Condiciones anormales para el buen rollito
Hay circunstancias y circunstancias y como bien dice uno de los libros de la Biblia, “el que tira una piedra a lo alto encima le cae”.
En condiciones normales de presión y temperatura social y de sentido de Estado cabría plantear algo que se ha puesto en práctica en varias ocasiones: facilitar con la abstención la investidura del adversario. Esto ya se ha ensayado con buen resultado; lo mismo que ofrecer pactos al Gobierno sobre asuntos serios: por ejemplo, Zapatero a Aznar con el terrorismo. Pero hay circunstancias y circunstancias y como bien dice uno de los libros de la Biblia, el Eclesiástico o Sirácida, por boca de Qoelec, “el que tira una piedra a lo alto encima le cae”. Y Pablo Casado se ha hartado de lanzar pedradas al cielo; y el cielo desgraciadamente siempre responde con la ley de la gravedad. Por su parte Abascal y compañía han ido incorporando en su táctica unas gotas de pragmatismo: de demonizar a las autonomías han pasado a querer gobernarlas. Ahí se hace política de cercanía, y además hay mucha pasta, y no la de fideos.
El buen periodismo de las medias verdades anda desde las sorpresas de las elecciones autonómicas en Castilla y León, la España que han ido vaciando sus propios gobernantes a pesar del cacareo del pavo real conservador, promoviendo esta fórmula: una abstención técnica del PSOE para facilitar el gobierno a Mañueco sin necesidad de depender de los votos que VOX le daría a cambio de una vicepresidencia y de varios consejeros. La ultraderecha no es una ONG, como es natural; odia a las ONG. Y odia a los débiles. Esto lo aprenderán algunos y algunas cuando el lobo se canse de comer bistecs.
Siempre se ha dicho, y es verdad duradera, que el votante prefiere el original a la copia. La deriva radical impuesta al centro derecha español, cada día con una escora más preocupante a estribor, por Pablo Casado y Teodoro García Egea, no es fácil de corregir porque la velocidad inercial dificulta la maniobra. Aún están muy recientes las argucias para impedir que Bruselas envíe a España 10.000 millones de euros vinculados a la aprobación de la ley de reforma de la reforma laboral; porque ese era el objetivo encubierto y no la clásica rabieta porque otro niño les quitó el osito de peluche.
Esta estrategia no ha variado desde el día en que Sánchez propuso a la UE un plan comunitario de reconstrucción del tejido social y económico para superar los destrozos de la pandemia. Primero fue el desdén, la sonrisita, la descalificación; y luego fue la furia y los palos en las ruedas. El objetivo era claro: impedir como fuera que el gobierno pudiera protagonizar los éxitos de ese proyecto tantas veces equiparado al histórico Plan Marshall. A Génova le daban los choques solo de pensar que un día pudiera hablarse del ‘Plan Sánchez’, al menos en la adaptación española.
Hay un dato que puede confirmarse echando mano a la hemeroteca: cuanto mejor iba el proyecto, más insultaban y enredaban los líderes de la derecha y sus coros y danzas. El Periódico de España, de Prensa Ibérica, destacaba en vísperas de las sorpresas de Castilla y León que “en 2021 se crearon más de 100.000 empresas en España, algo inédito desde 2008”. Peor se lo ponen a los rasputines.
Las constantes romerías ‘populares’ de intoxicación y descrédito de la Marca España a Bruselas, punta del iceberg de un extremismo adobado de una insólita malcriadez parlamentaria, inédita hasta hoy, traen consecuencias colaterales insospechadas: en el índice global de democracias de 2021 de The Economist España se coloca por primera vez en el grupo de países con ‘deterioro democrático’. Y los fantasmas no tienen nada que ver: una de las causas principales es el ataque a la independencia de la justicia que se manifiesta por el férreo bloqueo del PP a la renovación del Consejo General del Poder Judicial. A lo que se le suma la fragmentación parlamentaria, la ‘letanía de escándalos políticos’ y el ‘creciente nacionalismo en Cataluña’… unos factores que “constituyen riesgos para la gobernanza”.
