De fifís, fresas, pirrurris y piojas resucitadas
Muchos hijos de clase media, que en México serían más bien clase media alta, aspiran a vivir como fresas.
Una de las cosas buenas que tiene el verano es que cambiamos las rutinas habituales impuestas por el trabajo, el colegio de los niños, la atención a las necesidades personales y familiares cotidianas. De repente puedes prestar atención a personas que aparecen en el horizonte, camino a cualquier parte del mundo. Incluso puedes entretenerte en buscar el sentido de cosas que, en circunstancias normales, no podrías pararte a pensar.
Así me ha pasado uno de estos días de verano, cuando se ha cruzado en mi camino una mujer mexicana que aprovecha el verano para visitar a sus hijos desperdigados por Europa. Viene de Puebla, uno de los 32 estados que conforman los Estados Unidos de México. Sus rasgos indígenas y cuanto refiere sobre su vida me trae a la cabeza las imágenes en blanco y negro de Cleo, esa mujer a la que este año hemos conocido en su vida de criada a través de la película Roma, dirigida por Alfonso Cuarón.
Hablar con personas que vienen de otros lugares lejanos permite conocer otras formas de entender la vida y las palabras que las definen. Así me ha ocurrido con algunas expresiones que me ha enseñado y que desconocía como fifí, fresa, pirrurri, o pioja resucitada, que sin embargo son, al parecer, muy comunes en México. Palabras que podemos encontrar en el diccionario de la Real Academia, o de la Academia Mexicana de la Lengua, pero que no forman parte de nuestro argot cotidiano.
Fifís parecen ser aquellas personas presumidas, de clase media y alta, que sólo se ocupan de seguir las modas. La palabra, según me he ido enterando más tarde, tiene variados orígenes y procedencias. Uno de ellos, el cuento Mademoiselle Fifí de Guy de Maupassant, que nos cuenta la vida de un marqués de maneras afeminadas y no por ello menos duro, fiero y brutal.
Otro francés, en este caso naturalista, George L. Leclerc, denominó fifís a las aves muy jóvenes. Las élites mexicanas, bajo el imperio de Porfirio Díaz, siete veces presidente de México, fascinadas por los gustos, formas y maneras francesas, utilizaron esta palabra para referirse a sus aves.
Como reacción, los maderistas, seguidores de Francisco Madero, utilizaron la palabra para defenderse de los ataque de las élites seguidoras del Porfiriato, con lo cual la palabra quedó asociada a los conservadores fascinados por los gobiernos duros y autoritarios con los pobres, los indígenas y las clases desfavorecidas.
Los fresas, las fresas, vienen a ser los mismos fifís cuando son jóvenes, de clase alta, educada, endogámica, encerrada en sus formas de vida y desconocedora de cuanto no tiene que ver con su clase social. Es un término más extendido por América Latina.
Se les ve en los grandes y exclusivos centros comerciales (shoping mall) comprando siempre primeras marcas y pagando con tarjeta. Sus detractores los califican de hijos de papá, frívolos, ególatras y poco inteligentes. Pero ahí andan reivindicándose e imponiendo sus modas en las redes sociales.
Muchos hijos de clase media, que en México serían más bien clase media alta, aspiran a vivir como fresas. Se perciben como gente normal, superficial por naturaleza, con un peculiar estilo de vida y, aunque no quieren ser conocidos como fresas, tal vez tampoco como fifís, no dudan en reivindicar su forma de vida con todos los medios a su alcance.
Las populares telenovelas incorporan siempre fresas estereotipados, que siempre dan buen juego en los guiones. El popular comediante Luis de Alba ha creado el popular personaje de El Pirrurris para parodiar a estos personajes jóvenes, presumidos, poco espabilados, hijos de políticos y empresarios ricos y poderosos, cargados de pedantería, que hablan como si tuvieran la boca llena de patatas y que procuran relacionarse lo menos posible con los de abajo, los pobres, los indígenas. De ahí que fifís y fresas, sean también conocidas y conocidos como pirrurris.
Ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió, decía mi madre, que fue criada en España a la manera en que lo son las indígenas mexicanas. Por eso, para ellas, la peor especie de fresas, fifís y pirrurris son las piojas resucitadas. Esas pijas pobres venidas a más y que se convierten en puro estereotipo exagerado de cuanto he venido describiendo.
Me cuenta mi nueva amiga mexicana que son ellas, las piojas resucitadas, las que han alimentado con mayor fervor combativo la campaña de difamaciones, mentiras e infamias contra Yalitza Aparicio, la protagonista de Roma, por sus orígenes humildes, sus rasgos indígenas y su éxito mediático. Por una vez una mujer con rasgos indígenas desfila por las pasarelas de moda.
La campaña electoral de López Obrador (AMLO), hoy presidente de México, ha sido aún más exitosa porque ha sabido movilizar el voto de esas clases populares e indígenas, frente a un mundo que las humilla, ataca y desprecia. Un país gobernado y diseñado por fifís, pirrurris, fresas y piojas resucitadas.
Para otro día dejo lo que aprendí sobre morenacos, chairos, mamertos y otros personajes. Todo un acelerado curso de verano en la mejor de las universidades populares.