COVID-19: La igualdad de género es básica para la recuperación
Las mujeres, que representan la mitad de la población, se han visto muy afectadas.
Por Mª Teresa López de la Vieja, catedrática emérita de Filosofía Moral, Universidad de Salamanca:
Como el dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso, en la segunda ola de la pandemia la desigualdad seguía allí. Allí y aquí.
A finales de septiembre, el informe de la Fundación Bill & Melinda Gates sobre el impacto de la COVID-19 confirmaba que se ha producido un retroceso en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Las mujeres, que representan la mitad de la población, se han visto muy afectadas. La distribución de las tareas del cuidado ha sido desigual. Están además las consecuencias de la crisis para la salud sexual y reproductiva.
El 23 de junio, el informe presentado por el gobernador del Banco de España señalaba que los efectos del confinamiento sobre las rentas laborales habían sido peores para los más jóvenes, los grupos con bajo nivel educativo y… las mujeres. Cabe recordar que la Constitución vigente desde 1978 se refiere a la igualdad y la no discriminación. Además, la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, contempla cómo aplicar este principio: de forma activa y transversal.
En 2020, la expansión del virus SARS-CoV-2 ha agravado las diferencias que ya existían, auténticas brechas. ¿Por qué sigue ahí la distribución desigual de cargas y beneficios? Hay distintas respuestas, si bien van en una dirección: a favor de la igualdad efectiva. Por eso, quizás haya llegado el momento de pasar a lo siguiente: Por qué la desigualdad de género no debe seguir ahí.
El punto de vista de género es necesario para analizar el impacto real de la enfermedad COVID-19. Hace falta también para definir mejor los planes de actuación. ¿Cómo recuperar aquellas actividades y sectores más dañados por la pandemia o por algunas de las medidas para contenerla? “Género” es una construcción cultural y social. Está en la base de un sistema jerárquico, con distribución desigual de los papeles y las tareas para mujeres y hombres.
El género no es, pues, algo “natural” –no es “sexo”- sino resultado de procesos de aprendizaje y convenciones. Los efectos son transversales, en el sentido de que la desigualdad llega a todos los ámbitos, dejando su huella en la calidad de vida e incluso en la salud.
¿Cuál ha sido el impacto de la pandemia? Después de seis meses, el balance de ONU Mujeres resulta negativo: el aumento de la violencia y del acoso ha ido en paralelo con las restricciones de movilidad y la crisis económica.
Para la protección de las víctimas de violencia de género, en España han sido aprobadas medidas urgentes. En mayo, la Organización Mundial de la Salud confirmaba los malos datos: aumento de los casos de violencia machista, distribución desigual de las tareas de cuidado, dificultades para la atención a la salud sexual y reproductiva, elevado número de profesionales, mujeres, en el ámbito sanitario (72% en España) y, por tanto, mayor probabilidad de contagio.
En consecuencia, los planes y las medidas para hacer frente a la pandemia y, en general, todo lo que concierne a la salud pública y a las políticas sanitarias ha de incluir la perspectiva de género.
La igualdad de trato y oportunidades para mujeres y hombres es el objetivo de la Ley Orgánica 3/2007. Sigue vigente en la actual situación, tan marcada por la COVID-19 y sus consecuencias.
Conviene también recordar que no se trata de igualdad simple –todos por igual, equivalencia o equiparación– sino de tratar a todas las personas como iguales. Dos tipos de argumentos sirven para responder a las reticencias (las hay, siguen allí) hacia la igualdad de trato:
- Contribuye a compensar el trato discriminatorio, recibido en el pasado o en el presente
- Permite construir sociedades más igualitarias y equilibradas.
Son argumentos en favor de las acciones positivas el trato preferente y las cuotas –a veces, “discriminación inversa”– para acabar con la marginación sistemática de personas o de grupos. El argumento de la compensación se centra en la discriminación y la desigualdad que vienen de tiempo atrás, incluso de siglos. El otro argumento está enfocado a la construcción de relaciones más equilibradas y de una sociedad más justa, consecuencias deseables, sin duda.
Al margen del hecho de que las mujeres no son un grupo social sino la mitad de la población, ¿cómo “compensar” a tantas personas por haber padecido tanto tiempo un trato discriminatorio?
Con la reconstrucción como objetivo, quizás sería mejor considerar la igualdad como una apuesta de futuro. En este sentido, el informe de la OCDE sobre el impacto de la pandemia defendía la incorporación del enfoque de género para gestionar mejor la situación y diseñar las políticas.
La pandemia ha desencadenado una crisis que no se parece a ninguna otra. Así lo ha reconocido también el Fondo Monetario Internacional, con datos sobre quienes tienen salarios más bajos o mayor riesgo de perder los ingresos, es decir las mujeres. Solo por eso, o nada menos que por eso, la igualdad efectiva no debería ser considerada un problema, al contrario. Es básica para vertebrar las políticas de recuperación. De no tratar en pie de igualdad a mujeres y hombres, a toda la población, los planes... ¿serán viables?