Y más que han aparecido. Como el crecimiento de VOX, consecuencia de la mala cabeza y ganas de figurar de Casado y de Rivera en aquella patética foto de Colón. Tres personajes vinculados al PP, en tres partidos distintos. Dos de ellos, supuestamente moderados, presentando en sociedad, con banderas al viento, al jefe de la emergente extrema derecha, porque es extrema y es derecha como Dios manda. Que se los ha ido comiendo con guarnición de nostalgia franquista, demagogia, populismo barato – como todos- y papeletas.
Y no es porque no se les hubiera advertido, por la activa o por la pasiva. Contar con ellos como apoyo en varios ejecutivos regionales o locales les ha ido dando cancha y publicidad. En Madrid, el resultado es el ayusismo. Una derecha desacomplejada y desfachatada que hace suyo un discurso que mira al ayer más que al mañana, y que, al final, conduce a un callejón sin salida. Polonia y Hungría no son la mejor compañía en estos tiempos donde, una vez más, se acredita en la crisis de Ucrania desatada por Rusia que la unión hace la fuerza. Sobre todo la fuerza preventiva de la disuasión.
Rivera tiene una cualidad, vamos a llamarla así aunque sea una tentación del diablo. Se forjó en la dialéctica de las ‘ligas de debate’ universitarias, una escuela que puede enseñar cosas buenas o cosas malas malísimas, donde gana aquél que mejor argumente una cosa y su contraria: las bondades del feminismo o sus digamos maldades; los beneficios de las autonomías o la necesidad del centralismo. Lo malo es aplicar esta fórmula a la política; es sencillamente una perversión ética que adquiere su mayor dimensión en el autoengaño.
En tales situaciones el borrón y cuenta nueva en aras del ‘interés nacional’ es demasiado interesado a simple vista. Pedro J. es un adalid de esta fórmula de buen rollito ajeno: “Sería un gran gesto la abstención del PSOE para que el PP no dependiera de VOX”. Claro. Como hubiera sido un ‘gran gesto’ previo que el PP casadista se hubiera abstenido en la investidura de Sánchez para cerrar el paso a los de ERC, Bildu y toda esa jarca; o que Cs hubiera formado gobierno con el PSOE, y no se hubiera suicidado colgándose de la soga de la avaricia; o ya casi ayer que el Partido Popular hubiera votado en blanco en la reforma de la reforma laboral, consensuada entre la patronal y los sindicatos, que aparte de sus ventajas intrínsecas, como el aumento de la contratación indefinida que reduciría esa lacra de la excesiva temporalidad contra la que han advertido todas las organizaciones internacionales… traía aparejado un río de dinero. En vez de eso, leña al manzano hasta que caigan aguacates.
Pero también es verdad que, con todos estos antecedentes en contra, a los que hay que añadir los hechos probados en sentencias judiciales del rosario de corrupciones que han corroído al PP, calvario agotador que parece interminable, a los que hay que añadir unas cuantas cuentas bajo sospecha en el predio conservador castellano-leonés, una abstención limitada del PSOE tendría algunos efectos positivos para la socialdemocracia nacional: daría un mensaje de responsabilidad y sentido de Estado, sería un bofetón sin mano al comportamiento desleal de la plana mayor que reina en Génova, a sus insultos encadenados, al constante pregón en el exterior de males inventados y de medias verdades con la mala intención de bloquear los fondos ‘Next Generation’ a España, y que se jodan los españoles, castellano leoneses incluidos. A la Europa que le pone un ‘cordón sanitario’ a la ultraderecha se le enviaría ‘a mayores’ un mensaje alto y claro de que hay vida inteligente aunque no lo parezca para frenar a los fantasmas que recorren otra vez el continente y, de paso, recuperar la confianza en la democracia. Pero, claro, una decisión así no puede asomar poco a poco. Tiene que ser, para que tenga más efecto, repentina y en el último minuto. Lo que recuerdan para siempre los náufragos que llegan en patera y son rescatados por Salvamento Marítimo es el instante en que agarran la mano amiga que les salva la vida desde una lancha neumática y luego le suben al barco que los lleva a lugar seguro.
O sea, aviso a los navegantes. Hay bajíos en esta costa. Hay que sacar la sonda manual. En política hay un eterno dilema: o no llegar o pasarse.