Cuando lo que falta es 'glamour'
Despropósitos, 'doping' y todo tipo de anomalías resumen a la perfección la maratón de los III Juegos Olímpicos modernos.
Parece ser que el origen de la palabra glamour es de origen escocés y su significado literal es “hechizo”, ya que antiguamente se empleaba para referirse a aquel sujeto que era capaz de hechizar a otra persona mediante el encantamiento. Glamour, lo que se dice glamour, no tuvo la primera maratón celebrada en unos juegos olímpicos estadounidenses.
La prueba tuvo lugar en 1904 durante los Juegos de San Louis. La maratón, una de las pruebas reina, se celebró el 30 de agosto y en horario vespertino. A pesar de que hacía un calor sofocante y el mercurio acariciaba los 33 grados, se congregaron en la línea de salida 32 atletas, 18 de los cuales eran estadounidenses.
La prueba comenzaba y terminaba en el estadio, pero fuera del recinto el recorrido tenía lugar campo a través, sin ningún tipo de señalización y, además, los deportistas debían correr paralelos a una pista polvorienta y sin asfaltar por donde transitaban los coches. Así que al tórrido calor se añadió una perenne nube de polvo durante toda la carrera.
No debe por tanto sorprendernos que el número de atletas que finalizaron la prueba sea el más bajo de toda la historia —catorce— y que haya sido la única vez en la que el atleta que se alza con la victoria supere las tres horas. Pero vayamos a los detalles que es donde se esconden los demonios.
Trampas y doping entre los vencedores
El primero en llegar a la meta fue el norteamericano Fred Lorz, entró en solitario y saludando sonriente a los espectadores allí congregados. Lo hizo tras recorrer 15 kilómetros en… coche. Como en aquellos momentos no había cámaras de televisión ni el número de jueces actuales, no tuvo el menor reparo en subirse a un coche que le aupó hasta las proximidades de la meta.
Al principio fue laureado, es más, se hizo fotos con la hija del presidente estadounidense, sin embargo, no tardó en darse la voz de alarma, advirtiendo de que todo había sido un fraude. Lorz terminó confesando y siendo despojado de la inmerecida medalla de oro.
Tras la descalificación el ganador oficial fue otro estadounidense —Thomas Hicks, payaso de profesión—, que no pudo recoger la medalla porque nada más llegar a la meta tuvo que ser atendido de urgencia por el equipo médico. Y es que a punto estuvo de perder la vida.
Al parecer, en el kilómetro 30 mostraba síntomas de deshidratación que hacían recomendable el abandono, pero algunos espectadores le convencieron de que aguantase, al tiempo que le facilitaron un “brebaje milagroso”. La bebida, lejos de ser isotónica, era un combinado de huevo, brandy y estricnina, un pesticida que a pequeñas dosis actúa como estimulante del sistema nervioso central. Vamos, que Hicks llegó a la meta “dopado” con un pesticida que bien pudo haber acabado con su vida.
Racismo e intoxicación por manzanas
En la prueba participaron dos atletas de color que representaban a Sudáfrica. Uno de ellos —Len Taunyane— pudo haberse alzado con la victoria, de no haber sido porque durante casi dos kilómetros tuvo que correr en sentido contrario al ser perseguido por dos perros que le atacaban y a los que los organizadores, por supuesto, no dieron mayor importancia.
El único cubano que participó en la maratón fue un cartero de profesión llamado Félix Carvajal y que fue apodado como “el andarín”. Al parecer llegó en un barco procedente de La Habana al puerto de Nueva Orleans, desde donde se vio obligado a recorrer la última parte del viaje hasta San Louis —unos 1.000 kilómetros de distancia— caminando o haciendo autostop.
Es fácil imaginar que cuando llegó estaba exhausto, se había mal alimentado y no tenía la indumentaria apropiada. Sabemos que se tuvo que recortar los pantalones y que corrió la maratón con zapatos.
Durante la carrera Félix atisbó una huerta con frutales, por lo que decidió hacer un alto en el camino y reponer fuerzas. Desgraciadamente, algunas de las manzanas todavía no habían alcanzado el grado óptimo de madurez y el corredor tuvo una terrible indigestión que le obligó a mantenerse tumbado durante bastante tiempo. A pesar de todo consiguió terminar en una más que honrosa cuarta posición. Su historia habría dado para escribir una novela de realismo mágico, ese género que tanto gusta a los escritores hispanoamericanos.
Si tuviésemos que poner una banda musical a la maratón de San Louis sería Yakety Sax, del compositor y saxofonista Homer Louis ‘Boots’ Randolph. ¿Qué no la conocen? ¿Qué cuál es? La que utilizaba Benny Hill en su show… Pues eso, de que glamour, poco.