepticismo que fue importante antes del inicio de la aplicación, pero que hasta ahora habíamos logrado entre todos situar bajo mínimos.
La otra pandemia, la del populismo también continúa, a pesar de sus evidentes fracasos en la política de servicio a las personas y las cosas. Avanza inexorable en medio de la decepción, la indignación y la ira, con sus césares impostados, sus gestos vacíos y sus aversiones conocidas, pero sin la vacuna efectiva y segura de la buena política a la vista, que haga prevalecer el diálogo, la cooperación y el compromiso.
Avanza pues el populismo político que hace de la pandemia materia de enfrentamiento irreconciliable entre los partidos de la oposición frente a los del Gobierno y de algunas comunidades autónomas frente al Gobierno central. Antes lo hizo también frente a la OMS, por su supuesta gestión complaciente de la alerta de la pandemia, y ahora la emprende también con la Comisión Europea por el retraso y el incumplimiento de los contratos de las vacunas, sin tener en cuenta el éxito para la salud y la solidaridad que significa dicha compra conjunta que sobrepasa las escasas competencias de la UE en materia sanitaria y que avanza en la hasta ahora prácticamente embrionaria unión sanitaria.
Prosigue también el populismo social, que tan pronto considera tardías, superficiales y blandas las medidas restrictivas de la movilidad, los horarios y los aforos, como las rechaza por exageradas y ruinosas para la economía. Los unos en defensa de una salud absoluta y los otros para salvar la economía y, en particular, la hostelería y el turismo.
El populismo mediático también existe y da la razón a unos y a otros al tiempo, pero siempre contra la gestión política, en detrimento de la confianza en unas instituciones democráticas que, según algunos medios, siempre llegan tarde y responden mal ante cada ola de la pandemia. Una infodemia que tan pronto agita el miedo a los efectos adversos de las vacunas, como reprocha el incumplimiento del nivel de inmunización comprometido. Sin embargo, hoy se inyecta cerca del 90% de las vacunas disponibles cada semana y lo fundamental es garantizar la inmunización de todos, y en particular entre los mayores y los más vulnerables por razones de riesgo sanitario, pero también la de los grandes olvidados de la vulnerabilidad social de la pobreza y la exclusión.
La sindemia, que como pandemia de clase que preferimos olvidar, con tópicos como que la pandemia es igual para todos, cuando sabemos que ha sido y es particularmente grave para los de siempre, que malviven en la economía irregular, de los empleos precarios y en las viviendas de los barrios con más densidad y con menos acceso a los servicios como la salida, la educación y la cultura.