Cuanto antes, mejor
“Cuanto antes, mejor”. Son las palabras de una mujer, María José Carrasco, expresando su decisión individual, autónoma, consciente, firme y libre de morir. Reivindicando la propiedad de la vida.
Cerrar los ojos ante la realidad del sufrimiento del ser humano es un autoengaño cínico y una cruel e indolente complicidad. Desgraciadamente, María José Carrasco y Ángel Hernández han hecho que, con los ojos muy abiertos, muchas personas sintamos indignación, rabia, impotencia, dolor, y tristeza porque en España aún no esté aprobada una Ley de Eutanasia.
La inmensa mayoría de la sociedad española se manifiesta favorable a esta legislación. Sin embargo, el bloqueo de más de 8 meses en el Congreso de los Diputados por parte de la derecha ha cercenado el avance en el derecho al buen morir. Habrá que esperar a la constitución de un nuevo parlamento y confiar en que el sentir de la mayoría social no se vea boicoteado por filibusterismos parlamentarios.
La ciudadanía muchas veces va por delante de la legislación y del poder legislativo. Este es un claro ejemplo, donde personas con vidas normales adoptan decisiones extraordinarias y dan auténticas lecciones de vida, aunque sea eligiendo la muerte.
Es urgente una ley de eutanasia, porque la sociedad debe ofrecer algo distinto al castigo o al abandono a quien padece una situación irreversible, irremediable, incurable y decide morir para evitar su sufrimiento. Actualmente la legislación española tan solo ofrece castigo. En el artículo 143 del Código Penal se recoge la pena de prisión para el que cause o coopere activamente con la muerte de otro por la petición expresa, seria e inequívoca de éste en el caso de que sufra una enfermedad grave que le conduzca necesariamente a la muerte, o que le produzca graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar. Además, en la legislación estatal no se recoge fórmula alguna para mitigar el dolor y sufrimiento en el proceso final de la muerte: me refiero a que carece de algo tan básico y humanitario como una ley en materia de cuidados paliativos.
Han tenido que ser las comunidades autónomas en el ámbito de sus competencias las que han comenzado a legislar de manera dispar en torno al proceso final de la vida y los cuidados paliativos, pero sin llegar a la eutanasia. Esto provoca, en función de en qué comunidad autónoma se resida, inequidad en el acceso a ciertos tratamientos y protocolos en pacientes terminales. Aunque haga este apunte sobre los cuidados paliativos, en este debate no se debe jugar a la confusión de mezclar conceptos. Los cuidados paliativos son complementarios y también necesarios, aunque es evidentemente que no son la solución para estos casos. María José vivía en Madrid, comunidad autónoma que tiene en vigor una ley de cuidados al final de la vida, pero para ella no era suficiente.
Entiendo que es un debate ético de calado y complejo que nos enfrenta individual y colectivamente al tabú de la muerte y de cómo morir. Pero como sociedad debemos hacer frente al sufrimiento y la muerte con la voluntad de preservar la dignidad humana hasta su última exhalación. Esto significa que debemos dar rango de derecho y ofrecer garantías médicas y seguridad jurídica a la voluntad expresa de la propia persona de morir en la intimidad, sin dolor, con respeto a las propias creencias y valores cuando padece una enfermedad irreversible, sin tratamiento, con padecimientos graves y solicita poner final a su vida de manera anticipada.
El sufrimiento es único e intransferible. Es posible que para quienes se muestran contrarios a legislar sobre la eutanasia sea difícil hablar del tema desde la posición de espectador o espectadora. Pero la empatía es un rasgo fundamental de humanidad. Quienes defendemos una ley de eutanasia, nos apoyamos en la necesidad de avanzar en la consolidación de los derechos y libertades civiles siguiendo los preceptos constitucionales de la dignidad de la persona y el derecho a decidir libremente. También en lo innecesario de ensañarse con tratamientos fútiles, útiles para una parte del cuerpo, pero no para el individuo en su conjunto. Pero quizás lo que sí pueda ser fácilmente comprensible en un ejercicio de empatía por todas las personas es el convencimiento de que hay que proteger la vida del ser humano, una vida digna, una buena vida, de manera que en ella esté implícita como la última parte también la buena muerte.