De cafés y extravagancias
Después del agua, el café es la bebida más consumida en el mundo.
Si alguien piensa que en el espacio los astronautas no se pueden tomar un buen café antes de comenzar la jornada está muy equivocado. Desde hace algún tiempo la Estación Espacial Internacional cuenta con su propia máquina de espresso. La han bautizado como ISSpresso y fue diseñada para hacer más llevaderas las “alturas” y que los astronautas se pudieran sentir como en su propia casa.
Hay que tener en cuenta que si los astronautas pretendieran tomarse un “café terrícola”, seguramente el líquido no llegaría a su paladar, ya que la falta de gravedad haría que se quedase aferrado a las paredes de la taza.
El café más extravagante del mundo
Se dice que el café perfecto debe ser negro como la noche, caliente como el infierno, dulce como el amor y puro como el ángel. Es muy posible que el lector no esté del todo de acuerdo porque, en lo que se refiere al café, para gustos los colores. El que no lo quiere espresso le apetece latte y el que no cappuchino, frappé, moca, bombón, americano o macchiato.
Todo eso, sin duda, está muy bien, pero hay un café al que los entendidos han bautizado como “el mejor del mundo” y eso ya son palabras mayores. Se produce a partir de las heces de las civetas, un mamífero de pequeño tamaño que se encuentra en libertad en determinadas regiones del sudeste asiático.
Su singularidad radica en varios aspectos. Por una parte, estos animales se alimentan de bayas de café; por otra, no digieren los granos y, además, los expulsan enteros por la parte más distal de su tubo digestivo. Una cochinada que es recibida como si fuera ambrosía por los paladares más exigentes.
Al principio los granjeros locales, que no hacían asco al desecho metabólico, recolectaban los granos, los limpiaban y, finalmente, los procesaban. Desgraciadamente el éxito comercial les ha superado y ha propiciado la aparición de multitud de granjas de explotación animal en donde se consigue un café ligero y con un aroma único. Le han bautizado con el nombre de café kopi luwak.
Los brasileños tampoco se han quedado atrás en cuanto a extravagancias cafeteras se refiere, ya que elaboran un café a partir de las heces del jacu, un ave galliforme que se encuentra a medio camino entre un pavo y un faisán. Estos animales son vegetarianos y se alimentan de los granos del café, los cuales fermentan a lo largo del aparato digestivo del animal, dotando al grano resultante de un sabor muy especial. O, al menos, eso dicen los entendidos.
Cuando pecar era bueno, al menos para el planeta
Con independencia de la textura, del cuerpo, de la procedencia y del aroma, lo que parece que está claro es que el mejor lugar para conseguir un buen café se sitúa en un suelo volcánico, entre los 1.200 y 1.800 metros de altitud, y en una latitud comprendida entre los 30º norte y los 30º sur, la llamada zona cafetera.
Puestos a dar números, y ya con el grano del café en la cocina, parece ser que la temperatura ideal del agua para infusionar la bebida está en torno a los noventa grados centígrados, aunque algunos la elevan hasta los noventa y cinco grados.
Probablemente todo esto no lo sabían los misioneros jesuitas que introdujeron el café en Colombia, ni falta que les hacía. Lo hicieron hacia mediados del siglo XVIII y tan sólo cien años después el producto se convirtió en la principal exportación del país. El mérito, al menos en parte, se lo deben a un sacerdote jesuita llamado Francisco Romero que vivía en un pueblo llamado Salazar de las Palmas. Se cuenta que cuando sus fieles se confesaban siempre les imponía como penitencia sembrar café, un “castigo” que favoreció la expansión por otros departamentos.
Para finalizar, una curiosidad. En la época de las pesetas había en una cafetería de Sevilla un letrero que anunciaba tres tipos de café diferentes: “Café, 0,25 pesetas; Café-café, 0,30 pesetas y Café-café-café por la gloria de mi maré 0,50 pesetas”. Ya se pueden imaginar cuál era el más exitoso.