La cultura de la cancelación como arma política
Entrevista con la socióloga francesa Gisèle Sapiro.
La cultura de la cancelación es una expresión tan sobreutilizada en los últimos meses que necesitamos una fundamentación teórica adecuada de forma urgente. La socióloga francesa Gisèle Sapiro se encarga de tan ardua tarea en ¿Se puede separar la obra del autor? (Clave intelectual, 2021). No podemos usar “cancelación” de forma tan laxa. Poner en duda el privilegio intelectual de algunos autores no equivale a cancelar o censurar. Sapiro tampoco ha sido cancelada ni a mí me han censurado. Como las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo, quizás sea un buen momento para analizar esta peligrosa herramienta política… y luego dejar que se oxide. O que se autocancele.
En España el debate en torno a la cultura de la cancelación roza el esperpento porque se denuncia que hoy en día no se podría publicar a ciertos autores como Ernst Jünger y hay editoriales que lo publican en la actualidad. Lo mismo ocurre con algunos intelectuales supuestamente silenciados. La llamada dictadura de lo políticamente correcto me parece una controversia bastante artificial. ¿Cuál es el daño real de esta pos-censura o cultura de la cancelación?
En primer lugar, la diseminación cultural siempre se basa en una rigurosa selección de la producción por parte de los intermediarios. De este modo, se produce en la práctica una especie de censura de todos los productos: muchos autores no se reeditan y cabe preguntarse dónde estaban todas esas autoras y artistas que se han ido redescubriendo hasta ahora. ¿Deberíamos llamar a esto censura? Hay que añadir que la censura económica parece ser más eficaz que la política en nuestras democracias liberales, y además se usa de forma estratégica en países iliberales donde los gobiernos controlan los medios de comunicación. El interés por autores como el pensador monárquico y antisemita Charles Maurras en Francia no responde a una curiosidad histórica, sino a un interés político que se relaciona con el auge de la extrema derecha. Los intermediarios culturales tienen responsabilidad moral, un marco ético y a menudo también existen intereses políticos. Cuando vuelven a publicar a esos autores por intereses económicos, contribuyen a consagrarlos y a legitimar las ideas de la extrema derecha.
En segundo lugar, deberíamos distinguir diferentes prácticas que se mezclan bajo el paraguas de la llamada “cancel culture”, una expresión acuñada por los conservadores, que en muchos casos, tanto en España como en Francia, exageran los daños provocados por aquello que denuncian. El boicot no equivale a la censura: el boicot es un derecho. La crítica no solo es un derecho, sino algo primordial en la fundamentación de la libertad de expresión. La crítica debería distinguirse del insulto y de las descalificaciones. En todo caso, la protesta también es un derecho. El riesgo es cuando el rechazo se traduce en censura por los intermediarios sin siquiera comprobar las acusaciones, como a veces ocurre en Estados Unidos dentro de la industria cultural (por razones más económicas que éticas).
En cuanto a las obras canónicas, tal y como digo en la conclusión del libro, no estoy a favor de ninguna cancelación, ya que ese acto podría eliminar el rastro de la violencia simbólica que se ha ejercido. Creo que la contextualización es mucho más eficaz. Necesitamos entender cómo los autores que entraron en el canon contribuyeron a reproducir la violencia simbólica contra las mujeres o las minorías étnicas y sexuales; esas representaciones pueden ser eufemísticas gracias a ciertas herramientas conceptuales o estéticas, como pasa con el antisemitismo en la obra de Heidegger. El canon necesita revisarse. Algunos autores necesitan ser relativizados y otros, especialmente las mujeres y las minorías étnicas, incluidos, como el sociólogo negro W.E.B. du Bois, que se ha redescubierto en Estados Unidos, o la pintora rusa Natalia Goncharova, que fue muy famosa en 1913 y quedó olvidada hasta hace muy poco.
Analiza el caso de Polanski, entre muchos otros. Todo el mundo se preguntará si se trata de un caso similar al de Woody Allen. Ahora han suspendido una obra de Terry Gilliam y ya se habla, una vez más, de cancelación.
Hay que distinguir la naturaleza y gravedad de los actos, si se han demostrado o no, si los autores fueron condenados o no, si la obra del autor los representa abiertamente y los justifica o no. El caso de Polanski no es similar al de Woody Allen. Se probaron los hechos y se le condenó por sus actos hace mucho. Él ha seguido con su exitosa carrera fuera de Estados Unidos. Con el movimiento #MeToo surge una movilización feminista contra él, y el feminismo usa su fama para promover la causa de las mujeres. Además, hay un abanico de sanciones. Algunos grupos feministas radicales querían prohibir la película El oficial y el espía [J’accuse], pero no llegó a ser censurada. Ni Adèle Haenel ni Virginie Despentes pidieron esta censura. Ellas solamente protestaron contra el premio César que le dieron como director. Premiarle sonó como si la industria del cine ignorara, o peor aun, despreciara el movimiento #MeToo en un momento crucial, pues la industria estaba empezando a tomar conciencia del abuso que se ha producido con mujeres jóvenes al principio de sus carreras profesionales.
