¿Crisis de refugiados o crisis de derechos?
Hoy es el Día Mundial de las Personas Refugiadas. Un día en el que tenemos poco que celebrar. Desde hace un par de años vivimos la que ACNUR (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) considera la mayor crisis de asilo desde la II Guerra Mundial. Hoy, el número de personas forzosamente desplazadas supera los 60 millones en todo el mundo. Máximo histórico desde que existen registros. Unas cifras globales donde se mezclan miles de historias, cientos de paisajes, millones de vidas. Hace tiempo que las migraciones y el refugio dejaron de ser crisis lejanas que ocurrían en otros lugares del planeta. Desde 2015, Europa se ha convertido en uno de los epicentros de una crisis mundial donde se entrecruzan otras muchas. Solo en los últimos tres años, más de 15.000 migrantes han perdido la vida en el Mediterráneo intentando llegar a nuestro continente. Cifras que han convertido a un mar que durante siglos fue puente de pueblos y civilizaciones en la ruta migratoria más peligrosa y mortífera del mundo.
Sin embargo, la llegada de cientos de miles de personas a nuestras fronteras se nos sigue presentando como si de un fenómeno climatológico se tratase: sin causas, sin historia, sin pasado, sin responsables. Personas caídas del cielo, cuales objetos. Procesos sociales, como la movilidad humana, aparecen así despolitizados, con víctimas pero sin causantes, a modo de catástrofe natural. El mismo interés por generar cuellos de botella y tapones humanitarios que ofrecen imágenes de desborde en las fronteras, de saturación, de peligro de "invasión". Unas instituciones superadas ante miles de personas desesperadas dispuesta a cualquier cosa con tal de entrar en la próspera Europa.
Y, sin embargo, el millón de migrantes que llegaron a las fronteras comunitarias a finales de 2015 y principios de 2016 apenas representan el 0,2% de la población europea, además de un porcentaje ínfimo sobre el total de desplazados y solicitantes de asilo que malviven en otras regiones del planeta, en países con mucha menor capacidad institucional y económica. Pero, aunque artificiales, falaces e insostenibles ante cualquier comparación, esas imágenes de una UE desbordada ante la llegada de migrantes cumple una función capital: servir de coartada para legitimar políticas migratorias excepcionales ante una situación extraordinaria. Justificar la Europa Fortaleza erigida en norma ante un Estado de derecho y un cumplimiento de los Derechos Humanos y del derecho internacional cada vez más excepcionales.
Unas imágenes en las fronteras que tienen su correlato de puertas adentro. Además de recortes y privatizaciones, las políticas de austeridad construyen entre la mayoría de la población un sentimiento de escasez. Un "no hay suficiente para todos" generalizado que busca justificar la expulsión (legal y territorial) de unos pocos, erigidos en chivos expiatorios con los que las élites económicas y políticas responsables del expolio buscan escurrir sus responsabilidades. Sólo así se explica que la llegada de un millón de personas, cifra que en otras épocas hubiese resultado insignificante e incluso bienvenida para una envejecida población europea, haya generado sin embargo todo un terremoto político continental que, al menos, tiene la virtud de habernos mostrado en toda su crudeza las costuras y límites del proyecto europeo. Una UE que rescata a bancos y deja caer a personas. Unas políticas neoliberales que sabotean la propia idea de Europa y esquilman a su población, mientras, recortes y xenofobia institucional mediante, vierten gasolina en la hoguera de las nuevas extremas derechas.
Una UE que ha enseñado al mundo su fragilidad política al no ser capaz de hacer cumplir los acuerdos sobre las cuotas de reubicación en dos años de 160.000 personas del millón llegadas en 2015. Una cifra que ya entonces resultaba ínfima e insuficiente para las necesidades reales, pero que se ha vuelto insultante cuando comprobamos que, a día de hoy, menos del 10% han sido reubicadas. Aquellas bonitas palabras de cara a la galería que los líderes europeos lanzaron en otoño de 2015, agitando la bandera de "refugees welcome", se han convertido en un mucho más crudo y sincero "Do not come to Europe", expresado hace unos meses por el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk.
Y aun así, esos mismos líderes siguen criticando el anuncio del muro entre EEUU y México, obviando obscenamente que en Europa se han levantado más de una decena en los últimos años. Muros que se construyen también sobre el miedo al otro y que buscan alimentar ese imaginario de exclusión y el refuerzo de comunidades excluyentes levantadas sobre el odio al diferente. Muros tras los que se refuerzan los repliegues identitarios y los nacionalismos excluyentes. Muros que reavivan antiguos fantasmas que hoy, de nuevo, recorren Europa.
Que el día de hoy sirva para volver a poner sobre la mesa la co-responsabilidad de las políticas migratorias europeas en la muerte de miles de personas en ruta y en las condiciones penosas en las que sobreviven ante el cierre institucional de vías seguras y legales de acceso. Políticas que se suman a la externalización de fronteras y a la diplomacia del euro que practica hoy la UE como uno de los ejes vertebradores de su acción exterior, y que tienen impresa la Marca España tras años de pruebas en el laboratorio que fue y sigue siendo nuestra Frontera Sur en Ceuta y Melilla.
Un día para recordar que no vivimos una crisis de refugiados, pues ese mismo estatus es el que se les niega. Con su gestión, la UE y sus Estados miembros han convertido un desafío migratorio y humanitario en una crisis política, de fronteras y de derechos. Quién tiene derecho a tener derechos es la pregunta que hoy nos lanza la situación de migrantes y solicitantes de asilo a toda la población europea. Aprovechemos el día de hoy para reconocer que la lucha de las personas migrantes y refugiadas es también nuestra lucha, pues la amenaza de pérdida creciente de derechos es universal como universal debe ser la resistencia, las alternativas y los puentes que levantemos frente a sus muros de exclusión.