Crisis global, derrotismo local
Los mismos que critican aquí un recorte de libertades, aplauden a rabiar lo que hace Macron en Francia. El cinismo, por momentos, alcanza cotas insoportables.
En España tenemos una inclinación desmedida e irracional al derrotismo. Desde la pérdida de las últimas colonias en el 1898, los símbolos postreros de nuestro poderoso pasado imperial, se instaló entre nosotros la sombra de la depresión, un cierto síndrome de inferioridad, la exageración de las situaciones adversas y la propensión a la autoflagelación sin límites. No solemos valorar lo nuestro y, por el contrario, tendemos a admirar lo que hacen los demás.
Hoy, el mundo (y especialmente Europa) sufre de nuevo los estragos de un virus que nos está cambiando los hábitos de vida, obligando a la adopción de medidas restrictivas de movilidad como en la primavera pasada y está poniendo la economía mundial al borde del colapso, dejando a mucha gente en riesgo de exclusión. Sin embargo, el tremendismo patrio no deja de falsear la realidad internacional y se afana en situarnos siempre como los últimos de la fila en todo. Esto no va de aferrarse al conformista ‘mal de muchos’, sino de poner las cosas en su contexto, en sus justos términos, de observar esta crisis global con perspectiva porque sólo así, según Sartre, “permite el juicio”.
Cuando la derecha no gobierna, en este país brotan agoreros y profetas de catástrofes como las setas en otoños húmedos. Son supuestos patriotas que jalean bulos y mentiras con tal de allanar el camino de vuelta de los derrotados a los puentes de mando del país. Todos los resortes de poder o de influencia del conservadurismo se emplean a fondo en este objetivo. En esta segunda ola de la pandemia, ya nos han querido colar que somos el peor país en su gestión cuando en nuestro entorno vemos como los indicadores se disparan y los estados vecinos vuelven al confinamiento, único remedio eficaz cuando el virus se desboca y persista la falta de tratamiento o de vacuna para hacerle frente. Francia, Reino Unido y Portugal toman medidas de limitación de movilidad como hace unos meses. También Italia, Holanda, Bélgica, Austria o Alemania reducen la actividad social, económica y cultural. Los ejemplos son innumerables.
Aquí las derechas, ensimismadas en su burbuja autárquica, sacuden al Gobierno de España como si la crisis del Covid-19 fuera exclusiva de nuestro país mientras que se protegen las fanfarronadas y las excentricidades de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Un intento inconsistente de conseguir la cuadratura de un círculo imposible. No todo vale, y mucho menos en circunstancias tan extraordinarias. Vivimos en un estado complejo, de corte federal imperfecto, con responsabilidades compartidas entre la administración central y las comunidades autónomas, una realidad que exige cooperación y cogobernanza. Y, sobre todo, generosidad y altura de miras. En el primer asalto, entre marzo y junio, ya soportamos las maniobras fallidas de las derechas para desestabilizar la situación del país y forzar la caída del gabinete presidido por Pedro Sánchez. Otra vez se manifiesta sin complejos la intención de tomar idénticos derroteros. Los mismos que critican aquí un recorte de libertades, aplauden a rabiar lo que hace Macron en Francia. El cinismo, por momentos, alcanza cotas insoportables.
En este caldo de cultivo, la extrema derecha encuentra un filón para campar a sus anchas. Hemos pasado de las caceroladas de los ‘cayetanos’ en los barrios pijos de Madrid a una acción organizada por grupos ultras a lo largo y ancho de toda España. Gente radical y de ideología neonazi que la está liando cada noche en protesta contra el toque de queda, una medida necesaria y constitucional de confinamiento parcial que obedece a criterios de salud pública, al igual que sucede en el resto de Europa.
Los líderes de Vox han jaleado esta algarada antidemocrática. Después de retratarse con impudicia con su apoyo, han querido rebobinar y culpar de los altercados a la extrema izquierda y a menores inmigrantes (Abascal dixit). ¿Se puede ser más desahogado? Estos actos violentos no caben en nuestra democracia y sólo persiguen la crispación, la división y sembrar el odio. Son tiempos de unidad y de responsabilidad. Conceptos incompatibles con la extrema derecha, como lo demuestran hoy de nuevo en España y conocemos por la historia. Como ha escrito mi compañero senador Josele Aguilar, sus cabezas “sí que parece que se están convirtiendo en estercoleros multiculturales”. No dejemos que esta semilla indeseable enraíce en nuestra sociedad. Para ello, tenemos que fortalecer y blindar nuestra memoria democrática y actuar sin fisuras sumando esfuerzos y aislando a los fascistas antisistema.