Creo que la sanción, que no cancelación, del director de cine Terry Gillian no es más que el precio a pagar tras el cambio de actitud y el rechazo al cinismo en torno al abuso sexual en el mundo del espectáculo. ¿Cuántas mujeres han sido víctimas de hombres dominantes y abusivos a lo largo de la historia?
También habla del polémico Premio Nobel de Literatura Peter Handke. La escritora Jennifer Egan se pronunció en su contra y la verdad es que no entiendo cómo el comité del Nobel enterró una polémica (el escándalo sexual que llevó a que no hubiera Nobel de Literatura en 2018) creando otro escándalo.
El caso de Handke quizás sea uno de los más complicados. Por una parte, está claro que a él no lo pueden acusar de negar las masacres. Nunca lo negó, y algunas de sus críticas al modo en que los medios cubrieron la guerra están justificadas, especialmente con la comparación entre Milosevic y Hitler, algo que fue parte de una estrategia para que la Corte Penal Internacional calificara las masacres de los serbios como genocidio. Incluso si sus críticas no estuvieran justificadas, está en su derecho de hacerlo en un país con libertad de expresión.
Por otro lado, analicé la retórica de su obra Journey to the Rivers. Ahí es muy ambiguo e introduce dudas de una forma contraproducente. Sin embargo, no creo que eso justifique la violencia de los ataques que recibió, aunque su mirada necesite discutirse y criticarse. También asistió al funeral de Milosevic. Allí no hizo ninguna declaración significativa, pero de nuevo incurre en una posición realmente problemática.
Conocía la controversia que hay con Martin Heidegger, pero no tenía ni idea sobre el pasado del crítico literario Hans Robert Jauss.
En el libro cuestiono cómo deberíamos leer a los autores que han tenido algún tipo de compromiso político en su juventud. Está claro que no es el mismo caso que el de ideólogos como Maurras o Heidegger, pues nunca cambiaron de idea. El caso de Jauss, que fue un alto oficial de la Waffen-SS, ilustra una trayectoria de conversión después de la guerra y el intento de ocultar este compromiso pasado (a diferencia de Günter Grass, que reveló su enrolamiento en la Waffen-SS como soldado en los últimos meses de la guerra).
La pregunta tiene más que ver con su relación con el pasado que con su ideología. ¿Podemos considerar que no hay ninguna coincidencia con su obra? Es interesante porque la teoría literaria parece estar muy lejos de la ideología, sobre todo la teoría de la recepción. Sin embargo, ha habido varios intentos en Alemania de encontrar ese vínculo. Por ejemplo, la escritora Gila Lustiger sostiene que su teoría de la recepción sitúa la responsabilidad en el lector y así se exonera al autor. Otra interpretación es la del crítico literario Ottmar Ette, que aplica a Jauss su propio método y muestra el subtexto biográfico tras el estilo de Jauss. Ette descifra a Jauss a través de la máxima francesa: “Tout comprendre, c’est tout pardonner”, es decir, entender es perdonar. Hay otras interpretaciones que plantean preguntas interesantes sobre la historia de la teoría literaria. También discuto las interpretaciones sobre la obra del crítico literario Paul de Man, que fue elogiado en Estados Unidos hasta que se desató un escándalo con la revelación de sus escritos antisemitas durante la Segunda Guerra Mundial.
Me voy con la idea reforzada de que la autonomía del arte es una ilusión.
Yo aún defiendo la autonomía del arte de las influencias políticas y económicas, pero esta autonomía siempre es relativa. Me interesa conocer cómo se llegó a tener esa autonomía, y si eso supuso la exclusión de algunos grupos, como mujeres y ciertas minorías. Quiero saber qué criterios sociales, conscientes o inconscientes, condicionaron la autonomía del arte dentro del ámbito de la producción cultural y la construcción del canon literario. Creo que necesitamos un canon para tener referencias comunes, pero también debemos ser críticos con el canon. La canonización tuvo lugar a través de una sacralización del autor, y aunque me interesa la relación entre la biografía de los autores y su obra, creo que necesitamos revisar esta sacralización y su presentación como héroes culturales.